Moción de censura en Francia

París en su laberinto… a la espera de Trump

Una moción de censura tumba al gobierno francés a pocas semanas de que el trumpismo vuelva a la Casa Blanca. La extrema derecha de Francia y del resto del continente aguardan el cambio de linea al otro lado del Atlántico para redoblar su ofensiva política e ideológica, impulsando su tóxica agenda.

El caos y la inestabilidad política han vuelto a Francia solo tres meses después del nombramiento del Gobierno de Michel Barnier. La coalición de izquierdas del Nuevo Frente Popular y la ultraderecha de Le Pen han tumbado al primer ministro de Macron, a pocas semanas de que al otro lado del Atlántico, Donald Trump vuelva a tomar posesión como presidente de los EEUU.

Hubo una vez un rey de los francos, justamente el padre de Carlomagno, al que la Historia conoce como Pipino ‘el Breve’. Ese apodo es el que ahora le ponen al primer ministro francés, Michel Barnier, aunque otros preferirían llamarlo -con sorna- como «el fugaz» o «el irrelevante».

Noventa días ha durado el designado por el presidente galo, Emmanuel Macron para navegar en la tempestad que es la política francesa. Ha naufragado por una doble moción de censura que -a modo de tenaza- ha unido a la ultraderecha y a la izquierda al completo.

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Crónica de una moción anunciada

La muerte política de Barnier estaba cantada desde el principio. Repasemos los antecedentes.

El 9 de junio de 2024, tras unas elecciones europeas que dieron un formidable auge a la ultraderecha de Le Pen (Reagrupamiento Nacional, RN), el presidente francés decidió lanzar un órdago, disolvió la Asamblea Nacional y convocó elecciones legislativas, esperando que el rechazo y la alarma de la mayoría de la sociedad gala contra los ultras se transformara en un apoyo mayoritario a su persona y a su partido. Pero no fue asi, en absoluto fue así.

Primero, porque Macron ya era un activo tóxico. Según un reciente estudio demoscópico llamado Fracturas francesas, el 52% de los ciudadanos quiere que dimita y no lo traga. Y segundo, porque de manera inédita y sorpresiva, la práctica totalidad de las izquierdas galas -desde los Insumisos de Mélenchon a los socialistas, pasando por verdes y comunistas- hicieron de tripas corazón, y ladeando sus notables diferencias, unieron sus listas y su programa en el Nuevo Frente Popular (NFP), que acaparó todo el protagonismo republicano, dejando al elegido de Macron, Gabriel Attal, completamente eclipsado.

Michel Barnier durante su moción de censura

Aún así, la extrema derecha lepenista ganó la primera vuelta con el 37% de los votos. Pero en la segunda y decisiva vuelta, los pactos republicanos contra los ultras se pusieron en marcha, y tanto el NFP como los de Macron retiraron candidaturas en cada prefectura, para concentrar el voto contra Le Pen.

Lo que ocurrió fue que la izquierda del Nuevo Frente Popular quedó como la fuerza más votada en la Asamblea Nacional (182 escaños de 577), seguida del macronismo (168 escaños), tercera una frustrada ultraderecha (143) y a mucha distancia, la derecha «clásica», los Republicanos (60 diputados).

Lo que las urnas habían decidido era un gobierno de cohabitación de los macronistas y la izquierda. Pero el enarca del Elíseo decidió pasarse esa evidencia por el arco del triunfo… y designó como primer ministro a Michel Barnier, líder de Los Republicanos, aunque sólo hubieran obtenido el 6,5% de los votos, e ignorando a la candidata de la izquierda Lucie Castets.

Desde entonces los diferentes partidos de la izquierda -aunque su unidad electoral no ha tardado en saltar por los aires- se la tenían jugada a Barnier. No sólo por sus inclinaciones a pactar y hacer concesiones a la ultraderecha, que también, sino como forma de golpear y hacer tambalearse a Macron.

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Las razones en la ultraderecha

Que la izquierda haya instigado una moción de censura contra Barnier no debe pues extrañar a nadie. Ni siquiera los socialistas, los más maniobreros y proclives tender puentes con Macron, han querido salvarle. “En ningún momento entablaron diálogo con la oposición de izquierda y los ecologistas”, lamentó el socialista Boris Vallaud. «El debate parlamentario de las últimas semanas no se ha limitado a las cuestiones presupuestarias, sino que ha cedido a las obsesiones más viles de la extrema derecha, con quien Barnier se ha encerrado en un tête-à-tête humillante”.

Pero entonces ¿por qué han sacrificado los de Le Pen a un primer ministro que era proclive a hacerles concesiones? La ultraderecha francesa, negociando los presupuestos con Barnier, hubiera podido arrancarle jugosas concesiones: una nueva ley de inmigración ―más dura todavía―, o la reducción de beneficios sanitarios para los migrantes. Pero no han querido ni negociar.

Todos los gobiernos y partidos de ultraderecha europea están esperando a Trump. Y Marine Le Pen no es ninguna excepción.

Los lepenistas, que intenta emular a Meloni en Italia, ocultando sus pasadas complicidades con Putin y emprender el camino de presentarse como una ultraderecha que, aunque euroescéptica, sea «aceptable» para la clase dominante francesa y para Washington, han perdido una ocasión para presentar sus credenciales. ¿Por qué?

Muchos lo achacan a la naturaleza antipolítica de los ultras, a su gusto por verlo todo arder, por el «cuanto peor, mejor». Pero otros miran al otro lado del Atlántico.

Todos los gobiernos y partidos de ultraderecha europea están esperando a Trump, literalmente contando los días y las horas para que el republicano, en una nueva versión 2.0 aún más ultrareaccionaria y desacomplejada, retorne a la Casa Blanca. Y Marine Le Pen no es ninguna excepción.

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¿Y ahora qué?

Andy Bunday

Con la defenestración de Barnier no se avanza ni un milímetro en resolver el enrevesado laberinto que es la política francesa, una situación más crítica aún cuando el país se asoma a una crisis financiera y de deuda que necesitan de la intervención urgente de un ejecutivo que tome medidas decididas, sean las que sean.

El nuevo primer ministro, fuera cual sea, tendrá que lidiar con una Asamblea Nacional dividida en tres bloques -izquierda, macronistas y ultraderecha- casi antagónicos entre si.

Por ley, Macron no puede disolver el Parlamento y convocar nuevas elecciones legislativas hasta el verano de 2025, cuando se cumpla un año de la anterior convocatoria. Y nada garantiza que el equilibrio de fuerzas vaya a cambiar sustantivamente en caso de volver a las urnas.

En cuanto a los sustitutos de Barnier, suenan de momento nombres como el ministro de Defensa, Sébastien Lecornu, que despierta ciertas simpatías entre los de Le Pen; o el centrista François Bayrou, del Movimiento Demócrata. También se habla del socialista Bernard Cazeneuve, que ya ocupó el cargo con François Hollande, o del regreso del ex primer ministro Gabriel Attal. Pero ninguno de ellos ofrece muchas garantías de ser menos breve que el ahora destituído.

Con Francia aún más perdida en su laberinto, y Alemania con un gobierno de Scholz también en crisis y de salida -las elecciones germanas serán el 25 de febrero- las dos grandes potencias europeas se debaten en una conspicua crisis política de incierta resolución. En ambos casos con partidos de extrema derecha -Le Pen o Alternativa por Alemania- como el principal partido de la oposición.

Trump parece encantado. Una Europa ensimismada en sus crisis internas es una presa fácil a la que imponerle nuevos aranceles, mayores tributos de guerra, o tratos degradatorios.

Una perspectiva ante la que el próximo inquilino de la Casa Blanca -que ya ha se ha paseado burlón e irreverente por París, en los actos de presentación de la restaurada catedral de Notre Dame- parece francamente encantado.

Una Europa dividida, noqueada y ensimismada en sus crisis internas es una presa fácil a la que imponerle nuevos aranceles, mayores tributos de guerra, o tratos degradatorios.

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