Se acabaron para Obama los 100 días de gracia. Los discursos idealistas dejan paso a la dura realidad política. Y Obama, como jefe del Imperio, está obligado a pronunciarse. En uno u otro sentido. Lo ha dicho bien claro el presidente legítimo de Honduras, Manuel Zelaya: «si detrás de todo no está el Gobierno de EEUU, el golpe no debería durar ni 48 horas». El plazo está a punto de expirar.
A nadie mínimamente consciente de la realidad de nuestro mundo se le escaa que lo sustancial del asunto en estas horas clave –y en las precedentes– no se está decidiendo en Tegucigalpa, sino en Washington. Son demasiados y demasiado poderosos los vínculos de dependencia y subordinación que unen a generales, políticos y a la oligarquía bananera de Honduras con el Pentágono, la CIA y la Escuela de las Américas como para pensar algo distinto. Si esto ha sido siempre así desde principios del siglo XX, mucho más tras el paso en los años 80 por la región del virrey plenipotenciario de Reagan, John Negroponte, encargado de convertir a Honduras en la plataforma desde la que organizar la guerra sucia contra la revolución sandinista hasta “hacer aullar de dolor” a Nicaragua, al tiempo que sus escuadrones de la muerte imponían el terror a sangre y fuego en la misma Honduras, en El Salvador o en Guatemala para evitar a cualquier precio el “contagio nicaragüense”. Los mismos militares que entonces hicieron el trabajo sucio de Washington son quienes hoy están al mando del ejército hondureño. ¿Quieren hacernos creer que la CIA o el Pentágono no tienen nada que ver en todo esto? Aunque los miembros de la administración Obama son culpables de llevar meses removiendo el suelo bajo los pies del presidente Zelaya –como ha reconocido su propio embajador, en declaraciones al New York Times de hoy: “hablamos de cómo podría sacarse al presidente de su cargo, cómo podría ser arrestado, en nombre de qué autoridad podrían hacer eso”– es muy probable que ellos, como afirman, no hayan estado directamente implicados en el golpe de Estado. Sino que éste haya sido propiciado de forma autónoma por los halcones que siguen anidados en los oscuras cloacas del poder imperial, con el respaldo abierto o encubierto del sector más duro de la burguesía imperialista norteamericana, que no por derrotada tras el estrepitoso fracaso de la línea Bush permanece pasiva o desactivada. Pero esto no altera la sustancia del asunto. Si no ha sido la línea Obama quien ha propiciado el golpe, ahora sí está obligada a tomar posición ante él. Condescender con los golpistas dándoles tiempo a que se consoliden de una u otra forma en el gobierno, o utilizar los múltiples mecanismos de intervención que posee para obligarles a retirarse y reponer al presidente legítimo. Con su acción inducida, los golpistas hondureños –o para ser más exactos, las fuerzas del hegemonismo yanqui que están detrás de ellos– han puesto a Obama frente al espejo: ¿que se creía usted que era el Imperio? ¿Hasta dónde está dispuesto a llegar, o no, para proteger sus intereses? Una disyuntiva que supone un claro desafío para Obama. O revertir el golpe, lo que implica actuar contra sus más fieles aliados en Centroamérica y someterse a la implacable crítica de la oposición interna de no proteger los intereses estratégicos de EEUU, actuando de forma “blanda” ante el avance de las fuerzas antihegemonistas en Iberoamérica. O exponerse a sufrir una nueva y considerable pérdida de influencia en la región y una profunda quiebra en la credibilidad de un liderazgo recién inaugurado. Pero, independientemente incluso de la posición que adopte la administración Obama, el curso previsible de los acontecimientos es que los golpistas hondureños disfruten de un triunfo efímero. En primer lugar por la valiente respuesta del pueblo hondureño. Quien a pesar del toque de queda ordenado por los golpistas han permanecido rodeando el palacio presidencial para impedir la toma de posesión del presidente ilegítimo. Sindicatos y organizaciones populares de todo el país preparan ya una jornada nacional de lucha para el próximo jueves, coincidiendo con el anunciado regreso del presidente Zelaya a Honduras, al que se disponen a recibir de manera multitudinaria y masiva. En segundo lugar por la contundente respuesta al golpe que, de manera ejemplar, han encabezado los gobiernos iberoamericanos, con Chávez y los miembros del ALBA al frente, no dejando el mínimo resquicio para que los golpistas pudieran recibir la menor cobertura –explícita o implícita– de la comunidad internacional. La velocísima reacción tanto de los gobiernos como de los organismos multilaterales americanos (el ALBA, el Grupo de Río, Unasur, la OEA) ha conseguido aislar de forma completa al gobierno fantoche de Micheletti. El anuncio, aún no concretado, de que varios presidentes iberoamericanos acompañarán el jueves al presidente Zelaya, y junto al secretario general de la OEA, el chileno Miguel Insulza, en su regreso a Honduras puede marcar el fin definitivo de la intentona golpista. Sea como fuere, el golpe en Honduras es, en contra de lo que indican las apariencias y de lo que ocurrió con los golpes de los años 60 y 70, una muestra de la extrema debilidad y aislamiento de las fuerzas más reaccionarias y prohegemonistas en el continente iberoamericano. Con la llegada del nuevo milenio, Iberoamérica se ha puesto en pie, decidida a andar su propio camino, caminar con sus propios pies y pensar con su propia cabeza. Y no hay fuerza en el mundo, por poderosa que sea, que a día de hoy parezca capaz de detener esta corriente imparable. Se acabaron los tiempos en que Washington dictaba y sus gorilas ejecutaban impunemente.