Emerge una nueva izquierda

Los partidos comunistas, que se habí­an identificado con el «campo socialista» y con la Unión Soviética, han desaparecido o han visto disolverse su base social, a excepción relativa de Grecia y Portugal. En cuanto a la socialdemocracia, al acompañar e impulsar las polí­ticas liberales en el marco de los tratados europeos, ha contribuido activamente a desmantelar el Estado social del que obtení­a su legitimidad. A medida que sus ví­nculos con el electorado popular se debilitaban, se reforzaba su integración en los medios de negocios

Mientras que esta izquierda del centro cada vez se distingue menos de la derecha del centro, ha crecido tras la caída del muro de Berlín una nueva generación que no habrá conocido más que las guerras calientes imeriales, las crisis ecológicas y sociales, el desempleo, y la precariedad. Una minoría activa de estos jóvenes retoma el gusto por la lucha y la política, pero mantiene su desconfianza ante los juegos electorales y los compromisos institucionales. Al rechazar un mundo inmundo sin llegar a concebir "el otro mundo" necesario, esta radicalidad puede tomar direcciones diametralmente opuestas: la de una alternativa claramente anticapitalista, o la de un populismo nacionalista y xenófobo. No estamos ante una crisis como las que ha conocido frecuentemente el capitalismo, sino ante una crisis de la desmesura de un sistema que pretende cuantificar lo incuantificable y dar una medida común a lo inconmensurable. Es probable que estemos, por tanto, al principio de un seísmo, con recomposiciones y redefiniciones, del que saldrá un paisaje político dentro de unos años totalmente recompuesto EXPANSIÓN.- La contabilidad creativa que mide las cifras de desempleados no sólo implica una manipulación interesada que trata de maquillar la consecuencia más dramática de la crisis. Además, desconocer la magnitud real de un problema no es la mejor manera de poner los medios para resolverlo. EL PAÍS.- Pero una vez liberados, aunque en este momento suene mal, alguien tendrá que decir que es absolutamente bochornoso el espectáculo que dan los barcos de pesca españoles, franceses y japoneses, unos países ricos, felizmente sobrealimentados, en apariencia tan civilizados, despojando frente a las costas de Somalia, una región llena de miseria, de la única riqueza que bulle en sus aguas. Cuando ya no quede un solo pez, se irán, no sin dejar allí instalada la pobreza para siempre Opinión. El País Emerge una nueva izquierda Daniel Bensaid Las recientes elecciones alemanas y portuguesas han confirmado la emergencia en varios países de Europa de una nueva izquierda radical. En Alemania, Die Linke ha obtenido el 11,9% de los sufragios y 76 diputados en el Bundestag. En Portugal, el Bloque de Izquierda ha alcanzado un 9,85% y ha doblado su representación parlamentaria con 16 diputados. Esta nueva izquierda surgió a finales de los años noventa con la renovación de los movimientos sociales y el auge del movimiento alter-mundialista. La novedad reside en su avance electoral, que no se limita a un país o dos, sino que esboza una tendencia europea (ilustrada, entre otros, por la Alianza Roja y Verde en Dinamarca, Syriza en Grecia o el Nuevo Partido Anticapitalista en Francia), todavía frágil y desigual, según los distintos sistemas electorales. Por ejemplo, el NPA y el Frente de Izquierdas tienen en Francia un potencial acumulado de aproximadamente un 12%, pero no cuentan con ningún parlamentario electo, debido a un sistema uninominal a dos vueltas que excluye toda representación proporcional y favorece el "voto útil" como mal menor. Varios factores explican este fenómeno y, ante todo, el hundimiento o el retroceso de los partidos socialdemócratas y comunistas que han estructurado desde hace medio siglo la izquierda tradicional. Los partidos comunistas, que se habían identificado con el "campo socialista" y con la Unión Soviética, han desaparecido o han visto disolverse su base social, a excepción relativa de Grecia y Portugal. En cuanto a la socialdemocracia, al acompañar e impulsar las políticas liberales en el marco de los tratados europeos, ha contribuido activamente a desmantelar el Estado social del que obtenía su legitimidad. Bajo pretexto de "renovación", de "tercera vía" y de "nuevo centro", se ha metamorfoseado además en formación de centro izquierda, a semejanza del Partido Demócrata italiano. A medida que sus vínculos con el electorado popular se debilitaban, se reforzaba su integración en los medios de negocios. El paso de Schröder al consejo de administración de Gazprom, y la promoción de dos "socialistas" franceses (Dominique Strauss-Kahn y Pascal Lamy) a la cabeza del FMI y de la OMC simbolizan esa transformación de altos dirigentes socialistas en hombres de confianza del gran capital. Paladina de la "economía social de mercado" y del compromiso social, la socialdemocracia alemana ya ha pagado por ello, al registrar en las elecciones del 27 de septiembre una pérdida de 10 millones de electores en 10 años. Mientras que esta izquierda del centro cada vez se distingue menos de la derecha del centro, ha crecido tras la caída del muro de Berlín una nueva generación que no habrá conocido más que las guerras calientes imperiales, las crisis ecológicas y sociales, el desempleo, y la precariedad. Una minoría activa de estos jóvenes retoma el gusto por la lucha y la política, pero mantiene su desconfianza ante los juegos electorales y los compromisos institucionales. Al rechazar un mundo inmundo sin llegar a concebir "el otro mundo" necesario, esta radicalidad puede tomar direcciones diametralmente opuestas: la de una alternativa claramente anticapitalista, o la de un populismo nacionalista y xenófobo (el Frente Nacional en Francia, el National Front en Reino Unido), e incluso la de un nuevo nihilismo. Sin embargo, es alentador constatar que el electorado de Die Linke, como el de Olivier Besancenot en las elecciones presidenciales francesas de 2007, se caracteriza por tener un componente joven, precario y popular, proporcionalmente superior al de los otros partidos. Sin embargo, la nueva izquierda no constituye una corriente homogénea reunida en torno a un proyecto estratégico común. Se inscribe más bien en un campo de fuerzas polarizado, de un lado, por la resistencia y los movimientos sociales, y del otro, por la tentación de la respetabilidad institucional. La cuestión de las alianzas parlamentarias y gubernamentales ya es para esta izquierda una verdadera prueba de verdad. Rifundazione Comunista, que todavía ayer aparecía como el buque insignia de esta nueva izquierda europea, se suicidó al participar en el Gobierno Prodi sin impedir el retorno de Berlusconi. Mucho más allá de las tácticas electorales, estas opciones revelan una orientación que Oskar Lafontaine resume con acierto: "Hacer presión para restaurar el Estado social". Por tanto, no se trata de construir pacientemente una alternativa anticapitalista, sino de "hacer presión" sobre la socialdemocracia para salvarla de sus demonios centristas y hacerla volver a una política reformista clásica dentro del marco del orden establecido. En cuanto a "restaurar el Estado social", para ello haría falta empezar por romper con el Pacto de Estabilidad y el Tratado de Lisboa, reconstruir unos servicios públicos europeos y someter el Banco Central Europeo a instancias elegidas. En resumen, hacer exactamente lo contrario de lo que han hecho los gobiernos de izquierdas durante los últimos 20 años y siguen haciendo cuando están en el poder. La moderación de la socialdemocracia ante la crisis económica y su declaración común durante las últimas elecciones europeas demuestran que su sometimiento a los imperativos del mercado no es reversible. En cambio, el día después de las elecciones portuguesas, Francisco Louça, el diputado que coordina el Bloque de Izquierda, rechazó los cantos de sirena gubernamentales, al declarar rotundamente que su formación estaría "en la oposición", en contra de las privatizaciones anunciadas, del desmantelamiento de los servicios públicos y del nuevo código de trabajo; por tanto, en la oposición del Gobierno Sócrates. Esta opción también está en el corazón de las divergencias entre el NPA de Olivier Besancenot, que rechaza toda alianza de gobierno con el Partido Socialista, y el Partido Comunista francés, claramente comprometido con la perspectiva de reconstruir la "izquierda plural", cuyo gobierno condujo al desastre de 2002 con Le Pen en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Estas dos opciones atraviesan, sin duda, la mayoría de los partidos de la nueva izquierda y, en concreto, Die Linke, cuya coalición con el SPD, ya muy discutida en el Ayuntamiento de Berlín, tendería a generalizarse como parece anunciarlo la alianza trabada últimamente en el land de Brandenburgo. De este modo, se esboza la opción estratégica a la que se verá confrontada la nueva izquierda. O bien se contenta con un papel de contrapeso y presión sobre la izquierda tradicional privilegiando el terreno institucional; o bien favorece las luchas y los movimientos sociales para construir pacientemente una nueva representación política de los explotados y oprimidos. Esto no excluye de ningún modo que busque la más amplia unidad de acción con la izquierda tradicional, en contra de las privatizaciones y las deslocalizaciones, y a favor de los servicios públicos, la protección social, las libertades democráticas y la solidaridad con los trabajadores inmigrados y sin papeles. Pero esto exige una independencia rigurosa respecto a una izquierda que gestiona lealmente los asuntos del capital, a riesgo de hacer aborrecer la política a las nuevas fuerzas emergentes. La crisis social y ecológica está todavía en sus inicios. Más allá de posibles recuperaciones o mejoras, el desempleo y la precariedad se mantendrán en unos niveles muy elevados y los efectos del cambio climático seguirán agravándose. En efecto, no estamos ante una crisis como las que ha conocido frecuentemente el capitalismo, sino ante una crisis de la desmesura de un sistema que pretende cuantificar lo incuantificable y dar una medida común a lo inconmensurable. Es probable que estemos, por tanto, al principio de un seísmo, con recomposiciones y redefiniciones, del que saldrá un paisaje político dentro de unos años totalmente recompuesto. Hay que prepararse para ello y no sacrificar el surgimiento de una alternativa a medio plazo por operaciones de politiqueo e hipotéticas ganancias inmediatas que traen amargas desilusiones. EL PAÍS. 2-11-2009 Editorial. Expansión ¿Dónde están los parados que faltan? La contabilidad creativa que mide las cifras de desempleados no sólo implica una manipulación interesada que trata de maquillar la consecuencia más dramática de la crisis. Además, desconocer la magnitud real de un problema no es la mejor manera de poner los medios para resolverlo. El baile de cifras tiene su origen en los objetivos y metodologías propios de cada sistema de medición: la Encuesta de Población Activa (EPA) mide conjuntamente la población activa, la ocupada y la parada, mientras que el Servicio Público de Empleo Estatal hace su medición teniendo en cuenta el número de personas que se registran como parados en el antiguo Inem, aunque excluye a ciertos colectivos demandantes –los Denos, demandantes de empleo no ocupados–, una engañosa criba que abre un abismo entre una y otra medición. Como Expansión & Empleo hacía notar este fin de semana, el colectivo de Denos y otros colectivos de parados cuya casuística también les excluye de las listas alcanza a 714.478 personas que, sumadas a los 3.709.447 que sí computan como desempleados en los registros del SPEE, dan como resultado una bolsa de 4.423.925 parados, lo que supera incluso las estimaciones de la EPA. Y aunque los autónomos no suelen acudir a los servicios públicos de empleo –este colectivo no tiene actualmente derecho a una prestación por cese de actividad–, lo cierto es que a finales de 2009 podrían ser 200.000 los que se hayan quedado en paro este año. Sin olvidar el efecto desánimo, que hace que cada vez más personas abandonen la búsqueda de empleo. Bien o mal contadas, estas cifras de paro deberían llevar a un nivel de conflictividad social nunca visto, que si algo lo contiene, además de la laxitud sindical, es el hecho de que un cuarto de la fuerza laboral española vive de la economía sumergida. De los polvos de este mercado sumergido vienen los lodos de la imposibilidad de liberalizar la contratación, la creación de empresas o la adecuación de los empleos a las especificidades de cada trabajador. El hecho es que el volumen de paro en España parece tener mejor acomodo en una tasa del 19,3%, según las mediciones Eurostat, la oficina de estadísticas de la UE, que también nos sitúa como líderes en paro de larga duración. Una lacra estructural que resulta de la rigidez regulatoria del mercado laboral. EXPANSIÓN. 2-11-2009 Opinión. El País Caín & Abel Manuel Vicent Llegado el momento, Caín mató a Abel. Tenía que pasar. El agricultor mató al ganadero y gracias a ese crimen metafórico la economía dio un gran paso adelante y comenzó a evolucionar. Abel era un pastor trashumante cuyas ovejas iban arramblando con todo lo que pillaban y atrás sólo dejaban pastos y cosechas esquilmados. Por el contrario, Caín era partidario de asentarse en un valle feraz para dominar y cultivar la tierra. Frente a Abel, un señorito reaccionario bien visto por Dios, Caín era un progresista con gran sentido de la historia. Esta pelea a muerte, que se inició en las puertas del paraíso, aún no ha terminado. Gran parte de las películas del Oeste no han hecho sino recrear ese mito. Y ahora el mito de Caín y Abel se ha trasladado al mar. Los pescadores de altura, explotados por sus armadores y patronos, se juegan la vida en busca de caladeros en aguas internacionales y cuando los encuentran ya no se van hasta dejarlos agotados. Mientras unos marineros compatriotas estén secuestrados por los piratas somalíes, hay que hacer pronto, sin enredos leguleyos, lo que hacían en estos casos los frailes mercedarios: pagar el rescate y asunto arreglado. Pero una vez liberados, aunque en este momento suene mal, alguien tendrá que decir que es absolutamente bochornoso el espectáculo que dan los barcos de pesca españoles, franceses y japoneses, unos países ricos, felizmente sobrealimentados, en apariencia tan civilizados, despojando frente a las costas de Somalia, una región llena de miseria, de la única riqueza que bulle en sus aguas. Cuando ya no quede un solo pez, se irán, no sin dejar allí instalada la pobreza para siempre. Por supuesto, faenan en un mar libre, pero hasta que el mar no se someta a un cultivo racional, estas flotas pesqueras ejercerán el oficio de Abel, el trashumante, el esquilmador de la naturaleza y los piratas somalíes serán los seguidores del bueno de Caín, de nombre maldito, aunque fue el primer defensor del progreso económico con una quijada de asno. Los antiguos filibusteros, bucaneros y corsarios llenaron un día de aventuras románticas nuestra imaginación juvenil. Puede que estos piratas somalíes no sean tan fascinantes. Sólo tratan de sacar una mínima tajada a cambio del despojo de sus mares. EL PAÍS. 1-11-2009

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