Selección de prensa nacional

Obama en la vieja Europa

Antes de la conocerse las conclusiones de la cumbre del G-20, los principales medios de comunicación españoles han aprovechado la ocasión de la primera visita del nuevo presidente norteamericano a Europa para fijar su posición con respecto a éste y, más en general de las relaciones entre Europa y EEUU.

Para El País, lo que no constituye ninguna sorresa, su progresismo acaba exactamente donde empieza el terreno de las relaciones con el hegemonismo. El párrafo final de su editorial no puede ser más significativo. “A la postre, y a pesar de que el poder de Estados Unidos se diluya inevitablemente en nuevas y poderosas realidades económicas y geopolíticas, es bien poco lo que Europa puede hacer sin el empuje de la superpotencia que sigue siendo motor de la economía mundial y, en última instancia, garante de su seguridad”. Si alguien, despistado por las críticas a Bush, creyó en algún momento observar algo de antihegemonismo en el buque insignia del Grupo Prisa, ya puede salir de su error. Europa no es nada sin el empuje de la superpotencia. Y no sólo por razones económicas, sino sobre todo por ser “garante de su seguridad”. Para ABC, que ni con Bush ni con Obama se siente especialmente incómodo, sólo hay que esperar que la realidad geopolítica mundial obligue a la nueva administración norteamericana a asentar los pies sobre la tierra. La experiencia le indica al editorialista de ABC que tarde o temprano Obama –por más proclamas de multilateralismo o de diplomacia inteligente que haga– se verá obligado a definir quienes son sus amigos y quiénes sus enemigos. Y el diario conservador no tiene la más mínima duda de en qué lado estará cuando eso ocurra. Editorial. El País. OBAMA EN EUROPA Barack Obama, el presidente de Estados Unidos por el que Europa ha suspirado, está en Europa, en su primer viaje trasatlántico de calado. Es más que probable, sin embargo, que esta gira vertiginosa (G-20, cumbre de la OTAN, reunión UE-EEUU, Turquía) acabe con un puñado de mensajes y gestos esperanzadores -como la aparente puesta a cero del contador de agravios, ayer, entre Moscú y Washington- pero más bien vacía de resultados concretos. En el transcurso de muy pocos meses, la recesión global se ha cobrado también su peaje en este terreno. Las divergencias transatlánticas sobre la manera de conducir la crisis económica, con una Europa alejada de las pretensiones de estímulo fiscal coordinado de la Casa Blanca, hipotecan de hecho acuerdos sustanciales en la cumbre del G-20. Pero tampoco son compartidas a este lado del mar algunas otras prioridades internacionales de Obama. Afganistán, que será el eje de la cumbre de la OTAN en Estrasburgo, es el mejor ejemplo de una situación en la que Washington, que hace unos meses exigía más tropas y mayor compromiso, se conforma ya casi con cualquier contribución europea a una guerra crucial. Y sin embargo, y pese a su dedicación casi exclusiva a temas domésticos desde su llegada al poder -la definición de una ambiciosa agenda reformista y, sobre todo, la manera de capear una crisis brutal-, el presidente de Estados Unidos ha dado en estos dos meses pasos significativos en terrenos que causaron enorme fricción entre los europeos y George W. Bush. Obama se ha acercado claramente a las posiciones de la UE en asuntos como Irak, la indecente prisión de Guantánamo o Irán, donde la inicial flexibilidad diplomática estadounidense ha tenido su primer resultado en la conferencia sobre Afganistán. En asunto tan decisivo como el cambio climático, el nuevo inquilino de la Casa Blanca ha señalado un nítido viraje respecto de la intransigencia reaccionaria de su predecesor. Sería un error no responder con alguna concesión al socio tan deseado. A la postre, y a pesar de que el poder de Estados Unidos se diluya inevitablemente en nuevas y poderosas realidades económicas y geopolíticas, es bien poco lo que Europa puede hacer sin el empuje de la superpotencia que sigue siendo motor de la economía mundial y, en última instancia, garante de su seguridad. EL PAÍS. 2-4-2009 Editorial. ABC OBAMA EN LA VIEJA EUROPA NI los Estados Unidos que representa, ni la Europa que le recibe, son en estos momentos los polos hegemónicos indiscutibles del planeta. La crisis económica mundial ha convertido esta primera visita al Viejo Continente del carismático presidente norteamericano en una especie de peregrinación de la que se esperan resultados milagrosos para las finanzas, para la guerra de Afganistán o para las relaciones con la siempre imprevisible Rusia. Como Barack Obama todavía está en pleno periodo de gracia, probablemente su popularidad no corre ningún peligro a corto plazo, aunque los buenos o malos resultados de las gestiones en esta sucesión de reuniones y cumbres, tarde o temprano se harán sentir en el balance de su mandato presidencial. La Unión Europea que le recibe está dividida, tanto porque la crisis afecta de manera distinta a cada país, como también porque en ella cohabitan gobiernos de componente ideológico diverso, más allá de aquel simplismo entre la «nueva» y la «vieja» Europa. Hay muchos Ejecutivos nacionales que asisten con la mayor complacencia a la destrucción y el desmantelamiento de ciertas políticas del predecesor de Obama en la Casa Blanca, del mismo modo que hubo países cuyos gobernantes se encontraron cómodos con Washington cuando el presidente era George Bush. Aquellos que tendían a fundir las críticas a Bush con un cierto antinorteamericanismo primario son los que deberían reflexionar más atentamente por qué en estos momentos se sienten inclinados a apoyar a su sucesor y a hacerse una fotografía con él a toda costa, para presumir de relaciones privilegiadas con la primera potencia mundial. Los que piensen que era Bush el que generaba la división entre los europeos corren el riesgo de descubrir que lo único que ha cambiado es la variedad de gobernantes con los que el presidente norteamericano es capaz de estar cómodo. Tal vez la principal diferencia entre Obama y sus predecesores sea que tiene alguna experiencia vital en el extranjero, lo que sin duda tiene que ver con el hecho de que, por ahora, está dispuesto a escuchar a todo el mundo con una gran apertura de miras. Su gran acierto ha sido el lema de una política exterior que busca hacer más amigos y menos enemigos. Pero en las calles de Londres sigue habiendo manifestaciones antisistema, y tarde o temprano al presidente norteamericano le corresponderán decisiones en las que deberá decidir quiénes son sus amigos y quiénes no. ABC. 2-4-2009 Editorial. El Mundo G-20: SOLUCIONES CONCRETAS PARA CALMAR LA FURIA LONDRES sirvió ayer de escenario de las diferentes sensibilidades sobre la crisis económica. Por la mañana, la furia: decenas de miles de manifestantes salieron a la calle para protestar por los excesos del capitalismo. Una minoría violenta intentó asaltar los bancos de la City, provocando una batalla contra la Policía. Por la noche, la pompa: los jefes de Gobierno del G-20 fueron recibidos en Buckhingham Palace por la Reina y, más tarde, cenaron en Downing Street, con Gordon Brown como anfitrión. El reto de los dirigentes políticos de los mayores países del mundo que se reúnen hoy en la capital británica no es otro que dar una respuesta efectiva a los manifestantes que salieron a la calle y al resto de habitantes del planeta, que esperan soluciones concretas y factibles a una crisis que se ha agudizado desde el 15 de noviembre, fecha de la anterior cita de Washington. Hay una diferencia esencial entre aquel encuentro de Washington y éste de Londres: la presencia de Obama, que en sus dos primeros meses de mandato ha tomado importantes iniciativas para reactivar la economía de EEUU. Sarkozy y Merkel le emplazaron ayer a llegar a compromisos que supongan el relanzamiento de la economía internacional, subrayando que no es el momento de «discursos bonitos» sino de poner en marcha medidas que fomenten un crecimiento estable. Aquí reside precisamente el quid del éxito o fracaso de la cumbre: en que los países del G-20, que representan el 85% de la producción mundial, sean capaces de pasar de los grandes principios pactados en Washington a su aplicación en términos concretos. Todos los Gobiernos son conscientes de que la economía está altamente globalizada y de que es necesaria una mayor cooperación internacional para salir de esta crisis. Pero las recetas son distintas. Obama y Brown están siguiendo las tesis keynesianas para sacar a sus países de la recesión, con fuertes incrementos del gasto público.Ambos han inyectado considerables sumas de dinero público para sanear su sistema financiero. Esta política no suscita ningún entusiasmo en Angela Merkel, partidaria de un uso más cauteloso de los recursos públicos y contraria a bajar los impuestos, como ha anunciado Obama. Pero las mayores dificultades para llegar a acuerdos concretos pueden estar en el espinoso asunto de la regulación de los mercados financieros. Sarkozy defiende la creación de un organismo internacional que unifique y supervise los sistemas financieros de cada país. Siguiendo la tradición del capitalismo americano, Obama es muy reacio a esta solución. Brown le pidió ayer por la tarde a Zapatero que intentara flexibilizar la posición de Sarkozy para acercarla a la de Obama, en un intento de limar las diferencias que podrían hacer fracasar la cumbre. El borrador que se discute hoy habla de «coordinación» de los reguladores nacionales y contempla la creación de un «colegio» internacional de supervisión de las entidades y los productos financieros. Pero no da el paso de establecer una autoridad supranacional capaz de imponer normas y sanciones. Tarde o temprano habrá que adoptar esta iniciativa, pero al menos la cumbre debería servir para acordar una regulación mucho más estricta de los productos especulativos (hedge funds, entre otros), una limitación de los paraísos fiscales y unas normas contables y de gobierno para la banca más estrictas que las vigentes. Veremos hasta dónde son capaces de llegar los gobernantes del G-20, un grupo demasiado heterogéneo en lo político y lo económico como para esperar esa mayor coordinación y esas soluciones que la crisis exige para calmar la creciente furia de los más perjudicados EL MUNDO. 2-4-2009

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