Opinión

No hay más ciego que el que no quiere ver.

Se han publicado en las últimas semanas miles de lí­neas sobre el 15-M, y la mayorí­a no precisamente de apoyo, sino de ataque, aunque se hayan presentado aparentemente como «comprensión moderada». Dentro de este último tipo está la valoración publicada en elpais.com y respaldada por el CIS. Con este tipo de apoyos no se necesitan enemigos.

Todo emieza con una frase corta y sencilla: “Detrás de estas proclamas hay quien ve un sesgo populista.”, ¿quién? Y ¿a qué se refiere?. En wikipedia se define populismo como: “corrientes heterogéneas pero caracterizadas por su aversión discursiva o real a las élites económicas e intelectuales, su rechazo de los partidos tradicionales (institucionales e ideológicas), su denuncia de la corrupción política por parte de las clases privilegiadas y su constante apelación al "pueblo" como fuente del poder.” Pues sí parece que haya algo de populismo en el 15-M, visto así. El problema es la connotación peyorativa, es decir, buscar el poder utilizando al “pueblo”, sin importar realmente los intereses populares. Eso es sencillo de debatir… con los hechos. El análisis es complementado con la opinión de diversos expertos que arrojan diferentes tesis buscando, en definitiva, exonerar a la clase política entendiendo que hay algunas deficiencias que corregir, algunas malas yerbas que cortar… y poco más. El problema realmente lo encontramos si situamos el debate en otro terreno. La cuestión no es si la clase política está llena de corruptos o no, sino a quién le deben fidelidad. A sus votantes desde luego que no. No es motivo de este artículo entrar en esas fidelidades, por otra parte tratadas sobradamente en otras secciones de este digital, sino en radiografiar cómo puede girarse la tortilla transformándose en una trampa venenosa. “Te comprendo, pero te hundo” Según elpais.com: “El politólogo Joan Subirats sostiene que a menudo no se tiene en cuenta que lo que ahora se ve como “privilegios” fueron en su día “conquistas de los sectores progresistas que formaban parte de Parlamentos pensados para las élites liberales”. Se trataba, apunta, de que la gente que se dedicaba a la política tuviera un salario y una cierta inmunidad para poder eludir las presiones de los poderosos. “Ahora, muchos de esos elementos, justificables en su momento, acaban pareciendo privilegios porque tienen menos sentido”. Entre tener un salario e inmunidad para eludir las presiones de los poderosos, y la realidad que vivimos hoy en día hay un abismo de proporciones bíblicas. Entre otras cosas porque esos “poderosos” son los que en los hechos gobiernan. Bastaría con hacer un pequeño recorrido por los beneficios de la banca y las multinacionales norteamericanas y alemanas en los últimos ocho años, paralelamente a la cronología legislativa para comprenderlo. No parece que su inmunidad les sirva para protegerse de los poderosos, sino de la misma Ley. Entrar, por lo tanto en un debate en torno a las condiciones laborales de los políticos cobra sentido cuando se acompaña de la claridad respecto a sus fidelidades. Está muy bien que se exija que los políticos puedan volver al trabajo que ejercían antes de serlo, pero cuando ese trabajo era en el Banco Santander o pasa a serlo después en Endesa, Carrefour, Telefónica, Gas Natural… No hay más ciego que el que no quiere ver.

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