A un año de su elección

Obama: la gran esperanza… ¿de quién?

Concedido antes de cumplirse el primer año de su mandato, el Premio Nóbel de la Paz a Obama ha generado una viva polémica. Más que hechos contrastados, la Academia Sueca ha premiado deseos y esperanzas… ¿Pero de quién? ¿Quién tiene depositadas sus esperanzas en la presidencia de Obama? ¿Y cuáles son los deseos cuya realización han encomendado al primer inquilino negro de la Casa Blanca?

El residente del Comité Nóbel justificó su decisión “por los esfuerzos para fortalecer la diplomacia internacional y la cooperación entre los pueblos”. Pero el propio Obama ha sido mucho más claro al afirmar que el premio es “una afirmación del liderazgo norteamericano”. Los grandes círculos de la burguesía norteamericana que respaldaron a Obama esperan de él una gestión de la hegemonía que, tras la desastrosa etapa de Bush, limite la amenaza del ascenso de nuevos poderes como China. El resto de burguesías del planeta depositan sus esperanzas en que un “emperador bueno” les proteja del ascenso de “los bárbaros” -los países emergentes procedentes del Tercer Mundo-, al tiempo que les permite participar de la explotación mundial. ¿Pero qué podemos esperar los pueblos de Obama? El reclutamiento de Obama o cómo crear un líder La meteórica carrera de Obama, un desconocido para el gran público hace escasamente tres años, ha sido presentada como el triunfo de un “outsider”, cabalgando a lomos de un poderoso movimiento ciudadano. ¿Es esto realmente así? ¿Puede un “outsider” llegar a ser presidente de la única superpotencia? Se ha repetido hasta la saciedad los orígenes multiétnicos de Obama -un cruce entre blancos y negros, entre protestantismo e Islam, entre Norteamérica, África y Asia…-, pero poco se ha hablado del “nacimiento político” de Obama. La “estrella política” de Obama comienza en la elitista universidad de Columbia, integrante de la Ivy League, el grupo de las ocho universidades más poderosas de EEUU, que incluye a Harvard, Princeton o Yale. La traducción literal de “Ivy League” es “La liga de la hiedra”, porque sus ramificaciones se extienden por toda la estructura de poder norteamericano. Conforman la gran fábrica de cuadros de la superpotencia. Obama se gradúa en Columbia, y hace lo mismo en Harvard, donde salta a la fama al convertirse en el primer norteamericano negro que dirige la prestigiosa revista de leyes de la universidad. Ya en 1993 ocupa un lugar destacado en el ranking de “Los 40 de menos de 40”, una lista de los futuros líderes del país. ¿Pero cómo se ha formado el liderazgo de Obama? ¿Producto de su esfuerzo y tesón? ¿Resultado de aprovechar las oportunidades que ofrece “el sueño americano”, incluso para un negro con padre nigeriano y musulmán? No. La gestación de los futuros líderes es un asunto demasiado importante para dejarlo al albur de la casualidad o el mero impulso individual. La superpotencia norteamericana fabrica sus futuros dirigentes de forma planificada. Y Obama no es una excepción. En la trayectoria de Obama se cruzó Zbigniew Brzezinski, uno de los principales estrategas norteamericanos, asesor de seguridad nacional durante la presidencia de Carter y fundador de la Trilateral. Brzezinski fue profesor de Asuntos Soviéticos en las universidades de Columbia y Harvard, donde, literalmente, “reclutó” a Obama. Brzezinski ponía el ojo en aquellos estudiantes que despuntaban, y los acogía bajo su protección para formarlos como posibles futuros dirigentes, impulsando su carrera y colocándolos en el lugar adecuado y en el momento adecuado. Porque Brzezinski no es sólo Brzezinski. Representa a uno de los más importantes sectores de la burguesía norteamericana, nucleado en torno a los Rockefeller, íntimamente unidos al gobierno y al Estado, dispone de todo un entramado político articulado en torno a influyentes “think-thanks” como la Ford Foundation o el Council of Foreign Relation, esgrime poderosos medios de comunicación… Uno de los “elegidos” por Brzezinski en Columbia y Harvard fue Obama. Los negros de Harvard y los negros de Altgeld Gardens En cada momento de su vida, Obama ha roto límites raciales profundamente incrustados en la sociedad norteamericana. Pero Obama reside en una lujosa área residencial de Chicago, mientras que la mayoría de sus votantes negros permanecen recluidos en barrios depauperados como Altgeld Gardens. Obama comenzó allí su andadura profesional como trabajador social. Pero tuvo que huir de ese barrio obrero –con el 95% de población negra–, para encauzar su carrera en Harvard, una de las más prestigiosas fábricas de cuadros de la burguesía norteamericana. También el color de la piel está sometido a los filtros de clase. Obama contó, desde el primer momento, con el apoyo de los nódulos de la burguesía norteamericana. Ha sido el candidato que más fondos privados ha recaudado, duplicando a los cosechados por su contrincante republicano. El “multilateralismo” de Obama se reduce a intentar gestionar de la mejor manera posible el declive imperial y el irresistible ascenso de nuevos centros de pode incontrolados como China. Fracasada la línea Bush, la burguesía norteamericana ha puesto sus esperanzas en Obama, en intentar atraer a China hacia una especie de “hegemonía consensuada” donde se permita la participación del gigante asiático en la gobernabilidad mundial a cambio de que Pekín aceptara la primacía norteamericana. Y, para ello, Obama no sólo va a utilizar las buenas maneras de un Nóbel de la Paz. Brzezinski, el mentor político de Obama, fue el primero en lanzar la idea de un “G-2 global”, una especie de entente que “encauce” el ascenso chino para que no entre en conflicto con la hegemonía norteamericana. Pero, al mismo tiempo, Brzezinski es también el teórico de la desestabilización, la división y las operaciones encubiertas como medio para doblegar la voluntad de los “díscolos”. Ya lo hizo en Afganistán, creando la red de Al Qaeda para lanzarla contra la URSS. Y uno de los ejemplos que más ha utilizado durante los últimos años es el de la minoría uigur en el Turkestán chino. Y lo que Brzezinski teoríza, Obama lo ejecuta. En pocos días el presidente norteamericano acudirá a China para intentar sellar un histórico acuerdo. Pero su visita estará acompañada de los ecos del conflicto uigur que ha estallado en los últimos meses. La paz no se pide, se conquista La concesión de un Premio Nóbel de la Paz a un presidente norteamericano no debe deslumbrar a nadie. Los precedentes no son precisamente halagüeños. El primer inquilino de la Casa Blanca en ser reconocido como “Príncipe de la Paz” fue Theodore Roosevelt, representante de los “jingoes” -los halcones de finales del XIX y principios del XX-. El primer Roosevelt fue el ideólogo de la política del “gran garrote” -esgrimir la fuerza militar-, así como ejecutor de la anexión de Cuba, la fragmentación de Panamá o de las múltiples invasiones de los marines en Centroamérica. Es evidente que la concesión del Nobel de la Paz a un Obama que apenas ha comenzado su mandato es un intento de fortalecer su figura cuando se enfrenta, dentro y fuera de EEUU, a importantes desafíos sin resolver. La Academia sueca, representante de las “elites ilustradas” de la burguesía europea, lanza al mundo el rotundo mensaje de que, a pesar de los defectos -el impulso a la guerra de Afganistán, que exige el tributo en sangre de soldados europeos- es mejor un “emperador bueno” que volver a la época de Bush. Pero la paz o la libertad no es una graciosa concesión del emperador, sino una conquista de los pueblos. La “obamanía” predica que debemos ser “buenos vasallos”, felices de contar con un “señor benévolo”, y que el peligro está en los “bárbaros” que se atreven a cuestionar el poder del emperador. La realidad es exactamente la contraria. Sólo cuando la lucha de los pueblos ha provocado un saludable desorden hemos estado en condiciones de avanzar. Mientras que el poder del imperio sólo puede imponerse por la fuerza, independientemente del color de la piel del emperador.

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