Obama, un presidente desparecido

«Soy consciente de que, con una Cámara controlada por republicanos hostiles, no hay mucho que Obama pueda hacer en lo que se refiere a polí­ticas concretas. Se podrí­a decir que todo lo que le queda es la tribuna de oradores. Pero ni siquiera la está usando (o, mejor dicho, la está usando para reforzar los argumentos de sus enemigos).»

Obama está fracasando lastimosamente en lo que se refiere a lantear algún tipo de desafío a la filosofía que ahora impera en los debates de Washington; una filosofía que afirma que los pobres tienen que aceptar grandes recortes en Medicaid y los cupones de alimentos; que la clase media tiene que aceptar grandes recortes en Medicare que en realidad suponen el desmantelamiento de todo el programa, y que las corporaciones y los ricos tienen que aceptar grandes bajadas en los impuestos que tienen que pagar. ¡Sacrificio compartido! (THE NEW YORK TIMES) LA JORNADA.- Tras una noche de ataques aéreos lanzados por las fuerzas armadas de Francia contra la residencia de Laurent Gbagbo, una columna de tanques franceses puso cerco a la edificación y cubrió a un grupo de fuerzas especiales que arrestó al ex mandatario y lo entregó al movimiento rebelde de Costa de Marfil. El episodio resulta inaceptable, pues deja ver en toda su miseria la intromisión de la ex potencia colonial en el conflicto interno que desgarra al país africano y, por extensión, la arrogancia imperial con que Occidente se comporta en África, como ocurre en Libia en el momento presente. Estadounidenses y europeos se conducen como depositarios de un poder que nadie les otorgó EEUU. The New York Times El presidente está desaparecido Paul Krugman ¿Qué han hecho con el presidente Barack Obama? ¿Qué ha pasado con la figura inspiradora que sus seguidores pensaban que habían elegido? ¿Quién es este tipo tímido y anodino que no parece representar nada en particular? Soy consciente de que, con una Cámara controlada por republicanos hostiles, no hay mucho que Obama pueda hacer en lo que se refiere a políticas concretas. Se podría decir que todo lo que le queda es la tribuna de oradores. Pero ni siquiera la está usando (o, mejor dicho, la está usando para reforzar los argumentos de sus enemigos). Sus comentarios después del pacto presupuestario de la semana pasada son un ejemplo que viene al caso. Puede que ese terrible pacto, en el que los republicanos terminaron obteniendo más de lo que inicialmente pretendían, fuese lo mejor que podía conseguir, aunque da la impresión de que la idea del presidente sobre el modo de negociar consiste en empezar por regatear consigo mismo, haciendo concesiones preventivas, y luego emprender una segunda ronda de negociaciones con el Partido Republicano, la cual acaba en más concesiones. Y tengan en cuenta que esta solo ha sido la primera de varias oportunidades que tendrán los republicanos de usar el presupuesto como rehén y amenazar con paralizar el Gobierno; al ceder tanto en la primera ronda, Obama ha sentado las bases para concesiones todavía mayores a lo largo de los próximos meses. Pero démosle al presidente el beneficio de la duda y supongamos que esos 38.000 millones de dólares en recortes del gasto -y un recorte mucho mayor respecto a sus propias propuestas presupuestarias- era el mejor trato posible. Aun así ¿era necesario que Obama celebrase su derrota? ¿Tenía que elogiar al Congreso por aprobar "el mayor recorte del gasto anual de nuestra historia", como si unos recortes presupuestarios cortos de miras en un momento de paro elevado -recortes que ralentizarán el crecimiento y harán que suba el desempleo- fuesen realmente una buena idea? Entre otras cosas, el último pacto presupuestario elimina con creces cualquier efecto económico positivo del gran premio que Obama supuestamente ganó con el acuerdo de diciembre: una ampliación temporal de sus bajadas de impuestos de 2009 para los trabajadores estadounidenses. Y el precio de ese acuerdo, recordémoslo, fue una ampliación de dos años de las bajadas de impuestos de Bush, con un coste inmediato de 363.000 millones de dólares y un coste posible que es mucho mayor (porque ahora parece cada vez más probable que esas irresponsables rebajas fiscales se hagan permanentes). En términos más generales, Obama está fracasando lastimosamente en lo que se refiere a plantear algún tipo de desafío a la filosofía que ahora impera en los debates de Washington; una filosofía que afirma que los pobres tienen que aceptar grandes recortes en Medicaid y los cupones de alimentos; que la clase media tiene que aceptar grandes recortes en Medicare que en realidad suponen el desmantelamiento de todo el programa, y que las corporaciones y los ricos tienen que aceptar grandes bajadas en los impuestos que tienen que pagar. ¡Sacrificio compartido! No estoy exagerando. La propuesta presupuestaria de la Cámara que se dio a conocer la semana pasada -y que fue calificada de "audaz" y "seria" por toda la Gente Muy Seria de Washington- incluye recortes salvajes en Medicaid y otros programas que ayudan a los más necesitados, lo que entre otras cosas privaría a 34 millones de estadounidenses de seguro médico. Incluye un plan para privatizar y dejar sin fondos a Medicare que haría que muchos, si no la mayoría, de los mayores no pudiesen permitirse la asistencia sanitaria. Y también incluye un plan para reducir drásticamente los impuestos que pagan las grandes empresas y bajar el tipo aplicado a las rentas más altas hasta su nivel más bajo desde 1931. El Tax Policy Center (Centro de Política Tributaria), un organismo no afiliado a ningún partido, calcula la pérdida de ingresos debida a estas bajadas de impuestos en 2,9 billones de dólares a lo largo de la próxima década. Los republicanos de la Cámara de Representantes afirman que los recortes de impuestos pueden "tener un efecto neutro sobre los ingresos" si se "ensancha la base impositiva" (es decir, si se eliminan las lagunas fiscales y se termina con las exenciones). Pero habría que eliminar muchas lagunas para tapar un agujero de tres billones de dólares; por ejemplo, aunque se suprimiera por completo una de las mayores exenciones, la deducción por crédito hipotecario, ni siquiera nos acercaríamos. Y, por supuesto, los dirigentes del Partido Republicano no han pedido nada así de drástico. No les he visto nombrar ninguna exención importante a la que pondrían fin. Se podría haber esperado que el equipo del presidente no solo rechazase esta propuesta, sino que la viese como un enorme blanco político. Pero aunque la propuesta del Partido Republicano se ha ganado los ataques de varios demócratas (entre ellos una dura condena del senador Max Baucus, un centrista que a menudo ha trabajado con republicanos), la respuesta de la Casa Blanca ha sido una declaración del secretario de prensa expresando una leve desaprobación. ¿Qué está pasando aquí? A pesar de la feroz oposición a la que se ha enfrentado desde el día en que asumió el cargo, está claro que Obama sigue aferrándose a su visión de sí mismo como una figura capaz de superar las diferencias partidistas de Estados Unidos. Y sus estrategas políticos parecen creer que puede conseguir la reelección adoptando una postura conciliadora y razonable, mostrándose siempre dispuesto a transigir. Pero si me piden mi opinión, yo diría que el país quiere -y lo que es más importante, el país necesita- un presidente que crea en algo y que esté dispuesto a adoptar una posición. Y no es eso lo que estamos viendo. THE NEW YORK TIMES. 11-4-2011 México. La Jornada Costa de Marfil, injerencia impúdica Ayer, tras una noche de ataques aéreos lanzados por las fuerzas armadas de Francia contra la residencia de Laurent Gbagbo, una columna de tanques franceses puso cerco a la edificación y cubrió a un grupo de fuerzas especiales que arrestó al ex mandatario y lo entregó al movimiento rebelde de Costa de Marfil. El episodio resulta inaceptable, pues deja ver en toda su miseria la intromisión de la ex potencia colonial en el conflicto interno que desgarra al país africano y, por extensión, la arrogancia imperial con que Occidente se comporta en África, como ocurre en Libia en el momento presente. En vez de procurar la solución de los conflictos internos que sacuden a varias de las naciones de ese continente, estadunidenses y europeos se conducen como depositarios de un poder que nadie les otorgó; de hecho, la mayor parte de las naciones de África han debido protagonizar, contra la férula colonial, arduos y cruentos procesos de liberación nacional para conquistar su independencia. La intervención de París no es, por otra parte, garantía de que la guerra intestina en Costa de Marfil vaya a resolverse; por el contrario, la incursión militar francesa ha provocado ya la furia del sector de la población que respalda a Gbagbo y, en esa medida, ha dado combustible para la continuación del conflicto. Para colmo, el golpe de mano ordenado por Francia contra el derrocado mandatario no puede ostentar la coartada de la democracia y los derechos humanos, pues los dos bandos locales –el de Gbagbo y el del presidente electo reconocido por Occidente, Alassane Ouattara– son, de acuerdo con reportes de organismos humanitarios internacionales, responsables por graves y masivas violaciones a tales derechos: mientras al grupo del gobernante depuesto se le acusa de haber asesinado, en marzo pasado, a un centenar de combatientes fieles a Ouattara, se responsabiliza a las tropas de éste por haber quemado una decena de pueblos alineados con Gbagbo, asesinar a cientos de civiles y violar a una veintena de mujeres y niñas en el oeste del país. Así pues, la injerencia militar francesa no ha reducido la barbarie del cruento conflicto tribal; simplemente, ha dado respaldo de blindados y fuerza aérea a una de las barbaries. Al igual que en Libia, y antes en Afganistán e Irak, la doble moral europea ha quedado exhibida, en suma, en la martirizada Costa de Marfil. El episodio hace ver la urgencia de exigir a las naciones occidentales más contención y buena voluntad ante los conflictos que desgarran a varias naciones de Asia y África, y menos entusiasmo por el uso de la fuerza militar; más y más consistente ayuda efectiva para el desarrollo, y menos bombardeos; más sentido de la responsabilidad nacional y conciencia de la legalidad internacional, y menos injerencias armadas, tan inescrupulosas como ineficaces; más propósitos de solidaridad y menos cálculos geopolíticos mezquinos; más diplomacia y menos fuerzas de operaciones especiales. El envío de fuerzas expedicionarias a países de África, Asia y hasta Latinoamérica, decidido cada vez con menos reparos en la legalidad, constituye un agravio de difícil superación y propicia rencores que, a la postre, se vuelcan contra Occidente mismo. Parece ser, en fin, que ni Estados Unidos ni Europa han aprendido gran cosa de los ataques perpetrados en Nueva York y Washington hace casi una década ni de las desastrosas guerras lanzadas, en supuesto afán de venganza y prevención, por el gobierno de George W. Bush. LA JORNADA. 12-4-2011

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