SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Mariano el optimista y una obsesión llamada Podemos

El ministro Montoro ha tenido una semana movida, como casi todas las suyas. El miércoles aseguró en el Senado que el gasto que las Administraciones Públicas destinan a pensiones, desempleo, educación y sanidad pasó de 184.560 millones en 2011 a los 186.000 millones previstos para 2014, es decir, que los gastos sociales no sólo no se han reducido con este Gobierno, sino que han crecido. “Estamos haciendo una reducción del gasto claramente solidaria, sin olvidarnos de la cohesión social”, se adornó. Lo que no dijo el titular de Hacienda es que a cuenta de tanta solidaridad España sigue gastando en torno a 70.000 millones más de lo que ingresa (un 6,6% de déficit público), dinero que hay que pedir prestado y que está llevando al galope la deuda pública hacia la cumbre mítica del billón de euros o el 100% de nuestro Producto Interior Bruto. ¿Para qué necesitamos socialdemocracia teniendo al señor Montoro y al Partido Popular?

Esta misma semana, el ministro reunió en su despacho a un grupo de periodistas para venderles las bondades de su reforma fiscal, y tan confiado andaba explicando el proyecto, tan contento de haberse conocido, que no intuyó la agria ruptura que un conocido periodista, con su característica voz ronca, estaba a punto de protagonizar negando la mayor y asegurando que el PP había empobrecido a una clase media que no estaba dispuesta a volver a votarles “por esta mierda de reforma fiscal que habéis hecho”. Ya metido en harina, el valiente acusó al Gobierno de no saber lo que está ocurriendo en la calle y de no haberse enterado, por ejemplo, de que Podemos es ya la segunda fuerza política de la Comunidad de Madrid en intención de voto, por delante del PSOE: “No os estáis dando cuenta de que esto se va a la mierda si no cambiáis de registro”. A Montoro se le quebró la sonrisa, y en el ambiente gélido del saloncito de Alcalá 9 apenas pudo balbucear un “bueno, bueno, no hay que ser tan drásticos, las cosas no son ni blanco ni negro…”.

De modo que el de Hacienda llegó a El Escorial el jueves por la tarde muy necesitado de mimos y carantoñas. Las tuvo a destajo por parte de la tropa que asistía a La Escuela de Verano del PP, donde intervino para contar de nuevo su hazaña fiscal, escoltado por la ministra Báñez y la vicepresidenta Soraya. Y ahí sí, ahí recibió parabienes y palmadas en la espalda por doquier. “Este es el que va a hacer posible que volvamos a ganar en 2015”, le adulaba generoso un alto cargo. Pocas cosas, sin embargo, está haciendo bien para alcanzar ese objetivo un partido que a la indefinición ideológica une su ausencia de proyecto para España. Participo de la opinión de que el PP atraviesa por una situación interna muy similar a la del PSOE: la de un partido roto en banderías, formado por grupos de intereses de distintas ideologías a quienes mantiene unidos la ocupación del poder y la larga lista de canonjías que la formación puede repartir tanto a nivel estatal como autonómico y municipal.

Los resultados de las pasadas europeas, donde más de 2,5 millones de votantes de centro-derecha se quedaron en casa, surtieron el efecto de despertar a muchos del sueño del poder cuasi absoluto. Fue la constatación del fracaso de este Gobierno a la hora de cumplir con las expectativas que los casi 11 millones de votantes que le dieron su voto en noviembre de 2011 para que arreglara la caótica situación económica y abordara la crisis política por la vía de esa regeneración democrática que tantos españoles consideran inaplazable. Tras haber dilapidado en dos años esa cómoda mayoría absoluta, los resultados del 25 de mayo ponen de nuevo al PP ante el espejo del fiasco del año 2004, infausta fecha en la que el partido pasó de otra mayoría absoluta a la oposición sin solución de continuidad.

Podemos como reacción al fracaso de las políticas de PP y PSOE

Ocurre, sin embargo, que la situación española ha empeorado mucho desde aquel 2004 a esta parte, como consecuencia de los desmanes de Zapatero con el nacionalismo catalán y del laissez faire en la materia de un Rajoy que, si bien no hace locuras a lo ZP, tampoco parece querer arrimarse a toro tan peligroso como el de esta España amenazada por la ruptura de su unidad territorial, por no hablar de cosas tales como la corrupción o el paro. De hecho, la aparición de Podemos con la fuerza de un tornado en el escenario político español es consecuencia directa de la incapacidad de los partidos mayoritarios del régimen para dar respuesta a las demandas de una población que no solo reclama bienestar económico, sino una democracia de calidad decidida a perseguir la corrupción a sangre y fuego, una sociedad harta de la corrupción que padecemos. En realidad, Podemos solo puede explicarse como una consecuencia de la corrupción moral que atenaza al régimen de la Transición.

Que el partido de Pablo Iglesias se ha convertido en la obsesión del Gobierno Rajoy y del PP es una evidencia que la actualidad se encarga de ratificar todos los días. En El Escorial hemos asistido esta semana a la carga de la brigada ligera de altos cargos dispuestos a lanzar contra Podemos una batería de dardos que en el fondo no pasaban de ser patéticos pellizcos de monja, entre otras cosas porque un partido sin ideología y sin proyecto, sin otro objetivo que la ocupación del poder, es incapaz de oponerse con eficacia al vendaval de unas gentes tremendamente ideologizadas que, con mentalidad de soviets, han decidido plantarse y decir hasta aquí hemos llegado con este pobre remedo de democracia. Las referencias de peperos más o menos ilustres que estos días inundan los medios con anuncios sobre planes para acabar con la corrupción, no son creíbles en un partido prisionero de escándalos tan notables como los de Gürtel o Bárcenas. Mientras en El Escorial la vicepresidenta Soraya hablaba de “medidas regeneradoras basadas en la ejemplaridad, la responsabilidad y la transparencia”, su partido cerraba filas en torno al protagonista del último escandalete que le ha surgido en los alrededores de Madrid: el del alcalde de Brunete. De espaldas a la realidad y lejos de la calle, al Gobierno y al PP les ha salido un grano llamado Podemos que no saben cómo afrontar.

Enfrascados en sus guerras de poder internas, en el Ejecutivo de Rajoy empieza a primar aquello de “¿qué hay de lo mío?”. Soraya mueve las piezas de sus “sorayos” dispuesta a ocupar todos los espacios de poder posibles con la vista puesta en el postmarianismo, convencida tal vez de que, sin un PSOE capaz de hacerle sombra, la derecha tiene por delante muchos años de usufructo del poder. La vicepresidenta quiere colocar en Economía a uno de sus chicos, al más listo del barrio, Alvarito Nadal, actual responsable de la Oficina Económica de La Moncloa, ello en sustitución del gran Luis de Guindos, ese hombre de verbo fluido que está a punto de deshacer su equipo en el Ministerio, porque todos los altos cargos de Economía han buscado ya acomodo o están a punto de hacerlo en empleos muchos mejor remunerados, y él mismo aspira a presidir el Eurogrupo en cuanto el terco holandés que ahora ocupa la plaza la desaloje.

Moncloa y los ecos de la calle

El espectáculo de un Ministerio de Economía cuyos altos cargos se buscan una vida lejos de España, en organismos internacionales representando a España, es de esas cosas que causan un poquito de vergüenza ajena y son fiel reflejo de la España en almoneda de hoy, donde el honor del servicio público es apenas literatura tan vacía como estéril. Y Montoro reclamando la vicepresidencia económica como premio a su labor en el saneamiento de la Economía, y los barones autonómicos y municipales simplemente acojonados porque, lejos de la ensoñación de Moncloa y más cerca del ruido de la calle, temen un revolcón histórico en las autonómicas y municipales de mayo próximo, temen perder su sillón y acuden a Moncloa a pedir más pasta para poder gastar y cortar cintas y presumir y convencer al vecindario o al menos intentarlo.

Los ecos de la calle, sin embargo, no pueden ser más inquietantes para los inquilinos de Moncloa. No sólo es que el PP se haya convertido en un partido profundamente antipático, no, es que tras muchos años de corrupción descarada y descarnada están a punto de perder una Valencia convertida antaño en baluarte del partido, y lo mismo está a punto de ocurrir en un Madrid que va a ser imposible de retener, tanto en su vertiente autonómica como municipal –¿se atreverá Mariano a decirle a la señora de Aznar que tiene que irse a su casa?-, por no hablar del papel testimonial que hoy juega el PP en Cataluña y el País Vasco, y de la vuelta atrás experimentada en Andalucía, la eterna asignatura pendiente que no logran superar los señoritos que Madrid suele colocar allí por candidatos.

De modo que todos los huevos puestos en la cesta de la recuperación económica y en la capacidad del personal para olvidar/perdonar y, sobre todo, en el miedo al pavoroso horizonte que se abre para España tras las legislativas de 2015, con un Parlamento muy fragmentado en el que, incluso ganando, el PP tendría grandes dificultades para poder formar Gobierno, con Podemos convertida en tercera fuerza política, tal vez incluso en segunda por delante del PSOE que hoy se juega su futuro a la carta de tres candidatos muy débiles. Todos acojonados con Podemos. A pesar de los pesares, quienes le visitan aseguran que Mariano está contento, que va incluso sobrado, convencido tal vez por el gran maestro Arriola de que lo único que importa es la economía, y que si este año se crece al 1,5% y el siguiente se supera el 2%, y el comportamiento del empleo empieza a dar la cara, no habrá tío páseme el río capaz de impedir un nuevo triunfo electoral del PP. Razón por la cual Mariano nos riñó ayer y, desde El Escorial, tachó a quienes no comparten su weltanschauung de “extremistas, pesimistas y agoreros”. ¡No sabe el señor presidente cuánto darían muchos españoles de bien por volver un día no lejano a sentirse orgullosos de su país!

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