SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

Los problemas se acumulan

Si Rajoy sigue con la técnica del avestruz, sin afrontar las crisis, volverá el castigo del mercado.

E l líder de Ciutadans, Albert Rivera, bromeaba ayer, como si tuviera algo de premonitorio, con que sea precisamente el ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García Margallo, quien haya reconocido el éxito de la Diada y anunciado una reforma de las competencias y de la financiación para Cataluña.

Tras la frustración del sueño olímpico, parece como si despertáramos a la realidad. Después de que el Comité Olímpico Internacional (COI) tumbara la candidatura madrileña, hemos caído en la cuenta de que muchos ciudadanos optan por la vía catalana ante la falta de respuesta por parte del Gobierno. El inmovilismo, que tantas veces hemos criticado en Rajoy por la lentitud de las reformas económicas, hace estragos en el ámbito político. La inacción con la que el Gobierno obsequia a sus rivales políticos es el caldo de cultivo utilizado desde el nacionalismo para ganar adeptos en todas las capas sociales de la población de Cataluña.

«El problema es que Madrid nos desprecia, porque Rajoy ni nos escucha ni nos atiende, así que es mejor que nos larguemos», me comentaba este verano un miembro del gabinete de Artur Mas. Los catalanes entienden los largos silencios del presidente como un desinterés ante sus demandas. Ha tardado dos meses en responder a la última misiva de Mas. Rivera reclamaba ayer, desde la tribuna del Ágora de elEconomista, la búsqueda de un consenso político por parte del Gobierno para abordar este y otros problemas del Estado lo antes posible.

Al menos, Margallo parece haber recuperado la cordura, después del asedio veraniego a Gibraltar, al apoyar una solución dentro de los límites de las reglas del Estado. Cada minuto que pasa es aprovechado por el nacionalismo. La voz del ministro de Exteriores suplanta en esta ocasión a la de Rajoy, ya que los dos son como uña y carne.

Ambos comienzan a percatarse de que el esquema planteado hasta ahora de esperar a que la economía se recupere para negociar con Mas es misión imposible. A estas alturas de legislatura es obvio que la mejora económica será tan lenta, que no habrá margen para ofrecer una mayor participación a Cataluña en el pastel de la financiación autonómica. El tiempo se echa encima y a medida que se acerquen las elecciones generales será más difícil alcanzar un compromiso.

Si hace unas semanas escribía en esta columna que el tiempo de las reformas está a punto de expirar sin que se hayan llevado a cabo, el calendario corre que vuela también en la política. Esa mayoría silenciosa a la que aludía la vicepresidenta, Soraya Sáenz de Santamaría, para referirse a los que no fueron a manifestarse en la Diada, es el colchón sobre el que descansaba el conformismo oficial. Pero todos comienzan a sentirse incómodos porque es imposible conocer el grosor del colchón o cuanto tiempo serán mayoría.

Rajoy parece dispuesto a aprovechar este exiguo margen mediante un acercamiento personal a Artur Mas. El líder de CiU ha colocado a su coalición al borde de la ruptura al optar por el soberanismo. Algo parecido a lo que hizo Ibarrretxe en el PNV, que perdió el Gobierno vasco, o Adolfo Suárez con UCD, que terminó en mil pedazos. Los enormes perjuicios económicos que la vía catalana acarrearía a su población a corto plazo son un argumento sólido que la Generalitat puede utilizar para reconducir la situación.

Me constan los esfuerzos que Antoni Durán i Lleida o Josep Sánchez Llibre hacen desde Unió para evitar la llegada de una especie de Big Ben, que rompa su partido y la sociedad catalana, así como por mantener en pie el fino hilo de comunicación con Madrid. Pero la empresa es arriesgada, porque dentro de Convergencia, una mayoría encabezada por su portavoz, Françesc Homs, es partidaria de echarse al monte. Desde el Gobierno se confía en reconducir la situación. Es como el conductor ebrio que regresa a casa de madrugada. En el mundo empresarial, desde el presidente de la patronal, Joan Rosell, al de La Caixa, Isidro Fainé o el exministro Josep Piqué, también intentan tender puentes.

Al riesgo político hay que añadir los flancos económicos que aún permanecen abiertos. La deuda salta el límite fijado para el año, al igual que el déficit, y Cristóbal Montoro se plantea adelantar las subidas de varias tasas e impuestos para corregir el rumbo.

Afortunadamente, los mercados están ajenos a las amenazas que se ciernen sobre España. La bolsa cotiza en máximos desde 2010 y la prima de riesgo, en mínimos. La incertidumbre del Gobierno italiano lo situó al filo del abismo y como el farolillo rojo del euro en lugar de España. Los mercados prefieren fijarse, de momento, en los logros en el comercio exterior y en la vuelta del PIB al crecimiento español. Pero si Rajoy adopta la técnica del avestruz y sigue escondiéndose bajo su plumaje, tarde o temprano volverán los oscuros augurios.

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