Olor a intifada en Jerusalén

La sola mención de Jerusalén lleva siempre al punto de ebullición el conflicto palestino-israelí, y los graves disturbios -los mayores en mucho tiempo, tanto que algunos medios ya hablan de una ‘tercera intifada’- han puesto encima de la mesa la cuestión del futuro de la Ciudad Santa.

Mientras el gobierno de Netanyahu aprueba nuevos asentamientos de colonos en la ciudad, no ceja en las provocaciones a los palestinos, negándoles el acceso a la Explanada de las Mezquitas, uno de los lugares más sagrados del islam.

La tensión que ha vivido Jerusalén estos días -con graves disturbios, cinco palestinos muertos y 450 heridos; y una familia israelí asesinada en represalia- no se veían desde hace muchos años. Decenas de miles de palestinos, a quienes el gobierno de Netanyahu ha impedido el acceso a la mezquita al Aqsa en el viernes santo, tuvieron que hacer el rezo del mediodía en las calles del extramuro del casco viejo, bajo un sol abrasador. Después de la oración, que era también una protesta, se desencadenó una violencia propia de una intifada, con tres jóvenes palestinos tiroteados por colonos.

La mecha se había prendido hacía una semana, cuando un comando de tres árabes-israelíes mató en Jerusalén a dos policías. Tras eso, el gobierno cerró la Explanada de las Mezquitas y el pasado domingo colocó portales electrónicos para detectar metales, una medida que los palestinos consideran un cambio unilateral en el status quo de los templos. Una provocación a la rebelión palestina que -a pesar de que tanto el ejército como los servicios secretos israelíes insistieron en retirar- Netanyahu y el ministro del Interior mantuvieron hasta el rezo del viernes.«Una espiral de violencia que sirve al discurso ultrareaccionario-sionista de Netanyahu para imponer nuevas medidas opresivas contra los palestinos»

Tras los graves disturbios y con una inaudita dosis de cinismo, Netanyahu acusó a los palestinos -y a la autoridad nacional palestina de Mahmud Abás, a quien ningunean permanentemente- de causar los desordenes y exigió su intervención para imponer la calma. Abás respondió -en protesta- suspendiendo los contactos con Israel. Al mismo tiempo, una cruenta represalia llenaba de sangre la ya tensa situación: un palestino masacraba a toda una familia israelí mientras celebraban el sabbat. Al día siguiente, más disturbios y otros dos jóvenes palestinos perdían la vida.

Una espiral de violencia, de acción-reacción antagónica, que sirve al discurso ultrareaccionario-sionista de Netanyahu y sus aliados para imponer nuevas medidas opresivas contra los palestinos. Los días anteriores a los disturbios, el ayuntamiento israelí de Jerusalén anunciaba un nuevo asentamiento para colonos en el norte de la ciudad santa, en los territorios ocupados.

De fondo a esta deriva de provocaciones está el pleno respaldo que ha pasado a recibir Netanyahu del nuevo inquilino de la Casa Blanca, escenificado en la reciente visita de Trump a Tel Aviv y el relanzamiento de Israel -junto a Arabia Saudí- como gendarme yanqui en Oriente Medio. La contención que les imponía la línea Obama ha quedado enterrada y los sectores más agresivos del sionismo se ven autorizados a descargar toda su violencia contra el pueblo palestino.

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