A un año del derrumbe financiero (y 3)

Más dura será la caí­da

Como hemos visto en las dos entregas anteriores, comparando la jerarquí­a mundial de la gran banca en 1999 y 2009, la caí­da de Lehman Brothers, en septiembre del pasado año, no hizo sino sacar a la luz y acelerar todaví­a más los profundos cambios tectónicos que se estaban gestando en la distribución del poder financiero a escala mundial. En 1999, diez de los 18 mayores bancos del mundo eran de propiedad norteamericana. De los 5 primeros, 3 eran de EEUU. Una década después, esa jerarquí­a ha cambiado drásticamente. Los 10 bancos de EEUU se han visto reducidos a 4, no conserva ninguno entre los tres primeros (que han pasado a ser todos chinos) y sólo uno entre los 5 mayores.

En cuanto a las áreas regionales donde se distribuye ese mismo oder financiero, la emergencia de China ha hecho que la región de Asia-Pacífico haya pasado a representar más de un 43% del valor de los grandes bancos mundiales, multiplicando por cuatro su peso. Por el contrario, la caída del área anglosajona (EEUU e Inglaterra) ha sido inversamente proporcional al auge asiático. En 1999, el valor bursátil de los grandes bancos anglosajones suponía el 73% del valor mundial total. En la actualidad, su peso se ha reducido en casi 2/3 hasta representar poco más del 28% mundial. La Unión Europea, por su parte, sufre un retroceso, pero muy ligero. Si en 1999 el valor de sus grandes bancos era el 15% del valor mundial, hoy ese peso se ha reducido mínimamente hasta el 14,5%. Sin embargo, esta “inmovilidad” con respecto al exterior, encierra por el contrario una gran movilidad interior. En 1999, el capital bancario alemán encabezaba la jerarquía europea. Hoy ha quedado desplazado al cuarto puesto, siendo superado por la banca española, francesa e italiana. La banca europea, en su conjunto, pierde peso, pero, dentro de ella, mientras la alemana y la suiza sufren un auténtico descalabro, la banca española y la francesa escalan posiciones hasta ocupar los dos primeros puestos, quedando prácticamente a la par. Entre medias, una serie de países cuyo capital financiero en 1999 ni siquiera tenía el peso suficiente para aparecer en el ranking, se sitúan hoy en puestos destacados, incluso muy destacados. Es el caso de Canadá, de Australia y de Brasil. Los dos primeros con un capital bancario cuyo valor es superior al de cualquier potencia europea desarrollada. Y el tercero, pese a pertenecer al Tercer Mundo, que está ya punto de alcanzarlas. La base del ocaso imperial Visto de conjunto, la comparación entre la jerarquía bancaria de 1999 y 2009 de lo que nos está hablando, en el fondo, es de cómo en el terreno de la economía mundial –y dentro de él, en el sensible campo del capital bancario, el corazón del poder económico de cualquier oligarquía financiera– existe ya en los hechos una distribución multipolar del poder. Un nuevo orden económico que se constituye como la base material de la que pueden surgir nuevos centros de poder emergentes, disputándole a la declinante superpotencia yanqui la gestación de un nuevo orden y una nueva jerarquía. No basta, por supuesto, sólo con esto. La distribución multipolar del poder económico y financiero es una condición necesaria, pero no suficiente, para producir un cambio tectónico en las relaciones de poder mundiales. La base económica, por sí misma, sin la voluntad y la decisión política de las clases dirigentes por afirmar un proyecto en defensa de sus intereses nacionales, no conduce, como en el caso de España, más que a que determinados sectores oligárquicos escalen puestos en el top ten de las grandes corporaciones mundiales. Pero nada más. Si sobre la base de esta nueva distribución del poder económico mundial se está abriendo la disputa por un reajuste de poder en la cadena imperialista, es porque detrás (o delante) de cada uno de estos nuevos centros de poder económico mundial existen fuerzas políticas y de clase con la determinación de cambiar su colocación en el mundo, de pasar a ocupar un nuevo lugar en la jerarquía del poder mundial. La realidad es aún peor Pero si los datos recopilados por el Financial Times son reveladores de la auténtica revolución que se ha producido en una década en cuanto a los cambios en la distribución del poder económico mundial, la realidad que se oculta bajo esos datos nos habla de unos movimientos sísmicos todavía superiores. En efecto, las tablas comparativas, si bien reflejan una parte importante, sustancial, de la nueva realidad económica del mundo, no la recogen toda. Para ello deberían someterse a la corrección de los billones de euros que los bancos centrales de EEUU, Europa y Japón –y posteriormente los gobiernos de esos países– han concedido generosamente a sus grandes bancos para evitar un descalabro que pudo haber sido todavía mucho mayor de no haber mediado esa intervención estatal de rescate. Pero que nadie piense que toda esa gigantesca inyección monetaria puede hacerse sin coste alguno. Para llevarla adelante los gobiernos han tenido que incurrir en unos monstruosos niveles de deuda pública, mientras que los bancos centrales se han visto obligados a “monetizar” esas deudas, es decir, a darle a la máquina de hacer billetes. Pero la economía mundial es un asunto de equilibrios, un juego de suma cero, por lo que tarde o temprano todo ese “polvo” escondido precipitadamente bajo la alfombra, de algún modo debe volver a la superficie. Y lo hará, como están advirtiendo ya los economistas y expertos más perspicaces, en forma de una previsible segunda oleada de crisis financieras, crisis de la deuda, que para algunos –instituciones financieras o países– pueden convertirse en una carga inasumible y hacer recordar la caída de Lehman Brothers como un auténtico juego de niños. ¿De crisis financiera a crisis de la deuda? Kenneth Rogoff Todo el mundo –desde la reina de Inglaterra hasta los trabajadores de la industria automovilística despedidos en Detroit– quiere saber por qué no hubo más expertos que vieran acercarse la crisis financiera. Se trata de una pregunta embarazosa. ¿Cómo pueden estar tan seguras las autoridades de que la catástrofe financiera no reaparecerá pronto cuando, para empezar, parecieron no tener idea de que semejante crisis ocurriría? La respuesta no es demasiado tranquilizadora. Esencialmente, sigue existiendo un riesgo de que la crisis financiera esté hibernando simplemente, mientras se metamorfosea lentamente en una crisis de deuda gubernamental. Para bien o para mal, la razón por la que la mayoría de los inversores tiene ahora mucha mayor confianza que hace unos meses es la de que los gobiernos de todo el mundo han colocado una enorme red de seguridad bajo gran parte del sistema financiero. Al mismo tiempo, han apuntalado las economías incurriendo en déficits en gran escala, mientras que los bancos centrales han reducido los tipos de interés casi a cero. Pero, ¿puede ser la liberalidad de los gobiernos la última respuesta? Los apoyos de los gobiernos dan resultado porque los contribuyentes tienen bolsillos profundos, pero ningún bolsillo carece de fondo y, cuando los gobiernos, en particular los grandes, tienen problemas, no hay apoyo al que recurrir. Con unos niveles de deuda de los gobiernos de todo el mundo que sólo suelen verse después de guerras, es evidente que la estrategia actual no es sostenible. Si la trayectoria es insostenible, ¿por cuánto tiempo puede seguir acumulándose la deuda? No lo sabemos (…) ninguna economía es inmune a las crisis financieras, por mucho que los inversores y los dirigentes intenten convencerse de lo contrario (…) Ahora mismo, la última insensatez sobre lo de que “esta vez es diferente” es la de que, como los gobiernos están cargando sobre sus hombros toda esa deuda, los demás no tenemos por qué preocuparnos. Se nos asegura constantemente que los gobiernos no dejarán de pagar sus deudas. En realidad, los gobiernos de todo el mundo dejan de hacerlo con pasmosa regularidad, ya sea abiertamente o mediante la inflación (…) Por ahora, la buena noticia es la de que, mientras el crédito gubernamental se sostenga, se contendrá la crisis. La mala noticia es la de que el ritmo al que se está acumulando la deuda gubernamental podría propiciar fácilmente una segunda oleada de crisis financieras dentro de unos años. Lo más preocupante es la enorme dependencia de los Estados Unidos respecto de los empréstitos exteriores, en particular de China (…) Los asiáticos reconocen que, si siguen acumulando deuda en papel, corren el riesgo de sufrir la misma suerte que los europeos hace tres decenios, cuando acumularon deuda de los Estados Unidos que se fundió espectacularmente mediante la inflación (…) THE JAPAN TIMES. 5-9-2009

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