Espectáculos

Ópera: el exabrupto o la vanguardia

El mundo de la ópera vivió su momento crí­tico hace tres décadas, cuando la jaula se le quedó pequeña, las artes se desarrollaban y abrí­an sus puertas, y la convulsión social exigí­a rebelión – aunque fuera en las formas y para comercializar – o un rincón en los museos. Grandes divos y jóvenes directores chocaron en un proceso de popularización de un género encerrado en una cárcel de cristal. La lucha continua, pero ¿en qué dirección?

Las disutas han sido constantes, y los enfrentamientos a veces de ultimátum: arte, negocio, abrir las puertas o conservar su esencia, su calidad. Ahora el espectáculo ha crecido y los límites se han desdibujado, hasta el punto que hay quien se pregunta si no “se nos ha ido la mano”. En la carrera por abrir las ventanas y que corra el aire, o los ingresos, los responsables de los teatros no son nada inocentes a la hora de primar unas u otras propuestas: la polémica se ha llegado a convertir en un objetivo en sí mismo por conseguir más taquillas. Y eso nunca sale bien, a la larga. Y es que la ópera es un género que debe descansar sobre las espaldas de algún productor con capacidad para afrontar los gastos. Por eso los teatros españoles han hecho un esfuerzo por rebajar sus precios para crear condiciones de un amplio acceso. Una entrada de platea de una función operística de segundo reparto en el Liceu de Barcelona, sin divos pero con cantantes impecables, cuesta 58 euros. Éste no es precisamente un precio “barato” pero teniendo en cuenta que los precios pueden llegar a 7,25 euros, el resultado es evidente: más público como denominador común en todos los teatros europeos en general. Por lo demás el proceso es similar al que han sufrido muchas otras disciplinas. ¿Todo vale o solo vale arte? Y no solo por el tipo de obra y su escenografía – por lo que antes decíamos sobre el gusto por la polémica – sino también por el respeto con el que se trata la técnica y al artista. "En los 10 años que llevo de carrera, el poder de los directores de escena ha ido en aumento. Creo que es justo que se midan bien las cosas porque a veces nos ponen a los cantantes en unas situaciones por lo menos complicadas. No tienen en cuenta que lo más importante es que se escuche la voz y si estás subida a una escalera a punto de caerte igual no es lo más apropiado. Es necesario respetar la profesionalidad de los que están en el escenario". Mariola Cantarero es considerada como la mejor soprano española.Aún así los directores han bregado por romper con muros levantado más allá de lo razonable. Monique Wagemakers, responsable del Rigoletto que se estrena en junio en el Real: "El director de escena tiene que gozar de la confianza absoluta de los intérpretes para que las cosas vayan bien porque por muy extremo que sea lo que tú quieres hacer, si no hay complicidad no lo logras. No debes poner a todos en pelotas sin razones ni argumentos sólidos porque puedes estar segura de que así se va al traste". Ni una cosa, ni la otra. A las generaciones más jóvenes no les cuesta embarcarse en escenografías un poco “selváticas” en las que el chorro de voz corre el peligro de ahogarse entre tanta parafernalia: para eso ya está el Music Hall. Cantarero es rotunda al respecto: “Está bien que se hagan producciones modernas revisadas, pero llevadas con respeto y sin rebasar los límites de la sensibilidad. Porque para ver masturbaciones en una ópera que no vienen a cuento lo mejor es meterse en un cine X y no pagar 200 euros por una entrada". Bueno. A veces si quieres romper hay que exagerar un poco, como en la adolescencia. Todo depende de si lo que se busca es poner el arte en función de ganar dinero, o ganar dinero haciendo arte. Los exabruptos se olvidan pronto y solo engañan las primeras tres veces.

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