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Los paí­ses que preparan su declive

Porque pueden no ver el problema que les afecta aunque lo hayan sufrido pero lo han olvidado por carencia de memoria histórica. El caso pintiparado es Alemania, imbuida del pensamiento bismarckiano de que reúne las condiciones para dominar políticamente Europa. Lo intentó dos veces, en las guerras 1914-18 y 1939-45, pero fracasó. Quizás el paso del tiempo explique la pérdida de memoria de la canciller Merkel que, erre que erre, está intentando dominar Europa, ahora financieramente, imponiendo una persistente austeridad en la eurozona como garantía de la cuantiosa deuda en que ha incurrido y últimamente forzando una solución inaceptable para el caso de Chipre.

Al actuar así, la canciller Merkel está olvidando la solidaridad que el resto de Europa mostró con la reunificación alemana en 1990. Si hoy Alemania mostrase con el resto de Europa una pequeña parte de la solidaridad que tuvo con los estados alemanes del Este al concederles una transferencia de 650.000 millones de marcos en 1991-95 con las nefastas consecuencias que tuvo en Europa, habría recursos para fomentar el crecimiento de la actividad y el empleo en los países periféricos. La canciller pensaba que, con su poder financiero, dominar la zona euro sería coser y cantar. Es de esperar que se haya percatado de que ella misma o los incompetentes dirigentes de la eurozona a sus órdenes se han venido equivocando en sus decisiones sobre Europa.

Errar es humano pero perseverar en el error es diabólico. Y seguramente hay también incompetencia en los dirigentes de una Europa que no han aprendido nada de los errores cometidos con Grecia. Chipre es en gran parte culpable de lo que le sucede, pero la responsabilidad europea no es menor. Como suele ocurrir, la política cortoplacista ha impedido una gestión racional de la crisis. La solución debiera haber sido el compromiso de los gobiernos de Europa de una pronta realización de la unión bancaria, pues si no será un milagro si los mercados permanecen tranquilos. Sin una recapitalización común, investir en un banco europeo será más arriesgado, y la obsesión teutónica de oponerse obstinadamente a algo tan fundamental para Europa da que pensar.

Tampoco la clase política de los países de la eurozona aprenden de los errores cometidos. Cuando un alto responsable del sector financiero en España llega a decir recientemente que la crítica situación de las cajas de ahorro es consecuencia de la segunda e inesperada fase recesiva decía verdad, pero solo parcial, que es la peor de las mentiras. La recesión fue la gota de agua que derramó el vaso de una situación ya crítica, consecuencia de que los responsables del sector –Banco de España y Ministerio de Hacienda– no impidieron los graves errores cometidos por las entidades de crédito a partir de 2004.

En el mismo error caen las medidas anunciadas a bombo y platillo para favorecer el empleo juvenil y la creación de autónomos. Se parece bastante al famoso Plan E del gobierno anterior que tuvo efímeros resultados. Será un caso más de populismo partidista que tendrá sin duda rentabilidad electoral, creará empleo en 2014 pero no duradero porque le falta la base del crecimiento que apenas llegará al 1% ese año y difícilmente lo superará en años sucesivos a menos que lleve a cabo una profunda reforma en las Administraciones Públicas.

Aunque la canciller Merkel abra la mano después de su victoria electoral en septiembre, la expansión de la demanda interna se verá frenada el próximo año y los siguientes por una serie de obstáculos. Por los compromisos con Bruselas de reducir el déficit público hasta dejarlo en el 3% del PIB, por la reducción de la deuda soberana del probable 100% del PIB al 60% y por la dificultad de que el flujo del crédito se normalice.

Se podría esperar que el sector exterior fuese el factor expansivo como lo ha venido haciendo últimamente, pero la economía tendrá que recuperar la verdadera competitividad. La contribución de casi siete puntos porcentuales del PIB en los últimos tres años fue el resultado de una devaluación interna basada en una fuerte caída del coste laboral unitario fruto de otra necesaria para reducir el paro de casi el 10% y de la masa laboral de otro tanto, combinación que no puede continuar.

Pero la economía tiene recursos sobrados para alcanzar una competitividad duradera. Dado que un elemento fundamental de la competitividad es la productividad será preciso un reequipamiento de las empresas. Habrá que dedicar en los próximos cuatro años del orden de 20.000 millones de euros a este fin para que alcance el 7% del PIB y supere ligeramente el máximo anterior en 2008.

Esto es perfectamente posible si se eliminan o reducen drásticamente recursos que absorben tanto el costo de la política a todos los niveles, como el empleo muchas veces innecesario creado alrededor de las Administraciones Públicas. Es cierto que ha caído el empleo público pero en gran parte en educación, sanidad y otros fines sociales que no parecen justificados.

Los cuantiosos recursos así liberados se transfieren fiscalmente por un lado a las empresas como ayuda a la financiación de sus inversiones; por otro a las familias de renta más baja para fomentar el consumo y la expansión de la demanda interna.

El nuevo gobierno en el poder en 2015 deberá tener muy presente que si no lleva a cabo sin demora y con la ayuda política necesaria el traspaso de recursos que se ha indicado, la economía no podrá crecer en los próximos años al ritmo que precisa la creación de empleo y el paro seguirá creciendo.

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