El desorden que debe conducir a un nuevo orden es el rasgo principal que define la actual situación internacional. El mundo ha entrado en un período de transición caracterizado por el inicio del ocaso imperial de la superpotencia yanqui y la emergencia de los reinos combatientes, un puñado de potencias emergentes que ya no se conforman con un mundo de múltiples socios bajo supremacía norteamericana, sino que exigen un mundo de múltiples socios en pie de igualdad.
El mundo unipolar que dejó como herencia la abrupta conclusión de la Guerra Fría con el desmoronamiento de la URSS está llegando a su fin. En la actualidad, y durante una larga etapa de transición –necesariamente tumultuosa y desordenada, si no caótica–, está gestándose el nuevo orden que debe sustituirlo. El declive estratégico de EEUU ha pasado a un estadio superior tras la derrota en Irak y el estallido de la crisis financiera en Wall Street: como le ocurriera a todas las grandes potencias que han existido en la historia, a la superpotencia yanqui le ha llegado la hora de su ocaso imperial. Y no sólo por sus propias debilidades internas, sino también por la acelerada irrupción en el tablero mundial de un conjunto de potencias emergentes a las que bien podría definirse como los nuevos “reinos combatientes”. El período de los siete reinos combatientes es un larga etapa de más de dos siglos de la historia china en el que, ante el declive del poder imperial de la dinastía Zhou, siete señores de la guerra regionales iniciaron un proceso de anexión de los Estados más pequeños de su alrededor y consolidaron su dominio. Abandonando el titulo de duques y nombrándose a sí mismos como reyes, para expresar que se tenían como iguales al rey Zhou, estos siete reinos combatientes iniciaron un prolongado proceso de guerras, conflictos y alianzas móviles y cambiantes, que concluiría con la unificación de China por la dinastía del reino Qin a finales del siglo III antes de Cristo. Al igual que en ese lejano período de la historia china, el mundo se enfrenta hoy a un prolongado período de transición entre el ocaso imperial de EEUU y la irrupción y la emergencia de nuevos centros de poder, de reinos combatientes, China, Rusia, India, Brasil,… que aspiran también a tratarse como iguales con la declinante superpotencia. Los tiempos en los que EEUU era la “nación imprescindible”, la “locomotora económica” del planeta y el “gendarme mundial” han quedado definitivamente atrás. El orden que debe sustituirle, y el papel que cada potencia va a jugar en él, está ahora mismo en un período inicial de gestación. Por ello, su característica principal es la fluidez, un sistema de alianzas móvil y cambiante, todavía no definido y del que es posible pensar incluso que, en su desarrollo, genere alianzas hoy impensables y de consecuencias imprevisibles. ¿A qué velocidad, en qué etapas, de qué forma se va a producir el desmoronamiento del actual orden imperial unipolar? ¿A dónde va a conducir al mundo? Eso va a depender, en primer lugar, de cómo sepa gestionar y negociar su ocaso la superpotencia. Esa es la tarea encomendada a Obama y a su equipo. Y por sus resultados en ella serán juzgados. Aunque ni la correlación de fuerzas ni el estatus actual le son favorables, van a persistir en su objetivo de tratar de liderar un aterrizaje suave de su declive que dé como resultado una especie de hegemonía consensuada, de múltiples socios en la que, a cambio de ceder y compartir poder mundial, se preserve el liderazgo norteamericano, ocupando el papel de “primus inter pares”, el primero entre los iguales. Para ello van a tratar de puentear al resto de “reinos combatientes”, quebrando su posible unidad, negociando directamente con China, ofreciéndole una alianza estratégica. Aunque por el momento, las relaciones entre ambos se mantiene en un estado ambivalente y extremadamente fluido, uno de los rasgos comunes a la relación entre la superpotencia y los reinos combatientes y de estos entre sí. Si por un lado abren un diálogo estratégico que muchos interpretan como el nacimiento de un G-2, una especie de directorio supremo para la gobernación de los principales asuntos mundiales; por el otro la resistencia de Pekín a cualquier tipo de alianza que de alguna manera implique un grado de subordinación a los imperativos estratégicos de la superpotencia, ha hecho aparecer en escena la opción, menos suave y bastante más traumática, de “desviar” a China de sus metas fundamentales, como han puesto de manifiesto los disturbios recientes de Xinjiang, tras los que es imposible no advertir la larga mano de Washington y sus redes de intervención. Todo está, sin embargo, en la actualidad, en gestación. El viejo orden se resiste a desaparecer, mientras el nuevo que debe sustituirlo está aún por definir. Su configuración final dependerá de cómo gestione EEUU el ocaso imperial, pero también por cómo jueguen los reinos combatientes, especialmente China y Rusia, las cartas de su emergencia. Sin olvidar a un actor, los pueblos del mundo, que aunque hoy no está presente como protagonista destacado, dependiendo del desarrollo de los acontecimientos puede llegar a colocarse en primer plano.