“La amenaza de guerra puede no ser inminente, pero no es imposible. Es hora de que Europa dé un paso al frente». Estas fueron las palabras de la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen -que además ha ostentado, con anterioridad, el cargo de ministra alemana de Defensa- ante el pleno del Parlamento Europeo. Hizo estas declaraciones haciéndose eco de las evaluaciones de algunas cancillerías europeas, que advierten del riesgo de un eventual choque militar «en un periodo de cinco a ocho años» con una Rusia de Putin que lleva tres años invadiendo a Ucrania y lanzando amenazas nucleares a la Europa occidental.
¿Es real esta llamada de alarma? ¿O es propaganda para encuadrar -por el miedo- a la opinión pública en la senda del rearme y del creciente gasto militar?
El peligro del oso ruso
Desde que -hace ahora dos años- el Kremlin cruzara el Rubicón, lanzando una criminal agresión imperialista sobre Ucrania, nada de lo que diga Putin puede ser despachado a la ligera como un «farol». La Rusia heredera de la superpotencia socialimperialista soviética es hoy una agresiva potencia militar embarcada en un sangriento proyecto geopolítico: establecer -por la fuerza de la amenaza militar- un área de dominio exclusivo, más o menos coincidente con el antiguo territorio de la URSS, desde Bielorusia y las repúblicas bálticas hasta las naciones exsoviéticas de Asia Central, pasando por el Cáucaso. Un proyecto que pasa por volver a enclavar a Ucrania -entera o despedazada- en la órbita de Moscú, y tener un amplio acceso al Mar Negro, y desde allí proyectar el poder ruso a Oriente Medio y el Mediterráneo.
Este proyecto imperialista tiene en Kiev la clave de bóveda. Uno de los geoestrategas más célebres de EEUU, el exconsejero de Seguridad Nacional Zbigniew Brzezinski, siempre aseguró que Ucrania cumplía el papel de «pivote geopolítico»: una Rusia sin Ucrania estaba condenada a ser una potencia eminentemente asiática, mientras que una Rusia de nuevo con Ucrania en su glacis podía volver a proyectar su poder sobre Europa occidental.
Nadie puede dejar de tomar muy en serio el poder militar de Moscú. Para los países de la Europa meridional, como España o Italia, las amenazas de Putin pueden sonar lejanas, pero las naciones del Este europeo o los países escandinavos, perciben las bravatas del Kremlin con mucha mayor alarma.
Amenazas brezneviananas
Recientemente, después de que el presidente francés Emmanuel Macron sugiriera la posibilidad de enviar tropas de la OTAN a combatir en Ucrania, la respuesta del Kremlin fue agresiva e inmediata. Como si viviéramos en los tiempos de Breznev, Putin amenazó a los europeos con la guerra nuclear. «(Los europeos) deben recordar que también tenemos armas que pueden alcanzar objetivos en su territorio», dijo en su discurso anual sobre el estado de la nación.
¿Cuánto hay de real en estas amenazas?
A corto plazo el riesgo real de agresión de Rusia contra un país europeo no parece muy consistente. «Si bien no podemos descartar la posibilidad de agresiones aisladas, Rusia no parece estar en condiciones de sostener una ofensiva militar en un país de la OTAN a corto plazo, ya que la situación en Ucrania tiene atadas a las fuerzas rusas”, asegura Luis Simón, director de la Oficina del Real Instituto Elcano en Bruselas. Incluso aunque acabara ganando la guerra «tampoco parece que Rusia esté en condiciones -en lo inmediato- de sostener una ofensiva militar a gran escala contra un país de la OTAN, ya que le llevaría tiempo reconstituir su estructura de fuerza”.
Además, la entrada en la OTAN de Suecia y Finlandia -que suma 32 miembros a la Alianza- y las duras lecciones aprendidas de la fuerte resistencia ucraniana caminan en la dirección de la disuasión respecto a las agresiones militares directas.
Pero eso no quiere decir que las amenazas rusas sean humo. Además del poder militar, el Kremlin tiene muchos mecanismos para desestabilizar y comprometer la vida política de los países europeos. Además de tener una demostrada capacidad en la guerra cibernética, y en difundir desinformación y climas de opinión, Rusia se vale de su papel de «patrocinador» (ideológico y financiero) de importantes partidos de ultraderecha. Gobernantes como Victor Orbán en Hungría, o líderes ultras como Marine Le Pen en Francia o Salvini en Italia no pueden ocultar sus lazos y complicidades con Putin. Los zarcillos de la intervención rusa en Europa también se extienden a los movimientos separatistas, como se puede vislumbrar en sus lazos con el procés.
¿Y qué pasa con Trump?
En buena parte, la inquietud que muestra Von der Leyen y otros líderes europeos ante la seguridad militar de Europa no sólo tienen su origen en la agresividad de Putin, sino en la incertidumbre ante el resultado de las elecciones norteamericanas de noviembre, donde Donald Trump se configura como favorito.
Preguntado acerca de su posición ante la OTAN, el líder republicano volvió a acusar a sus aliados europeos de «morosos» y aseguró que «alentaría» a Rusia «a hacer lo que quisiera» con los países que no cumplieran con sus cuotas de gasto en defensa.
De nuevo ¿cuánto hay de real en estas amenazas?
Ningún presidente norteamericano va a desmantelar una Alianza Atlántica que es una de las claves fundamentales de la hegemonía global estadounidense. Si el gasto militar de EEUU supera por sí solo la suma de los doce países que le siguen, el poder militar «ampliado» de la superpotencia (sumando a la OTAN y otros) supone el 68,7% del poder militar total mundial.
Lo que sí es real es que EEUU tiene otras prioridades globales, cada vez más alejadas de Europa occidental. Washington necesita concentrar su fuerza en el área de Asia-Pacífico-Índico, concretamente en el cerco a China, y en otros escenarios clave como el de Oriente Medio.
Y eso implica un cada vez más evidente imperativo geopolítico norteamericano para Europa. Los miembros europeos de la OTAN deben aumentar sus gastos militares al tiempo que ocupan los puestos de avanzada en la frontera con Rusia, en Medio Oriente, el Mediterráneo, el Magreb o el Sahel. Permitiendo que EEUU pueda mantener estas zonas controladas mediante «ejércitos subsidiarios» mientras concentra sus fuerzas y capacidades en Asia-Pacífico.
EEUU tiene otras prioridades globales, cada vez más alejadas de Europa occidental. Washington necesita concentrar su fuerza en el área de Asia-Pacífico, concretamente en el cerco a China
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Una Europa cada vez más empotrada en los planes de guerra del Pentágono
A pesar de las quejas de Trump, las imposiciones fijadas en las diferentes cumbres de la OTAN de que sus miembros deben pasar a gastar al menos el 2% de sus PIB en Defensa se están cumpliendo cada vez más. Y de hecho este porcentaje ya se considera un «suelo», y la nueva exigencia ha pasado a ser… llegar al 4%.
En 2014, antes de que Rusia se anexionara Crimea, solo tres miembros de los 31 que integran la OTAN invertían más del 2% del PIB. Ahora son 11, y se espera que sean 17 a finales de 2024.
EEUU aporta más de dos terceras partes del presupuesto de la organización, el equivalente al 3,5% de su PIB en 2023. Europa vista de conjunto ya están a punto de llegar al umbral del 2% -los aliados europeos de la OTAN aportan 347.000 millones de dólares, el 1,85% de la suma de sus PIB- aunque con una aportación desigual. Reino Unido o Grecia superan el suelo, y también los países que comparten frontera con Rusia, como Polonia, que llega al 4%.
España ha pasado del 0,93% de su PIB al 1,26%, pero el gobierno de Sánchez se ha comprometido a aumentar cada año el porcentaje hasta llegar al 2% en 2029… mientras ha firmado con Bruselas recortes de gasto público de 15.000 millones de euros anuales, y mientras participa en hasta 17 misiones en el exterior. Más dinero para F35, menos dinero para sanidad y educación.