Editorial

Los imperios colapsan desde el núcleo

La elección de Trump anuncia un movimiento de placas tectónicas capaz de producir terremotos de alta intensidad en el planeta, que no tardarán en provocar réplicas según las líneas de falla, las debilidades y la colocación de cada país en la cadena imperialista.

El mismo Trump se ha encargado de recordarlo en sus primeros movimientos y declaraciones. En la entrevista concedida al diario británico The Times y al germano Bild, Trump pronosticaba la descomposición de la Unión Europea, manifestando su creencia que otros países seguirán el camino del Brexit, calificaba la OTAN como una organización obsoleta y dejaba entrever su disposición a levantar las sanciones contra Rusia. El escaso poder y la más escasa coherencia de la UE se ven amenazadas desde los dos flancos del Atlántico: desde Washington y desde la propia Europa, con la alargada sombra de Moscú al fondo.

Los ataques contra México y los acuerdos de libre comercio, la reivindicación del proteccionismo como nueva doctrina económica y, sobre todo, los premeditados encontronazos con China auguran un período de turbulencias mundiales.

Sin embargo es en el frente interno donde los choques y conflictos están mostrando una mayor intensidad. El áspero enfrentamiento con los servicios de inteligencia, los furiosos ataques mutuos entre la prensa y Trump, la descalificación inmisericorde y en bloque del establishment de Washington en el discurso inaugural,… Todo apunta a que los disensos y enfrentamientos internos llevan directamente un rumbo de colisión que, dependiendo de su intensidad, pueden llegar a ser catastróficos para la hegemonía norteamericana.

Sabemos desde la caída del Imperio Romano, que los imperios no colapsan por los factores externos, sino por las divisiones y enfrentamientos en su núcleo dirigente. Los bárbaros ya estaban en las fronteras de Roma desde siglos antes. Las condiciones externas ya estaban dadas, pero tuvo que ser la corrupción, la fractura entre Bizancio y Roma y la aguda lucha de clases desatada en el seno de la misma sociedad romana y su clase dominante las que darían lugar a la caída.

Otro tanto puede decirse, en el mundo contemporáneo, de la desaparición de la URSS. Los factores externos (derrota en Afganistán, rebelión en Polonia, asfixia económica provocada por la carrera armamentística,…) estaban ahí desde tiempo antes. Pero tuvo que producirse la fractura entre dos fracciones irreconciliables de la burguesía burocrática soviética (reformistas y breznevianos) para que el imperio, y la propia URSS con él, se vinieran abajo.

EEUU está desde hace décadas en una fase de agudo declive imperial, que no hace sino acelerarse. Su hegemonía no se corresponde ya con la realidad del mundo, la correlación fuerzas surgida tras el fin de la Guerra Fría y el nuevo equilibrio de poderes internacionales. Las condiciones externas para el final de su hegemonía están, pues, dadas.

Ante esta situación se ha generado una aguda división en el seno de la burguesía monopolista yanqui. Por un lado los sectores más dinámicos y competitivos en el plano económico, aquellos que buscan crear un espacio consensuado entre EEUU y sus rivales, un equilibrio estable en el que EEUU como primera potencia ejercería el papel central de árbitro político, una hegemonía indiscutible pero consensuada. Del otro, los sectores que ya apoyaron a Bush buscando imponer la fuerza militar para salvaguardar su hegemonía. Y que ahora, tras los 8 años de Obama, parecen haberse radicalizado todavía más con su apuesta por Trump.«La elección de Trump anuncia un movimiento de placas tectónicas capaz de producir terremotos de alta intensidad en el planeta»

No sabemos hasta dónde se atreverá, o le dejarán, llegar a Trump y su nueva línea. No es precisamente EEUU un país donde los presidentes firmen al entrar en la Casa Blanca una póliza de seguros sobre su futuro político o vital. Pero en todo caso, si Trump se aventura a cumplir sólo una parte de su programa, la escalada en la virulencia del enfrentamiento, de consecuencias hoy por hoy imprevisibles, estará servido.

A principios de los años 70, en una conversación con un dirigente del Tercer Mundo, Mao Tsé Tung auguró: “EEUU es un tigre de papel. No crean en él pues se romperá de una estocada. La Unión Soviética revisionista también es un tigre de papel. Su fuerza está por debajo de su voracidad”. La segunda parte del vaticinio ya se ha cumplido. ¿Estamos entrando en el período en que se haga realidad la primera parte?

Sea como sea, nos esperan unos años tan peligrosos como tormentosos, tiempos difíciles, llenos de turbulencias y actitudes tan hostiles como imprevisibles. Ningún país se va a ver libre de las convulsiones. Habrá que estar preparados para ellas, intensificando la organización y la movilización de las fuerzas populares y revolucionarias.

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