Brasil

Lula lejos de las urnas

La condena a nueve años y seis meses de cárcel al expresidente Lula da Silva, acusado de delitos de corrupción se produce cuando se acercan las elecciones presidenciales de 2018, comicios para los que Lula parte como claro favorito.

Sergio Moro, el juez ‘estrella’ de la Operación Lava Jato, dotado de plenos poderes, ha sentenciado a Luiz Ingácio Lula da Silva a nueve años y seis meses de cárcel por un supuesto delito de corrupción, en el que se acusa al expresidente de haber recibido un apartamento de lujo en Guaruja a cambio de favorecer a la constructora OAS, una de las implicadas en el escándalo de las tramas corruptas de Petrobras. Medios como aporrea.org o el comunicado del PT denuncian que la sentencia no cuenta con pruebas firmes que demuestren que Lula aceptara este soborno, y se ha demostrado que el expresidente nunca habitó ni usó el triplex. Moro sólo cuenta con una foto suya en el lugar de cuando fue a verlo debido al interés por comprarlo de su esposa, y se basa sobretodo en las delaciones -obtenidas a cambio de recompensas penitenciarias- negociadas durante meses con los directivos encarcelados de OAS, que simplemente validan las acusaciones vertidas por la Fiscalía. No existen documentos o transacciones bancarias que respalden la acusación de soborno.

La condena no es ninguna sorpresa, tratándose de un juez que ha dirigido el caso desde una hostilidad manifiesta hacia Lula, violentando en muchos casos los procedimientos judiciales. Uno de los episodios más espectaculares de este montaje hollywodiense fue en marzo del año pasado, cuando Moro ordenó una operación -televisada en directo para todo el país- en el que 200 policías y 30 auditores de Hacienda irrumpieron en casa del expresidente. Los agentes ejecutaron la conducción coercitiva sobre un Lula -que entonces no estaba ni tan siquiera acusado formalmente y era sólo un mero testigo que había mostrado su plena disposición a colaborar- escoltándole a comisaría como si se tratara de un criminal peligroso, con el claro objetivo de desprestigiarle. Al igual que Moro, los fiscales y policías federales que llevan el caso no se han molestado en ocultar su animadversión por el PT y por mostrar en las redes sociales su simpatía por su máximo opositor, Aécio Neves del PSDB.

Se trata de una condena en primera instancia, y ahora Lula se enfrenta a una batalla legal por revocar su sentencia. Pero si el líder del PT fuera finalmente condenado, no sólo ingresaría en prisión sino que quedaría inhabilitado para ser candidato durante 19 años, es decir, para siempre. La sentencia busca impedir así la postulación de Lula para las elecciones de 2018, comicios para los que ya parte como el claro favorito, con una intención de voto de casi el 40% y una distancia de más de 12 puntos sobre su inmediato perseguidor, Aécio Neves.«La sentencia busca impedir a postulación de Lula para las elecciones de 2018, comicios para los que ya parte como el claro favorito, con una intención de voto de casi el 40% «

La condena a Lula se produce casi un año después de que un juicio político -o impeachment- parlamentario de naturaleza golpista desalojara del poder a la legítima presidenta brasileña, Dilma Rousseff, e instalara en el Palacio de Planalto al que hasta entonces había sido su aliado, Michel Temer, que desde entonces se ha dedicado a desmantelar ferozmente todas las políticas redistributivas del PT, a degradar -con leyes como la reforma laboral o de las pensiones- las condiciones de vida y trabajo de las clases populares cariocas, y a entregar las fuentes de riqueza al capital extranjero.

Con la condena de Lula, la reconducción del gigante económico latinoamericano, vive ahora -con la cercanía de las elecciones de 2018- una nueva etapa. El impeachment brasileño sigue fielmente el guión de la estrategia norteamericana de los ‘golpes blandos’: la combinación simultánea del sabotaje económico, el bombardeo mediático, las instituciones judiciales y parlamentarias y el estímulo del malestar callejero para derribar gobiernos antihegemonistas.

Si el año pasado, el hegemonismo norteamericano y los sectores más proyanquis y reaccionarios de la oligarquía brasileña lograron apartar al PT del poder, ahora se han mostrado impotentes para dotar de base de masas a un gobierno de Temer que se enfrenta -gracias a sus brutales ataques contra el pueblo- a un patético índice de popularidad inferior al 7%. El enorme prestigio de Lula entre las clases populares y su formidable tirón electoral en los meses previos a las presidenciales es una amenaza que las clases dominantes están dispuestas a conjurar al precio que sea.

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