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Los juegos que juega Putin

La última vez que la geopolítica penetró en unos Juegos Olímpicos, durante los de Pekín 2008, Vladimir Putin, fue el ganador de la crisis: protagonizó una paliza militar rusa decisiva a la vecina Georgia, cuyo gobierno había sobrestimado fatalmente la voluntad de Occidente para intervenir en su nombre. La mini-guerra envió un mensaje claro: después de un largo periodo de reducción de gastos, el oso ruso todavía tenía apetito por el poder político, y garras para satisfacerlo.Hoy los Juegos Olímpicos se celebran en suelo ruso, y la violencia tiene convulsionada otra nación en la órbita tradicional de Moscú. Pero la crisis en Ucrania está enviando un mensaje muy diferente. Hasta el momento, los acontecimientos en Kiev han sido una lección de los límites de la influencia de Rusia, y la inverosimilitud de la reivindicación de Putin para ofrecer un modelo de civilización rival del Occidente liberal democrático.La meta de esta rivalidad de Putin parece bastante clara. Después de un siglo en el que Rusia se labró un poder revolucionario que luchaba contra los capitalistas reaccionarios de Occidente, el antiguo hombre del KGB ha buscado una vuelta al papel ideológico que su nación jugó bajo los zares – como un baluarte conservador contra los liberales revolucionarios de Occidente.(…) este salto mortal hacia atrás ha sido visible en toda la era post-11 de septiembre. Pero ha sido puesto de relieve por las recientes tácticas nacionales de Putin – el juicio por blasfemia para las Pussy Riot, la represión de los derechos de los homosexuales, la retórica del contraste de «valores tradicionales» de Rusia con el relativismo de América y de Europa occidental.Fundamentalmente, esta retórica no es sólo para el consumo interno, sino que también ha sido lanzada al mundo en desarrollo. En el diario británico el Espectador, Owen Matthews sostiene que tal como hizo en la era comunista, «Moscú está de nuevo construyendo una alianza ideológica internacional» con Putin ofreciéndose a sí mismo como un líder potencial para «todos los conservadores que no gustan de los valores liberales», no importa de qué país sean.Pero hay una gran diferencia entre la gran estrategia de Putin y sus antecesores zaristas y soviéticos.Los zares buscaron una «Santa Alianza» para defender a un antiguo régimen aún existente – un arraigado sistema jerárquico que todavía regía muchas sociedades europeas del siglo XIX. Pero la Rusia de hoy, embrutecida por el comunismo y luego tomada por oligarcas y estafadores, no es una sociedad tradicional en ningún sentido significativo del término, y lo único que tiene en común con muchos de sus potenciales aliados del mundo en desarrollo es el desprecio por las normas democráticas. En la era de los Romanov, la idea del trono y el altar todavía tenía una demanda real para la legitimidad política. Pero no hay ninguna reclamación comparable que Putin pueda hacer para su propia autoridad, y ninguna mística similar alrededor de sus dictadores-clientes, ya se trate de hombres fuertes de Asia Central o Bashar al-Assad.La afirmación de los soviéticos de estar en la vanguardia de la historia, por su parte, les ganó aliados y compañeros de viaje no sólo en América Latina, Asia y África, sino entre los mejores y más brillantes del Occidente liberal. Ninguna quinta columna occidental comparable parece probable que surja hoy para los objetivos de Putin. Algunas voces de la derecha estadounidense han elogiado su retórica tradicionalista – pero sólo unas pocas (…)Lo cual no quiere decir que el enfoque geopolítico de Putin sea todo una locura. Por el contrario, a menudo juega el gran juego con mucha más eficacia que sus homólogos europeos y americanos.Pero la debilidad de Rusia, la corrupción de su gobierno y la falta de atractivo de su supuesto tradicionalismo se combinan para hipotecar sus mayores ambiciones.Esto es básicamente lo que estamos viendo suceder en Ucrania. A pesar de los errores garrafales de la Unión Europea -que cortejó a Kiev sin parecer darse cuenta de que Rusia podría hacer una contraoferta-, Putin está luchando por ganar una batalla por la influencia en un país que tanto los Romanov como los soviéticos dominaron con facilidad.Y la lucha es particularmente reveladora dado que la Gran Recesión ha expuesto a la UE como una institución espectacularmente mal gobernada, cuya locuras han llevado a muchos de sus Estados miembros al desorden económico. Sin embargo, incluso ese registro no ha convencido a la mayoría de los ucranianos a echarse en los brazos de Moscú en su lugar. Se necesita mucho más que un mero desgobierno para que el proyecto europeo sea menos atractivo que la alternativa autoritaria de Putin.Para un interesante paralelo a los problemas del Putinismo, hay que tener en cuenta lo que está sucediendo al otro lado del mundo, en Venezuela, donde el laboratorio de Hugo Chávez construido para la «Revolución Bolivariana» está cayendo en el mismo tipo de violencia que Ucrania.Al igual que el tradicionalismo de Putin, el neosocialismo de Chávez se propuso retar ideológicamente al orden mundial liderado por Estados Unidos. (Y Chávez tenía más seguidores en EEUU que Putin.) Pero como el Putinismo, el chavismo carece de legitimidad básica en ausencia de la amenaza de la violencia y la represión.La lección en ambos casos no es que la civilización liberal tardomoderna merezca necesariamente un dominio incontestado.Pero 25 años después de la Guerra Fría, de Kiev a Caracas, aún no existe una alternativa plausible.

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