Las consecuencias de las elecciones norteamericanas para el futuro de la línea Trump

Ni tantos límites ni tan debilitado. Trump mantiene la iniciativa

Las elecciones acrecentarán la división interna, en primer lugar entre las élites norteamericanas sobre el camino a seguir para gestionar su hegemonía, pero Trump sigue conservando las mejores cartas para mantener su iniciativa.

EEUU es la única superpotencia. Por eso las elecciones norteamericanas, legislativas y donde se renovaba el Congreso y buena parte de los gobernadores federales, ha sido seguida en todo el planeta. No son unos comicios internos, porque todo lo que suceda en EEUU tiene alcance global.

Esta vez se sumaba una particularidad: dilucidar si podía asestarse un golpe a Trump, o si el presidente más odiado, dentro y sobre todo fuera de EEUU, salía fortalecido.

Los resultados, en las dos cármaras en que se divide el congreso estadounidense, han confirmado la mayoría republicana en el Senado, pero han propiciado un vuelco en la Cámara de Representantes, que pasa a estar controlada por los demócratas. La mayoría de medios informan que este hecho “debilita a Trump” e impone “límites a la actuación del presidente”. ¿Es real esta valoración? ¿Pueden influir las nuevas condiciones políticas internas en la iniciativa que hasta ahora ha mantenido la “línea Trump”?

Vayamos a los hechos. Trump venía de concentrar el mayor grado de poder posible: la presidencia, la mayoría republicana en las dos cámaras… Y ha aprovechado este periodo de “manos libres” para impulsar aceleradamente importantes cambios: una nueva agenda internacional, una reforma fiscal favorable al gran capital financiero, un salto en los gastos militares…

¿Cómo queda ahora el mapa político en EEUU? Los demócratas han recuperado 23 escaños en la Cámara de Representantes, lo que les asegura la mayoría absoluta de 218 necesaria para controlar la cámara. Por el contrario, en el Senado los republicanos no solo conservarán el control sino que previsiblemente aumentarán su mayoría. Mientras que en la elección de gobernadores de 36 de los 50 Estados, el saldo vuelve a perjudicar a los demócratas, que han perdido enclaves como Ohio y Florida.

Por tanto, la lectura de los resultados nos arroja dos conclusiones.

Primero, el control demócrata de la Cámara de Representantes permitirá imponer ciertos límites a la acción de Trump. Se pueden bloquear algunas de sus propuestas más polémicas, como la construcción del muro en la frontera con México o la demolición del “Obamacare” en política sanitaria. Más importante es la potestad de la Cámara de Representantes para impulsar investigaciones que hurguen en puntos sensibles de la administración Trump, como la relación con la actuación rusa en las presidenciales.

Pero, en segundo lugar, estas elecciones han demostrado también la fortaleza del “suelo electoral” de Trump. El actual inquilino de la Casa Blanca ha conservado intacta la base de masas que le aupó a la presidencia. Los cambios han venido de un aumento de la participación, donde sectores contrarios a la actual Casa Blanca se han movilizado en las urnas.

Lo que estaba en juego en estas elecciones no era “contener los desmanes de un reaccionario como Trump”. Una parte de la sociedad norteameriana sí se ha movilizado con ese objetivo, desde hispanos a colectivos feministas. Y han intervenido en los resultados. Pero existía otra batalla, entre las élites norteamericanas. Estas elecciones no solo han arrojado un aumento de la participación, también un récord de “donaciones” a los partidos. No son pequeños donantes los que han respaldado a los demócratas, sino sectores de la gran burguesía norteamericana, como la agencia Bloomberg, que emitió un comunicado llamando a no votar a los candidatos republicanos.

Lo que se jugaba en estos comicios era la correlación de fuerzas política entre dos alternativas de gestión de la hegemonía norteamericana. Una la que representa Trump, otra la que podemos identificar con Obama. Ambas defienden los intereses de la superpotencia frente a los pueblos. Pero difieren en la forma en que éstos deben garantizarse.

El saldo de esta batalla, en estas elecciones, ha sido desigual. El nuevo reparto de poder en el Congreso augura una agudización del enfrentamiento político. Aunque el horizonte de un “impeachement” queda descatado -es necesario el voto de un Senado controlado por los republicanos-, sí asistiremos a bloqueos o a nvestigaciones al entorno de Trump por parte de los demócratas. Pero la “línea Trump” conserva sólidas cartas para mantener su iniciativa, tanto dentro como fuera de los EEUU. Sigue conservando un enorme poder, desde la presidencia al Senado o un Tribunal Supremo más conservador. Mantiene el apoyo de importantes sectores de la gran burguesía norteamericana, a los que el crecimiento económico, en cifras récord, les está reportando enormes ganancias. Sus maniobras en el ámbito internacional han obtenido réditos, por ejemplo imponiendo a Europa, Canada o México condiciones comerciales más severas. Y conserva una base de masas electoral fiel y movilizada.

Hasta las presidenciales de 2020 vamos a asistir a un recrudecimiento de las batallas internas en EEUU. Habrá que ver hasta que punto influyen en la iniciativa internacional de la superpotencia.

Pero Trump cuenta con factores favorables, que hacen referencia a la naturaleza de la democracia norteamericana… profundamente antidemocrática.

Su estabilidad se basa en la desmovilización de amplios sectores sociales, que no deben votar. La “gran movilización de los votantes” en estas elecciones supone que, en lugar de acudir a las urnas un 40% lo han hecho un 50%, una cifra que en España sería considerada ridícula.

Y el reparto está diseñado para sobrevalorar el voto de las zonas más conservadoras. Esto es lo que permitió a Trump ganar la presidencia a pesar de obtener tres millones de votos menos, y ahora es lo que ha hecho posible que los republicanos aumenten su mayoría en el Senado.

Se han publicado ya hagiográficos artículos sobre “las virtudes de la democracia norteamericana”, que ahora imponen límites a Trump. Pero la realidad es exactamente la contraria, las reglas de la “democracia” norteamericana impiden que el rechazo social a lo que Trump significa pueda expresarse realmente, y le permiten gobernar a pesar de perder en las urnas.

Pero, sobre todo, debemos tener en cuenta que “la esperanza de contención del desastre que supone Trump” no va a venir de EEUU. Porque el problema no está solo en Trump. El “pacifista” Obama, presentado como alternativa progresista, fue quien impulsó las guerras en Libia y Siria, o impuso la agenda global de recortes. Y porque otro futuro diferente al que Trump representa solo lo puede traer la lucha de los pueblos.

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