Artur Mas lanza un "órdago independentista" mientras condena a Cataluña a los recortes más salvajes de toda España

Nos dividen para saquearnos. Nuestra respuesta es: ¡Unidad! ¡Unidad! ¡Unidad!

Bajo la apariencia de un desafí­o total al Estado, el acuerdo CiU-ERC para la gobernación de Cataluña y la hoja de ruta que han pactado para la celebración de una consulta soberanista en 2014 es la antesala de la «crónica de una muerte anunciada», la de Artur Mas y su plan. Hace apenas cuatro meses que, tras la Diada del 11 de septiembre y la posterior entrevista con Rajoy, Artur Mas planteó su órdago soberanista, disolviendo el parlamento catalán, convocando elecciones anticipadas y reclamando una amplia mayorí­a para avanzar en la creación de un Estado propio para Cataluña dentro de la Unión Europea. En tan breve espacio de tiempo, Artur Mas ha cosechado un fracaso tras otro.

El primero se lo proporcionaron sus propios votantes. Pidió la mayoría absoluta en el nuevo parlamento y la respuesta que obtuvo fue perder 12 diputados, un 20% menos de los que tenía antes de las elecciones.

Tras el fracaso electoral y político del 25-N, Artur Mas inició una especie de huida hacia adelante, pactando con ERC. Lo que no sólo le ha puesto en rumbo de colisión total con los aparatos de Estado –que no han tardado en darle un toque de advertencia, sacando a la luz algunos de los casos de corrupción del clan Pujol que hasta ese momento habían mantenido convenientemente tapados–, sino que ha provocado la reacción del PSC, ofreciéndose a liderar un frente parlamentario contra las pretensiones soberanistas de Mas. «En todos los frente que ha abierto Artur Mas va de fracaso en fracaso»

Pero además, el acuerdo con ERC le ha valido una fulminante posición de rechazo por parte de la alta burguesía y gran parte del empresariado catalán. Cuya manifestación más reciente han sido las tormentosas asambleas de Foment del Treball –la gran patronal catalana– donde al parecer se ha barajado incluso la posibilidad de pedir la dimisión de Mas. Y que finalmente se ha resuelto con la convocatorio de un acto público por parte de todas las patronales catalanes para mediados de febrero “en defensa de la empresa y del diálogo entre las administraciones”.

Por si todo esto fuera poco, los últimos días se ha hecho explicita tanto la hostilidad abierta  de Duran Lleida y su partido (Uniò Democràtica de Catalunya, que tiene 13 de los 50 diputados de CiU) rechazando como “un gravísimo error” la declaración por el derecho a decidir negociada por Mas con ERC como el recelo de una parte importante de Convergencia hacia la deriva soberanista y la ruptura de puentes protagonizada por Artur Mas.

Un arco de recelo y oposición que ha expresado recientemente La Vanguardia, el medio que más apoyó y arropó a Mas durante la campaña, afirmando en su editorial que “la legislatura que ahora empieza sólo podrá evitar el colapso mediante acuerdos de amplia mayoría, modulados con verdadera inteligencia política. No hay mayoría para los movimientos bruscos ni para las lecturas restrictivas del resultado electoral del 25-N (…) Hagamos memoria. CiU pidió una «mayoría excepcional» y la sociedad se la negó con una pérdida de 12 escaños. Aunque la consistencia y el arraigo social de la corriente soberanista son incuestionables, CiU y ERC suman hoy un diputado menos que en la anterior legislatura. Las elecciones anticipadas produjeron un reequilibrio de fuerzas e intereses, en vez de propiciar una mayoría más rotunda”.

En todos los frentes que ha abierto, con los electores, con el resto de fuerzas políticas, con el Estado, con las fuerzas de clase que hasta ahora le han respaldado, con sus bases sociales de apoyo, con su propio partido,…. Artur Mas va de fracaso en fracaso. Cuanto más se empeñe en llevar hasta al final su apuesta independentista, más cerca estará su caída.

Aunque es previsible que a lo largo de 2013 las tensiones persistan, toda apunta con claridad meridiana a que CiU se verá forzada a replegar velas y empezar a pensar en cómo relevar a Mas, o cambiar la línea aventurera que ha emprendido, con las menores pérdidas posibles.

A día de hoy resulta difícil imaginar cómo Más puede aguantar el pulso que ha lanzado sin el apoyo expreso y decidido del hegemonismo, con el que no parece contar más allá del de propiciar el debilitamiento del Estado para avanzar en su proyecto de intervención y saqueo.

Por mucho que Mas se empeñe, el rumbo de colisión que anuncia con el Estado es algo así como el choque entre un barco de vela y un trasatlántico.

La fuerza política de la que dispone es tan endeble (la suma de votos de CiU y ERC no llegan a representar ni el 30% del censo electoral catalán, y eso suponiendo, lo que es mucho suponer, que todos los votantes de Convergencia están detrás de él, los de Unió ya sabemos que no), que todo hace pensar que habrá algún tipo de “rebelión a bordo” antes de que se produzca la colisión, si es que de verdad Mas está dispuesto a llevarla hasta el final. Algo que también es más que cuestionable.

Lo que a la alta burguesía catalana (y a su sector burocrático-administrativo) le interesa, y por eso apoyaron en un primer momento la apuesta de Mas por el pacto fiscal, es una negociación y la firma de un nuevo acuerdo con la oligarquía financiera española. Pacto que revise los términos que se firmaron durante la Transición, y que les permita, ante la recategorización a la baja de España dictada por Washington y Berlín, que ella pueda mantener la mejor posición posible, política y materialmente. Pero no romper la baraja. 

Nadie debe dejarse llevar por la algarabía creada por algunos medios de comunicación. La fragilidad política, social y de clase de la apuesta de Mas es tan grande, que al final CiU optará antes por un mal acuerdo que por un choque de trenes en el que tiene todas las de perder.

Cosa bien distinta son los factores de desestabilización en el país –y en consecuencia de debilidad del Estado– que introduce en unos momentos de ofensiva hegemonista. Y la división en el seno de las filas del pueblo que provoca al cambiar el terreno de juego de la contradicción principal y situarla en el enfrentamiento entre Cataluña y el resto de España.

Pero que la apuesta de Mas esté condenada al fracaso no quiere decir, de ninguna manera, que el pueblo no debamos dar la batalla. Porque el desafío soberanista de Mas está debilitando la necesaria unidad del 90% de la población española para enfrentarnos a la intervención y el saqueo a que nos están sometiendo Washington y Berlín.

Y también porque los movimientos disgregadores, aunque no lleguen finalmente a ningún lado, van a ser utilizados para desestabilizar España, debilitar al Estado y forzar que nos veamos obligados a aceptar una mayor intervención.

Mientras Mas levanta su nueva bandera, estrellándose un día sí y otro también contra la realidad, amplios sectores del pueblo de Cataluña se enfrentan gracias a su política a un deterioro en sus condiciones de vida mucho mayor, y más rápido, que en cualquier otro lugar de España. Lo que exige, de nuestra parte, extender y difundir entre el pueblo catalán una clara alternativa de defensa de la unidad desde una posición inequívocamente de izquierdas. Y redoblar la apuesta por una alternativa de frente amplio que uniendo al 90% de la población de todas las nacionalidades y regiones de España imponga otro camino de redistribución de la riqueza, ampliación de la democracia y defensa de la soberanía nacional frente a las imposiciones del FMI y Berlín.
 

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