Escalada en Afganistán y nuevo frente en Yemen

Obama, ¿año nuevo, estrategia vieja?

En paralelo a la escalada de la tensión en el sur de Asia (con el enví­o de 30.000 nuevos soldados a Afganistán y el recrudecimiento de los ataques contra los talibanes en Pakistán)), el fallido atentado de estas pasadas navidades en Detroit ha permitido a Obama empezar a preparar el trabajo preliminar para el despliegue de operaciones navales, aéreas y terrestres en el Cuerno de África y el golfo de Adén, puerta de las rutas de navegación que, por occidente, penetran en los mares asiáticos.

“Hemos convertido a Yemen en una rioridad para el año en curso” . John Brennan (Asesor de Obama de seguridad nacional y antiterrorismo) La presunta formación en Yemen del autor del fallido atentado se ha convertido en el argumento perfecto para el inicio del despliegue. Desmantelar la organización de Al Qaeda en la península arábiga es el objetivo teórico que se persigue. Sin embargo, sólo dos días después de que el genera Petraeus –jefe del Comando Central del Pentágono encargado tanto de las guerras de Afganistán e Irak como de las operaciones en Yemen y Pakistán– visitara en apenas 48 horas Bagdad y Yemen, la cadena CNN informaba de que “un alto cargo estadounidense citó la rebelión de las tribus houthi en el norte y la actividad secesionista en las áreas tribales del sur” como los principales elementos de preocupación para Washington. Lo que equivale a reconocer, con otras palabras, que bajo la bandera de acabar con al Qaeda, el objetivo que busca EEUU es penetrar militarmente en Yemen. Para lo cual resulta imprescindible previamente estabilizar la situación interna de un país sacudido por la rebelión armada de los chiítas en el norte y el creciente secesionismo en el sur. Pero, ¿por qué es tan importante para Washington penetrar en Yemen? ¿Y por qué es ahora cuando se ha decidido a hacerlo? El cuello de botella Basta una simple ojeada al mapa de la región para comprobar cómo Yemen es el punto sudoccidental más estratégico de las aguas que rodean la Península Arábiga. Al norte y al este, Yemen conecta directamente con dos de los Estados vasallos más vitales para la geoestrategia global de EEUU, y en particular para sus proyectos sobre Oriente Medio y Asia. Por un lado, Arabia Saudí, el gran productor mundial de petróleo y único contrapeso posible en el mundo árabe a la emergencia regional iraní, acelerada extraordinariamente por la fracasada ocupación de Irak, y de forma particularmente intensa en los últimos 5 años. Del otro lado, Omán, cuya importancia queda reflejada por el hecho de ser el país de Oriente Medio donde EEUU posee la mayor concentración de tropas y bases, debido a su condición de ribera sureña de entrada desde el Índico al Golfo Pérsico, cuya otra orilla la ocupa Irán. Al suroeste, Yemen es el pasillo inexcusable de penetración al cuerno de África, y desde él al resto del continente negro, inagotable fuente de materias primas de todo tipo y escenario de una creciente disputa comercial y geopolítica entre Washington y Pekín. Pero es sobre todo la condición de Yemen de estar enclavado y ocupar toda la orilla norte del estratégico Golfo de Adén, cuyo estrechamiento en forma de cuello de botella da paso al Mar Rojo y al Canal de Suez, ruta marítima inevitable para el tránsito de mercancías entre Europa y Asia por el que pasa el 10% del tráfico marítimo mundial y cerca de 20.000 buques anuales, lo que dimensiona su valor estratégico para EEUU. Desde la construcción del Canal en 1869, el control de las dos orillas del Mar Rojo se convirtió en una cuestión de máxima prioridad estratégica para las principales potencias imperialistas de cada período. Durante la IIª Guerra Mundial, las potencias del eje nazifascista trataron, sin éxito, de arrebatárselo a Inglaterra, avanzando desde un doble frente, las tropas alemanas por el Norte de África, hacia Egipto, y las italianas por el sur, por Etiopía, Somalia y Eritrea. En la guerra fría, el control soviético de las dos orillas, Yemen de Sur y Etiopía, convirtió a la zona en una de las “calientes” del planeta. Los reiterados intentos soviéticos a través de Etiopía por hacerse con el control de Somalia y cerrar así el dominio del Golfo, están en el origen de su actual caos y fragmentación, caldo de cultivo en el que proliferan desde las milicias islamistas hasta los famosos ‘piratas’ somalíes. La puerta de Asia Ha sido precisamente la aparición de estos últimos uno de los factores de reactivación del interés de Washington por la zona. El despliegue militar naval que ha conocido esta parte del Océano Índico en los dos últimos años ha sido espectacular. Y a la habitual presencia de buques de guerra norteamericanos y de la OTAN, ahora se añaden los de Rusia y China, las dos potencias emergentes que representan el mayor desafío a la hegemonía yanqui, que ya han manifestado su interés en poseer bases navales propias en la región. Rusia proyectando reabrir su base de la época soviética en Port Aden o bien construyendo una nueva en el archipiélago de Socotora, prácticamente equidistante de Somalia y Yemen. El periódico Global Times, edición para asuntos globales del Diario del Pueblo de Pekín, informaba por su parte a finales del pasado año de la propuesta de un alto oficial de la marina de guerra china de crear “una base permanente de suministro a largo plazo en apoyo a los buques en misión contra la piratería en el Golfo de Adén, elevando la idea de que China podría construir bases extranjeras en otros lugares”. Y es que, como ya supieron concebir los grandes estrategas navales del Imperio Británico del siglo XIX, el Golfo de Adén es la puerta occidental de entrada a Asia, donde el mar Rojo se encuentra con el mar de Omán y el Mediterráneo se conecta con el océano Índico. Un estrecho pasillo marítimo que vincula y sirve de puente entre Europa, Asia y África, tres de los más importantes continentes del mundo. Es desde esta perspectiva desde donde hay que analizar el significado de la decisión de Obama de abrir un nuevo frente de guerra en Yemen. Aunque en el mismo momento de su toma de posesión, Obama descartó oficialmente la denominada por Bush "guerra global contra el terrorismo", los acontecimientos de los últimos meses apuntan a que sus estrategas militares, tras un primer año vacilante y dubitativo, han concluido el diseño de lo que podríamos calificar como “un único teatro de guerra global”, cuyo escenario central se extiende desde las costas del mar Rojo hasta las estepas del Asia Central. Escenario donde Washington –con la ayuda de sus aliados de la OTAN– parece querer concentrar en esta etapa el grueso de su potencia militar. Con un objetivo geoestratégico cada vez más delimitado y preciso, la construcción de un gigantesco triángulo militar acorazado, con su base en el paralelo que partiendo del cuerno de África atraviesa Oriente Medio y el Mar Negro llega hasta Ucrania y Polonia, y su vértice en forma de cuña apuntando directamente a la región autónoma de Xinjiang, la potencialmente explosiva frontera de China con las repúblicas islámicas del Asia Central. Una inmensa cuña que comprende en su seno a todo el Oriente Medio, el Cáucaso, el Mar Caspio, una parte de Asia Central y otra del subcontinente indio, y que, previsiblemente, buscan que actúe en una doble dirección. Por un lado, frenar, obstaculizar o impedir la expansión de la influencia china hacia el occidente. Por el otro, tener la capacidad de concentrar toda la presión de su fuerza militar, si llega el caso, en el vértice de la cuña, en el flanco más débil de Pekín. Apuntando a Yemen, EEUU dispara contra Pekín El control del Golfo de Adén, unido al que ya posee la Flota del Pacífico sobre el Estrecho de Malaca, pone a EEUU en una posición inexpugnable en el “juego” de las grandes potencias en el Océano Índico. Las rutas marítimas del Océano Índico son, literalmente, la vena yugular de la economía de China, por donde transitan el 70% de sus mercancías. Controlarlas es poseer la capacidad de estrangularla. Mediante su control, Washington está enviando un claro mensaje a Pekín: aun en su momento de mayor declive, EEUU dispone todavía de los suficientes recursos políticos y militares como para formar un arco defensivo y desplegar un nuevo sistema de alianzas en Asia lo suficientemente sólido como para tratar de contener la emergencia de China en su propio tablero regional. EEUU no va a renunciar a su dominio mundial sin ofrecer una resistencia feroz. En el Océano Índico, China enfrenta cada día una mayor presión. India es un aliado ‘natural’ de EEUU en la región y Obama, tras una primera etapa de enfriamiento, ha empezado a cortejarla como hiciera Bush al final de su mandato. Ninguno de los dos está dispuesto a permitir una presencia significativa de la marina china. Mucho menos contemplar impasibles la estrategia china para fortalecer su influencia en Sri Lanka, Myanmar (la antigua Birmania) o Pakistán con el fin de abrir dos posibles nuevas rutas marítimas de transporte hacia Oriente Medio, el Golfo Pérsico y África. Una que cruzando Pakistán de norte a sur lo colocaría directamente frente a las aguas del Mar Arábigo, y otra alternativa, más compleja, atravesando Birmania para salir al Golfo de Bengala y desde ahí, vía Ceilán, hacia el Golfo Pérsico y el de Adén. Explorando las posibilidades de estas dos vías, China está apostando por reducir gradual y significativamente su dependencia del angosto Estrecho de Malaca. Mientras que EEUU, por el contrario, está moviendo las piezas del tablero regional asiático y disponiéndolas de tal modo que China siga siendo vulnerable al cuello de botella entre Indonesia y Malasia. Esta es la importancia, y el sentido profundo del nuevo frente abierto por Obama en Yemen: el dominio de la puerta de entrada occidental a los mares asiáticos como una pieza clave en la contención de la emergencia de China.

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