New Green Deal (NGD) es un gran proyecto de inversión diseñado por la Unión Europea. Toma el nombre del vasto programa de gasto público de Roosevelt para mitigar la gran depresión de 1929 en EEUU.
Colocar Europa a la cabeza mundial de la industria y la agricultura no contaminante, movilizando más de dos billones de euros en una década, es el centro del plan presentado.
“No podemos permitirnos quedarnos a la zaga”, afirmó el responsable del NGD, Frans Timmermans. Ni a la zaga en la lucha contra el cambio climático, ni a la zaga de los cambios en el modelo productivo que ello implica. Los grandes grupos financieros e industriales de Europa intentan unir ambos aspectos en su plan.
¿Por qué se han vuelto tan verdes los monopolios de la energía, el automóvil, la química… hasta ahora principales causantes de la contaminación?
No es la preocupación ecologista conmoviendo a los monopolios, representados en los grupos de presión (lobbies) del Parlamento Europeo, lo que origina este New Green Deal, sino la búsqueda del máximo beneficio, evidentemente. Y por esto no podrán ser los que resuelvan que sea compatible producción y ecología. Tarde o temprano llevarán el desastre ecológico a otros países, financiarán informes favorables a procesos que con el tiempo aparecerán reconocidos como perjudiciales para la salud o el clima, o inventarán trampas que les procuren ahorrar gastos a costa de lo que sea. ¿No ha sucedido eso con los motores diésel trucados de Volkswagen?
Ahora bien, de un lado el enorme esfuerzo al que las imposiciones y chantajes de EEUU someten a Europa, y la competencia de la modernización de China de otro, obliga a las oligarquías continentales a consensuar un plan conjunto y a conseguir movilizar a amplios sectores sociales en torno a ellos.
La lucha contra el cambio climático cumple el papel de elemento movilizador y de cohesión de las diferentes clases en torno a un interés común.
Por ello, aunque el grueso del plan se dirige a financiar las inversiones para modificar los procesos de generación de energía, y de producción en cadenas industriales, se reservan partidas para una agricultura sin pesticidas, para la lucha contra la deforestación, la protección de la biodiversidad, o la seguridad alimentaria de los consumidores…
El plan conjunto no impedirá que se abra una lucha sobre qué países, qué bancos y monopolios, se quedan el pastel principal. Por ejemplo: si la energía se va a producir de manera descentralizada por pequeños inversores, lo que ya es posible al nivel de tecnología actual, o seguirá monopolizada por grandes grupos financieros; si unas naciones destinarán el dinero de este New Deal a investigación pero otras tendrán condicionado su uso solo para infraestructuras (como ya sufrimos en el pasado)…
Una frontera verde
Al obtener los monopolios un marco legal, unas normas de producción que impongan menor emisión de CO2 y otros residuos, podrán cerrar el mercado a la competencia que no alcance a cumplir los criterios verdes.
Una forma de mantener dominado su mercado interno sobre la base de un arancel verde encubierto. Un freno a la exportación al Viejo Continente para aquellas naciones que no puedan acometer ni tan rápido ni en tanta profundidad los cambios que se dispone a efectuar la economía europea.
Es como si un policía de frontera le dijera a un exportador estadounidense o asiático: de acuerdo, hay libre comercio y su coche es más barato, incluso genera poco o ningún residuo; pero no puede venderlo aquí porque ha contaminado más del límite fijado en su producción; vuelva cuando su industria cumpla las normas europeas….
Por eso el criterio fijado es el índice de CO2 generado en la producción de las mercancías, y no solo si lo producido es no contaminante.
Un esfuerzo que la industria China en pleno desarrollo tendrá difícil cumplir en tan breve plazo. Y una orientación opuesta a la norteamericana, que con Trump se ha volcado en los combustibles fósiles, incluso con técnicas tan contaminantes como el fracking.
Dos billones de euros La inversión calculada para los 28 países es de 180.000 millones anuales durante una década. A esto se añadirían 35.000 millones de fondos públicos europeos y otros 100.000 de fondos privados, en los cinco primeros años. Además de unas subvenciones especiales para las naciones que más se oponen (Hungría, Polonia, y R. Checa) para promover su abandono del carbón. Además el Banco Europeo de Inversiones se autodenomina ya “Banco Climático” anunciando que la mitad de todos sus préstamos estarán relacionados con una economía verde. |
Pero… ¿habrá Plan Nacional?
Urge para España un plan propio, que coordinado con el global para Europa, cree riqueza y empleo en nuestro país. Que corrija la actual situación de estar supeditados al diseño que Alemania, Francia y sus monopolios, hacen de acuerdo a sus intereses de distribución internacional del trabajo.
No haría falta, claro, ningún Plan Nacional, si se trata de seguir recortando en investigación, o siendo la parte de la cadena de montaje que menos valor añade a los automóviles, sin fabricar motores ni baterías eléctricas.
Pero sí es imprescindible un proyecto para conseguir reindustrializar el país, explotando los recursos y capacidades propias; reduciendo la dependencia, tanto energética como tecnológica; para abrir nuevos mercados más allá de los pocos países donde ahora exportamos; y que permita redistribuir la riqueza generada.