Conclusiones de la Cumbre del Clima (COP21) de Parí­s

Papel mojado en manos de las grandes potencias

Las espectativas de la Cumbre del Clima (COP21), celebrada en Parí­s con el objetivo de conseguir un amplio acuerdo internacional para limitar el calentamiento global a 2ºC, han quedado reducidas a un compromiso aguado. El acuerdo final elimina cualquier objetivo de abandonar el modelo energético basado en los combustibles fósiles, y establece la base para que las grandes oligarquí­as y potencias mundiales manejen en su favor las resoluciones sobre las cuotas de emisiones.

El acuerdo final ha sido celebrado por las grandes potencias como Francia, anfitriona de la cumbre, y EEUU. El Secretario de Estado, John Kerry afirmó que los acuerdos del COP21 “nos colocan en una vía sostenible para el planeta. Es una gran victoria para todos”. Otros, como las organizaciones ecologistas y los pequeños países costeros -más vulnerables ante la subida del nivel del mar provocada por el calentamiento global- no ocultaban su decepción con las conclusiones. El representante de Nicaragua, al que sólo se le dejó hablar despues de la votación final, denunció que el acuerdo manda al planeta directo a un catastrófico aumento de 3ºC, y que no se han escuchado las voces de muchos países en vías de desarrollo. «Los intereses de las corporaciones ligadas a los combustibles fósiles han desvirtuado completamente el acuerdo”, denuncian los los ecologistas»

No pocos piensan así. El acuerdo saliente del COP21 no es un protocolo, como el de Kioto. No es una diferencia semántica: un acuerdo no tiene carácter vinculante para los países que lo firman. El Protoclo de Kioto del 92 tuvo un cierto éxito: consiguió una reducción del 22% de las emisiones en los 37 países firmantes (muy por encima del 5% fijado como meta). Pero al no ser firmadopor las dos economías más emisoras de CO2 del mundo, China y EEUU, el calentamiento global siguió su curso.

Es por eso que, en esta ocasión, los mayores esfuerzos se han puesto para que lo firmen los 55 países más industrializados, que suman el 55% de las emisiones mundiales, y en particular los más reacios: EEUU y China. Las concesiones (a las grandes potencias y a los patrocinadores de la Cumbre del Clima, los lobbies de las grandes industrias y monopolios de los distintos sectores de la economía, muchos de ellos, como las eléctricas, las petroleras o las automovilísticas, principales responsables de las emisiones de gases de efecto invernadero) han sido tantas que el acuerdo final ha quedado a merced de sus intereses imperialistas y monopolistas.

A pesar de eso, los países del Tercer Mundo y en particular las potencias emergentes, encabezadas por China o India, han logrado algunas concesiones. El texto contempla una diferenciación de los esfuerzos por reducir las emisiones de efecto invernadero, en tres grupos de países: los desarrollados, las potencias emergentes y el resto de países. Sobre los primeros recae el grueso de las responsabilidades. A los segundos se les emplaza, de manera voluntaria, a hacer mayores esfuerzos. El tercer grupo debe ayudar en la lucha contra el calentamiento, pero se les reconocen sus dificultades y se les concede mayor tiempo para adaptarse.

La zorra contaminante cuidando del gallinero ambiental

La principal razón de que el acuerdo de París sea papel mojado reside en que se elimina cualquier objetivo o compromiso para la “descarbonización” o abandono de la economía del carbono, es decir, del modelo energético basado en los combustibles fósiles. Para conseguir el objetivo a largo plazo sobre temperatura, es imprescindible el abandono progresivo -aunque lo más rápido posible- de las energías del carbono y la implantación de energías limpias y renovables.

Tal objetivo ha quedado tan desdibujado que muchas organizaciones ecologistas han salido completamente defraudadas de la Cumbre. Kumi Naidoo, director internacional de Greenpeace, ha declarado que “era improbable que los líderes políticos se rebelen contra los intereses fósiles”. Los Amigos de la Tierra se muestran mucho más críticos. “Es una farsa de acuerdo”, dicen los ecologistas, “los intereses de los combustibles fósiles han desvirtuado completamente el acuerdo que se queda en palabras vacías de contenido”.

En lugar de objetivos -asumibles, progresivos, pero vinculantes y efectivos- sobre la reducción de gases de efecto invernadero y descarbonización, los acuerdos de Paris establecen que los países firmantes se comprometan a hacer un balance entre las emisiones de gases que lanzan a la atmósfera y las captaciones [de esos gases] que hagan los sumideros naturales (los bosques o selvas que esos países tienen, que absorben CO2).

El origen de las emisiones de CO2 es indiferente: quemar petróleo, carbón o gas. Lo que los acuerdos de París piden a los firmantes es que al hacer la resta [emisiones-sumideros] salga un total mundial cada vez menor. De esa manera los combustibles fósiles quedan a salvo de una censura expresa. «El texto final del acuerdo elimina cualquier compromiso vinculante sobre la reducción de gases de efecto invernadero y el abandono de la economía del carbono»

Como si de una balanza comercial se tratara, desaparece cualquier mención a una fecha precisa para dejar de usar fuentes de energía basadas en el carbono o unos porcentajes exactos de recortes de gases.

Y se puede utilizar la capacidad de tragar CO2, por parte de tecnologías o plantaciones de bosques, para equilibrar los balances. La organización de los Pueblos Indígenas han denunciado el acuerdo como una carta blanca para “privatizar y vender los bosques como compensaciones para el carbono”.

Y no es todo. También quedan consumadas las “bulas papales ambientales”. Con el nombre de “mitigación de transferencia internacional”, queda consagrado un mercado mundial de emisiones de carbono, en el que los países podrán comprar (o especular) la cantidad de gases que pueden arrojar a la atmósfera. Como cada país tiene asignada una cuota de emisiones de gases de efecto invernadero que puede emitir, las grandes potencias ricas podrán comprar a los países pobres una parte de esa cantidadde gases. Así, si las grandes industrias de un país desarrollado contaminan más de la cuenta, pueden comprar a cualquier país subdesarrollado un trozo de su derecho a emitir CO2 a la atmósfera. Una práctica que ya se venía haciendo, que potencia el subdesarrollo de los países pobres y la sobrecontaminación de las grandes potencias industriales.

Estas medidas “significan una profundización en la mercantilización del medio ambiente. Favorecen la especulación y la política del talonario frente a los esfuerzos reales de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero”, ha denunciado la organización Ecologistas en Acción.

La esperada Cumbre del Cambio Climático queda reducida así a un conjunto de declaraciones formales, que no garantizan de ningún modo el objetivo de no superar los 2ºC de calentamiento. Patrocinada por los monopolios y grupos industriales ligados al modelo energético del carbono, y auspiciada por las grandes potencias mundiales, era casi una quimera que de ella saliera un giro de 180º para el gran problema medioambiental del planeta, el cambio climático.

Parar y revertir el cambio climático es posible, pero ha de venir de otras manos.

La humanidad y el planeta se enfrentan a un problema grave y potencialmente catastrófico, cuya solución no puede venir de las mismas oligarquías financieras, multinacionales y grandes potencias mundiales que explotan y oprimen a la humanidad y depredan y degradan inmisericordemente el medio ambiente.

Realentizar el cambio climático para poder revertirlo después pasa necesariamente por tres ejes. Primero, la reducción de gases de efecto invernadero; segundo, el cambio del modelo energético (la sustitución de las energías del carbono por energías limpias y renovables); y tercero, la eficiencia energética.

El desarrollo de las fuerzas productivas actual permite abordar el problema del calentamiento global. La humanidad posee los instrumentos científicos y tecnológicos para detenerlo y revertirlo. Pero esos instrumentos necesitan estar en otras manos diferentes a las de las burguesías monopolistas y su frío interés del máximo beneficio.

El desarrollo de las energías limpias y renovables -especialmente la energía solar- va unido a la lucha por el autoconsumo de los consumidores y la soberanía energética de los países, y se enfrenta tanto a los intereses de los grandes grupos monopolistas como al poder de las grandes potencias, que utilizan la dependencia energética como un factor más de imponer el saqueo y la intervención en los países de su órbita.

Por eso la lucha contra el cambio climático y el desarrollismo depredador y por un desarrollo económico globa sostenible con el medio ambiente, que propugna el movimiento ecologista mundial ha de ir indisolublemente unido a la lucha contra el poder de las oligarquías financieras y de las grandes corporaciones, y contra el dominio de las grandes potencias.

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