Los cadáveres, majestad, gozan de buena salud

La anécdota recuerda de alguna manera a lo que ha dicho el presidente a la revista Newsweek. Zapatero ha comentado que «basta con salir a la calle» para darse cuenta de que España no se hunde. Como una especie de Nerón mira a su alrededor y ve que lo semáforos siguen funcionando, que las escuelas abren cada mañana y que los tribunales de justicia funcionan con normalidad (no es el momento de entrar en detalles). De ahí­ parece colegir que las cosas funcionan razonablemente bien.

ABC.- Liderar cuesta dinero, a veces hay que utilizar la fuerza, y Brasil, que no consigue oner orden ni en las favelas, lleva demasiado tiempo volcado hacia dentro para reinventarse ahora como los Estados Unidos de Suramérica. No lo desea. No puede. No tiene fuerzas. Pretende ser importante, pero sin asumir responsabilidades internacionales. Opinión. El Confidencial Los cadáveres, majestad, gozan de buena salud C. Sánchez Cuenta Suetonio en La Vida de los Doce Césares que en el año 64 un terremoto aterrorizó la bahía de Nápoles, y singularmente a las localidades de Pompeya y Herculano, donde pasaban largas temporadas de verano los patricios romanos. El seísmo –preludio de la colosal erupción del Vesubio- se produjo mientras Nerón mostraba sus dotes como cantanteen el teatro romano de Nápoles (Berlusconi no es más que un burdo imitador con sus ripiosas melodías); pero el emperador, impertérrito a los temblores de la tierra, siguió declamando como si no sucediera nada a su alrededor. Él –su música– era más importante que las fuerzas de la naturaleza. Consta, según los historiadores, que hasta el momento en que Nerón acabó su última canción nadie osó escapar del auditorio, lógicamente por miedo a sufrir alguna represalia por parte del emperador. Y cuenta Tácito que al poco tiempo el teatro se desplomó. Instantes después de ser evacuados tanto el público como el propio Nerón. La anécdota recuerda de alguna manera a lo que ha dicho el presidente a la revista Newsweek. Zapatero ha comentado que “basta con salir a la calle” para darse cuenta de que España no se hunde. Como una especie de Nerón mira a su alrededor y ve que lo semáforos siguen funcionando, que las escuelas abren cada mañana y que los tribunales de justicia funcionan con normalidad (no es el momento de entrar en detalles). De ahí parece colegir que las cosas funcionan razonablemente bien. No es la primera vez que un jefe de Gobierno hace este tipo de comentarios. Durante la recesión de los primeros años 90, Felipe González y Carlos Solchaga sugirieron en alguna ocasión que la prueba del nueve de que la economía española no estaba tan mal como decían los críticos era que los bares estaban llenos (…) La realidad, sin embargo, pese a la normalidad que intentaban transmitir los gobernantes socialistas, era muy distinta. Los bares estaban llenos, pero este país tuvo que enfrentarse a cuatro devaluaciones de la peseta en apenas dos años. Y, como consecuencia de esa pérdida de riqueza, España tuvo que hacer frente a un desempleo del 24%. Una cifra de la que realmente nunca se ha llegado a recuperar, pese a disfrutar entre 1996 y 2007 del periodo expansivo más largo de su historia reciente. El paro, ni con un crecimiento medio superior al 3% durante más de dos lustros, nunca ha bajado del 8% de la población activa en más de 30 años de democracia, lo cual dice muy poco en favor de la economía española. Resultan, por eso, verdaderamente sorprendentes los análisis rancios que interpretan la realidad económica como una fotografía fija. Como si con sólo recuperar tasas de crecimiento del 2-3% fuera suficiente para olvidarse de la pesadilla de la recesión. Aunque en el mejor de los casos España fuera capaz de recuperar esas tasas de aumento del PIB en 2011, las secuelas de la crisis se van a dejar notar durante mucho tiempo. Una generación perdida Algunos datos pueden ayudar a entender la naturaleza del problema. No estará de más recordar que el desempleo afecta al 11,6% de los trabajadores con más de 55 años, por lo que parece razonable pensar que la inmensa mayoría acabará su vida laboral en el Inem, lo cual afectará negativamente a su renta disponible durante la edad de retiro, con todo lo que ello supone desde el punto de vista del consumo y del gasto público en cuanto a complementos de mínimos en las pensiones. Más allá de consideraciones de estricta justicia social. Pero no sólo eso. El 38,1% de los jóvenes con menos de 24 años está sin trabajo, lo que significa lisa y llanamente que un porcentaje importante de una generación de españoles está condenada al subempleo o la precariedad laboral durante mucho tiempo. No es ningún secreto que reengancharse al mercado de trabajo transcurrido muchos años desde el abandono del ciclo académico es una dificultad añadida, y por ello choca que se hable con tanta superficialidad de la salida de la crisis. A la vez que resulta descorazonador pensar que este país se ha gastado mucho dinero en formar a jóvenes que en el futuro no van a tener ninguna oportunidad de trabajar para lo que han estudiado. Una manera como otra cualquiera de tirar dinero por las alcantarillas. Otro dato puede ayudar a destripar la naturaleza del leviatán que se ha colado en la economía española. En los últimos quince meses, el número de empresas que han dejado de cotizar a la Seguridad Social (no se trata de una estadística, sino de datos reales) ha disminuido en 125.317. Dicho en otros términos, este país ha perdido casi el 10% de sus empresas cotizantes (1,28 millones) en poco más de un año, lo que da idea de la intensidad del ajuste y de hasta qué punto la recesión se ha llevado por delante buena parte del tejido productivo. Y por eso resulta sorprendente que se hable de la recesión o de la crisis, como se prefiera, como una especie de paréntesis económico que no influye sobre los hábitos de consumo y de bienestar de los españoles por el hecho de que haya ‘normalidad’ en las calles y de que el metro funcione cada mañana. Se olvida que en el mejor de los casos España no recuperará hasta 2014 los niveles de PIB alcanzados en el año 2007. No estaría de más, por lo tanto, recordar que 15 años después de que Nerón se agarrara a la normalidad de sus cantinelas ante sus súbditos en medio del movimiento sísmico, el Vesubio entró en erupción. El resto es historia. EL CONFIDENCIAL. 23-9-2009 Opinión. ABC EEUU no quiere, Brasil no puede Calos A. Montaner Estados Unidos no tiene interés en seguir siendo la potencia responsable de la estabilidad y el buen gobierno en Latinoamérica. Esa fue una incómoda tarea del siglo XX. Desaparecida la URSS, los políticos norteamericanos ya no sienten ningún peligro potencial para la seguridad nacional procedente de la región. Cuba les parece una dictadura decrépita que desaparecerá a corto o mediano plazo. A Chávez lo ven como un loquito pintoresco, exportador de petróleo, capaz de hacerles mucho daño a los venezolanos y a sus vecinos, pero no a ellos. Es verdad que Castro y Chávez están en una cruzada delirante encaminada a revivir la conquista del planeta para el Socialismo del siglo XXI, pero ese disparate (por ahora) sólo afecta a las víctimas directas de sus maquinaciones. Incluso, en un conflicto como el de Honduras, a Washington no le importó coincidir con los objetivos de sus enemigos, aunque el control de ese país por el chavismo eventualmente signifique otro par de millones de hondureños ilegales en Estados Unidos huyendo de la hambruna, el cierre de la base de Palmerola, como ya ocurrió con la de Manta en Ecuador, y otra pista de despegue para los narcotraficantes. En definitiva, peccata minuta. Naturalmente, EE.UU. preferiría que los países latinoamericanos fueran democráticos, prósperos y sensatos, como los de la Unión Europea, por ejemplo, pero Washington ya no siente ninguna urgencia de guiarlos en esa dirección. Le gustaría, eso sí, que Brasil lo sustituyera en ese liderazgo, pero es una ilusión irreal. Brasil es del tamaño de Estados Unidos, tiene 200 millones de habitantes y posee ciertas zonas parcialmente desarrolladas, pero dista mucho de ser una potencia. Basta revisar el CIA Fact Book por internet para comprobarlo: su economía no resulta puntera e innovadora y tiene apenas dos billones de dólares (trillions en inglés). Más del 30% de su población es muy pobre. Pero hay algo más trascendente que todo eso: Brasil no tiene vocación de potencia regional ni deseos de dirigir a sus vecinos. Liderar cuesta dinero, a veces hay que utilizar la fuerza, y Brasil, que no consigue poner orden ni en las favelas, lleva demasiado tiempo volcado hacia dentro para reinventarse ahora como los Estados Unidos de Suramérica. No lo desea. No puede. No tiene fuerzas. Pretende ser importante, pero sin asumir responsabilidades internacionales. ABC. 23-9-2009

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