¿Qué quiere el Kremlin invadiendo Ucrania?

Objetivos y metas de un ajedrecista sangriento

Ucrania es la pieza clave del proyecto imperialista ruso, que pasa por reestablecer una zona exclusiva de influencia en un perímetro equivalente al de la antigua URSS.

Ya no es una amenaza, sino una cruenta realidad. Hay una guerra en Europa. La Rusia de Putin ha hecho estallar un conflicto de graves e imprevisibles consecuencias no sólo para Ucrania, sino para la estabilidad de Europa y la paz mundial.

La primera y obligada pregunta es ¿por qué? ¿Qué objetivos persigue Moscú en esta agresiva y aventurera agresión militar? ¿Qué pretende hacer con Ucrania? ¿Qué metas geopolíticas tiene la Rusia imperialista de Putin?

Estamos ante una guerra que va a tener dramáticas repercusiones en el plano internacional, pero que también tendrá hondas consecuencias para la propia Rusia. ¿Por qué Putin ha decidido pagar este precio? ¿Qué quiere conseguir el sangriento ajedrecista del Kremlin?

¿Qué quiere hacer Putin con Ucrania?

A priori, deberíamos descartar una invasión total de Ucrania. Moscú no puede ocupar militarmente el país por largo tiempo, y sea lo que sea que pretende, debe conseguirlo en una operación más o menos rápida, so pena de quedar embarrada en un nuevo Afganistán.

No hay comparación posible entre el poderío bélico de Rusia (la cuarta en el ránking mundial de gasto militar, con 62.000 millones de dólares al año) y el de Ucrania (5.600 millones de dólares), ni en la cantidad ni en la calidad de sus efectivos. Pero la aplastante superioridad rusa, brutalmente efectiva para llevar a cabo razzias militares, correrá el peligro de diluirse si los combates se empantanan en una guerra de guerrillas urbana contra una población fuertemente armada y decidida a defender su país.

El ataque buscaría, como mínimo, arrancar importantes trozos territoriales de Ucrania. Pocos dudan de que Donetsk y Lugansk pasarán a ser, como pasó con Crimea, parte de la Federación Rusa. Pero dada la extrema violencia de la invasión, no es descabellado pensar que Rusia además piensa quedarse con todo el corredor terrestre que une la cuenca del Donbas con la península de Crimea, incluyendo un puerto de Mariupol que ya está bajo asedio. Todo el Mar de Azov quedaría así bajo control ruso. Hay quien piensa que Putin podría ir más allá y anexionarse el sur de Ucrania, incluyendo el histórico puerto de Odessa.

Pero esto es sólo una parte. Las tropas rusas están asediando Kiev y Putin está animando a los militares ucranianos a dar un golpe de Estado. Moscú busca derribar el gobierno prooccidental de Zelenski para colocar en su lugar un ejecutivo títere del Kremlin.

El objetivo estratégico de esta invasión es devolver a Ucrania a la órbita de Moscú, mediante una aplastante y rápida victoria que instaure un régimen prorruso.

Por tanto, podemos suponer que Putin ya no busca, como se podría suponer en un principio, humillar y aplastar militarmente a Kiev y arrancarle a Ucrania territorios de mayoría rusófona más o menos extensos. El objetivo estratégico de esta invasión es devolver a Ucrania a la órbita de Moscú, mediante una aplastante y rápida victoria que instaure un régimen prorruso.

Un nuevo papel geopolítico


Este es el espacio de dominio de Rusia. En rojo, el territorio ruso. En tonos azulados, los países que forman parte de su órbita: Bielorrusia, Moldavia, Georgia, Armenia, Kazajistán, Uzbekistán, Kirguizistán, Turkmenistán y Tayikistán. La incorporación de Ucrania (naranja) detendría la expansión de la OTAN hacia el este, y otorgaría a Rusia proyección sobre Europa y el Mediterráneo

Las consecuencias de la invasión de Ucrania van mucho más allá del propio país, incluso del ámbito europeo. Dando cumplimiento a una amenaza anunciada durante semanas, Rusia ha dado un puñetazo encima de la mesa, ha colocado la situación internacional en su momento de mayor tensión desde el 11S, y ha echado por tierra las relaciones políticas, diplomáticas y comerciales con Occidente en para un largo periodo de tiempo. Si bien no es adecuado hablar de «nueva guerra fría» porque hoy en el mundo sólo existe una superpotencia, sí podemos afirmar que sobre Europa puede caer un nuevo telón de acero en torno a la frontera rusa (y bielorrusa).

Tratando de aprovechar la debilidad de una superpotencia norteamericana sumida en su ocaso imperial, con un Biden que ha tenido que retirarse humillantemente de Afganistán hace pocos meses, Moscú ha decidido embarcarse en una agresiva aventura que deja clara la exigencia de que la OTAN detenga su ampliación en torno a las fronteras rusas. Mientras asedia Kiev, el Kremlin ha amenazado a Finlandia y a Suecia con «graves repercusiones militares y políticas» si estos dos países bálticos, hasta ahora neutrales, ingresan en la OTAN.

Pero no es sólo Ucrania. Hace menos de dos meses, las tropas rusas intervenían en Kazajistán para sofocar las protestas contra el presidente Tokáyev. Más lejana en el tiempo (2008) queda la intervención de Moscú contra Georgia por el que el oso ruso arrancó y satelizó las repúblicas prorrusas de Osetia del Sur y Abjasia, y aún más el cruento conflicto con Chechenia (1999) con el que un recién estrenado Putin devolvía a sangre y fuego a este territorio caucásico a la Federación Rusa.

Ucrania -definida por Zbigniew Brzezinski​, uno de los máximos estrategas de EEUU, como un decisivo «pivote geopolítico»- es la pieza clave del proyecto imperialista ruso, que pasa por reestablecer una zona exclusiva de influencia en un perímetro más o menos equivalente al de la antigua URSS -quitando las Repúblicas Bálticas, Rusia, Bielorrusia, Ucrania y los estados exsoviéticos del Asia Central- donde EEUU y Occidente deben tener la entrada vedada. Usando para cohesionar su nuevo imperio la amenaza de la fuerza militar.

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