Figueruelas es una de las 10 plantas más competitivas del mundo, según el informe Harbour, una empresa independiente que mide la productividad de las empresas, y la más rentable de las que el gigante norteamericano General Motors cuenta en Europa. Sin embargo, los planes de los nuevos dueños pasan por reducir su plantilla y producción en beneficio de las plantas alemanas, donde cada unidad producida cuesta un mínimo de 600 euros más que en España. ¿Cómo es posible?
La cercanía de las elecciones alemanas, dicen, es el motivo or el que Angela Merkel ha ejercido una presión extrema a General Motors para que aceptara la oferta de Magna, que le favorece al traspasar 7.000 de los 10.500 despidos previstos a las plantas que Opel tiene en España, Gran Bretaña, Bélgica y Hungría. En mayo, Merkel concedió una ayuda de 1.500 millones de euros a Opel, a la que ahora se suman 3.000 para el nuevo dueño, el consorcio de la empresa austro-canadiense Magna y el banco ruso Sberbank. Sin embargo, es en la decisión del gobierno norteamericano de no acudir al rescate de las filiales extrangeras de General Motors donde hay que buscar la auténtica causa del drama que está a punto de estallar en los países más afectados. La transferencia de la factura de la crisis a los países dependientes es la política exterior de EEUU para paliar sus efectos. No hay que olvidar que EEUU no se desentiende de Opel, mantiene el 35% de sus acciones y las licencias de tecnología. Y es dentro de esta situación donde cada burguesía monopolista europea juega las cartas de su poder político y económico. La solución que la burguesía monopolista alemana ha dado a esta "patata caliente" es la que su fuerza actual le permite dar: "financiación y producción germano-rusa bajo licencia norteamericana". Los demás que aguanten su vela. El nuevo comprador, Magna, no es más que un holding canadiense especializado en componentes y marcas blancas para la industria de la automoción con fábricas en Austria y que suele trabajar para Mercedes, BMW y Volkswagen. Cuando representantes del Gobierno español y de la comunidad de Aragón acudieron a una reunión con sus homólogos alemanes hace unas semanas para tratar asuntos importantes del futuro de la compañía, se toparon con un detalle muy desagradable: en la mesa habían colocado una única bandera alemana y el portavoz alemán exigía que la reunión se celebrase en su idioma. Ese sí es el verdadero problema político.