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Marta: una explicación del suicidio polí­tico de Pujol

Todavía hoy, diecisiete días después de su confesión, mucha gente no se explica por qué un hombre tan inteligente, con tanta experiencia como Jordi Pujol decidió tirar por la borda su legado, dejando tocado el proceso soberanista y herido de muerte al partido que él creó hace 40 años.

Es cierto que la información que publicó Fernando Lázaro en EL MUNDO el pasado 7 de julio apuntó con tino certero al secreto mejor guardado de la familia. Pero, como en otras ocasiones, Pujol podía haberlo negado todo, podía haber atribuido la noticia de las cuentas andorranas de su mujer y sus hijos a una campaña contra Cataluña… En fin, lo que suele ser habitual en la mayoría de los políticos: mientras una sentencia en firme no establece los hechos probados y la condena que todo es mentira.

Para que el fallo se produzca, falta mucho tiempo. El suficiente como para que algunos de sus correligionarios hubieran creído su versión y se hubieran apuntado a la teoría de la conspiración contra Cataluña.

«Realmente, no lo entiendo», reflexiona un histórico de CiU cercano al ex president. «Mientras hay lucha, hay vida, y mientras hay vida hay esperanza. Al confesar ha dilapidado su historia como el hombre más importante de la Cataluña moderna y ha dejado a CiU a merced de los republicanos. ¿Quién le asesoró? No lo sé. Desde luego, alguien que no pensó en las consecuencias del terremoto que provocó su inaudito comunicado», concluye mi interlocutor.

He hecho esa misma pregunta a algunos políticos, nacionalistas y no nacionalistas, y nadie me ha sabido dar una respuesta satisfactoria. Sin embargo, un alto mando policial, que ha seguido las andanzas del ex Molt Honorable desde hace años, me dio hace unos días la única explicación a mi modo de ver plausible: «No busques fuera del entorno familiar. La clave está en Marta Ferrusola. No te olvides de que esa familia es un matriarcado. De hecho, ella fue quien decidió el nombramiento de Mas». Tirando de ese hilo, he encontrado datos que sustentan esa teoría, que tiene, sin duda, componentes psicológicos propios de las mejores películas de Hitchcock.

En el mismo comunicado, que Pujol, antes de mostrárselo a Mas unas horas previas a ser difundido, había repasado innumerables veces con su esposa, encontramos una pista fundamental para entender un poco mejor lo que ha sucedido. «De los hechos descritos y de todas sus consecuencias soy el único responsable, y quiero manifestarlo de forma pública, con mi compromiso absoluto de comparecer ante las autoridades tributarias o si hace falta a instancias judiciales para acreditar estos hechos y de esta forma acabar con las insinuaciones y comentarios».

Aunque el texto apunta a uno de sus hijos como «gestor» del dinero no declarado, él asume la responsabilidad total sobre los hechos, como si esa declaración fuera suficiente como para detener las investigaciones de la Audiencia Nacional o la Inspección de Hacienda.

Repaso la autobiografía de Jordi Pujol (a la que hice referencia en la Hoja de Ruta de la semana pasada) y encuentro algunos párrafos que apoyan la teoría de mi fuente policial. «Marta era, cuando nos casamos, una chica guapísima con un carácter fuerte que se ha ido acentuando con el tiempo…». Probablemente su esposa no debió leer la página 112 de Historia de una convicción porque, de otra forma, no se explica que hubiera dejado pasar ese reproche a sus malas pulgas.

Pero, donde se percibe con total nitidez la capacidad de imponer su voluntad en los momentos decisivos de la vida de su marido es en un suceso que tiene que ver con la entrada en prisión de Pujol por sus actividades en favor del catalanismo. Recuérdese que estamos hablando de 1960, con Franco todavía en plena forma. La cuestión era que si Pujol renegaba de sus creencias podría haber salido de prisión en seis meses, pero si, por contra, se ratificaba y leía ante el tribunal (militar, por supuesto) un escrito que había pergeñado la noche anterior a la vista, la condena podía subir a siete años. Ese dilema se lo planteó a su esposa minutos antes de comenzar el juicio. Esta fue su respuesta: «Si has llegado hasta aquí, tienes que llegar hasta el final; si has pensado un discurso, lo haces. Los niños y yo ya nos esperaremos».

Aunque el luego presidente de la Generalitat advierte en sus memorias que eso «era lo que quería oír» de labios de su esposa, a buen seguro tampoco le hubiera hecho ascos a una súplica un punto más tierna, del tipo: «Cariño hazlo por los niños y por mí, no leas las cosas que escribiste anoche, por favor. Te quiero pronto en casa…». El caso es que fue condenado a siete años.

Si esa mujer fue capaz de incitar a su marido a pasar siete años en la trena, ¿qué no haría puesta en situación de salvar a sus hijos, aunque eso fuera a costa de hacerle pasar por la peor humillación? Al fin y a la postre, la confesión de Pujol, que tiene 84 años, no tendrá consecuencias penales que le priven de libertad.

Por fin, otra fuente, cercana a la familia, me da el dato que me faltaba para cuadrar la teoría de mi garganta profunda policial.

«Jordi y Marta se llevaban mal desde hace muchos años. En público, cubrían las apariencias, pero en privado había entre ellos un muro de frialdad, que a veces se rompía por una acalorada discusión». Le pregunto a mi informador por el origen de esa malsana relación y él la atribuye a los constantes escarceos amorosos, impropios de un hombre tan religioso, del Molt Honorable. Me relata un suceso que fue comidilla de la Barcelona más conspicua. Fue a mediados de los 90, cuando estaba Pujol en la cima de su poder y, a lo que parece, de su furor masculino. A oídos de su esposa llegó el rumor de la relación que mantenía con una persona próxima a su equipo de gobierno. Una noche, cuando él, siendo presidente en ejercicio, llegó a su casa de la Ronda del General Mitre, encontró que la llave no le abría la puerta. Tampoco nadie respondió a sus ruegos para poder entrar en su domicilio. Esa noche y alguna más tuvo que dormir en la Casa dels Canonges (residencia oficial del presidente de la Generalitat).

Probablemente, doña Marta vio cumplida la hora de pasarle factura a su esposo por toda una vida de sacrificios no siempre bien recompensados y obligó a su esposo, como en ocasión de su ingreso en prisión, a «llegar hasta el final» e inmolarse por el bien de su familia y tal vez de la causa catalana.

En una sociedad en la que las instituciones funcionan con normalidad, estas cuestiones de familia influyen poco en la gobernanza. Pero no olvidemos que estamos en una Cataluña que ha vivido durante más de dos décadas bajo el poder de una familia que entendió la política como un asunto casi doméstico.

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