Nuevas relaciones militares en América Latina

Lo que Iberoamérica afila ya no son machetes

En cualquier periodo de transición -como el que ahora vive el mundo- las relaciones internacionales, las alianzas y nuevos lazos, se establecen y se deshacen a una velocidad vertiginosa, y de las naciones de la Tierra surgen súbitamente potencialidades antes impensables. Hace apenas 15 años América Latina soportaba aún la pesada bota norteamericana en su yugular, y Washington -embriagado de su victoria en la Guerra Frí­a- pensaba que profundizar su dominio en su patio trasero no tendrí­a mayor problema. Pero el declive estadounidense -acelerado ya al rango de ocaso imperial- ha permitido que potencias regionales como Brasil y Venezuela pasen a dotarse de independencia en un terreno realmente desafiante para EEUU: el plano militar.

Latinoamérica ha dejado de ser hoy el atio trasero de la superpotencia norteamericana. Esto no quiere decir de ninguna manera que ya no sea una de las principales áreas de influencia de Washington, ni que EEUU no disponga aún de inmensos y profundos mecanismos de poder –que llegan al corazón de los Estados- en el continente. EEUU es y será por largo tiempo una poderosísima fuerza en presencia en América Latina, y ningún acontecimiento importante puede explicarse aún sin tener en cuenta los intereses y la intervención norteamericanos. Pero ya no todo está atado y bien atado para la Casa Blanca. De un tiempo hasta esta parte, los gobiernos férreamente controlados por Washington son minoría en América Latina, frente a aquellos que más tibia o más consecuentemente han tomado el camino de la soberanía nacional. De ellos sobresalen dos cabezas, en una compleja relación de alianza y competencia mutua por la dirección regional: Brasil y Venezuela. El resto de gobiernos y corrientes soberanistas de Latinoamérica tienden a acercarse cada vez más a estos dos polos de poder. Venezuela es la cabeza de un Frente Antihegemonista en el que se incluyen países como Bolivia, Cuba, Ecuador, Nicaragua y que han tomado una línea política nítidamente antiimperialista y una clara apuesta por la integración política, económica y nacional de toda la América Hispana. Brasil juega en otra división, y su emergencia económica la ha colocado por derecho propio como una de las grandes potencias emergentes del planeta, junto a China, Rusia e India. Su influencia política en América Latina es cada día más imponente, rivalizando a menudo con Venezuela y el Frente. Su relación con EEUU no es de enfrentamiento frontal sino de relativo entendimiento, pero en tanto en cuanto su ascenso pasa por impulsar también la integración y el desarrollo de Latinoamérica y choca con los intereses de Washington, su alianza con Caracas y los gobiernos de izquierda tiende a fortalecerse. Hasta ahora los proyectos de independencia nacional –o supranacional- de Brasil y Venezuela se desarrollaban en el terreno económico, diplomático y político, y sólo de forma limitada en el plano militar. Pero el camino hacia la verdadera soberanía tenía que llegar a éste terreno, y ahora se desarrolla de forma fugaz. La punta del fusil venezolano Ha sido precisamente la decisión norteamericana de instalar hasta 7 bases militares en territorio colombiano lo que ha precipitado los planes de defensa nacional venezolanos o brasileños, que han pasado de ser proyectos u opciones en perspectiva a ser decididamente impulsados por Caracas y Río. La gira que Hugo Chávez ha realizado por 11 países de África, Oriente Medio, Asia Central y Europa ha tenido dos paradas de excepción para el desarrollo del poder militar de la República Bolivariana: Irán y Rusia. La colaboración en el plano militar con Teherán viene ya de 2008, cuando ambos gobiernos firmaron un memorando de apoyo y asesoramiento militar mutuo, y se está intensificando sobre la base de encabezar sendos proyectos antihegemonistas –uno para el mundo hispano y otro para el mundo islámico-. La prensa norteamericana ha acusado al gobierno de Chávez de extraer uranio –Venezuela calcula poseer 50.000 toneladas en su subsuelo- para el programa nuclear iraní. Pero mucho más importante para Caracas han sido los acuerdos militares con Moscú. Chávez firmó con Medvédev un crédito de 2200 millones de dólares, que incluyen la compra de 92 tanques T-72 y sobretodo la adquisición del moderno sistema antiaéreo Buk-M2. Las nuevas baterías permitirán interceptar ataques aéreos a 90 kilómetros de distancia desde tierra, fortaleciendo considerablemente las defensas venezolanas. ¿Un complejo militar industrial en Sudamérica? Brasil por su parte ha dado un salto cualitativo en el terreno militar mediante la firma de importantes acuerdos con el gobierno francés. Lula ha comprado a Sarkozy cinco submarinos –uno de ellos nuclear-, 50 helicópteros de transporte militar por un valor de 12 mil millones de dólares y 56 cazabombarderos Rafale –cifra que todavía se podría elevar a 120 aviones- por un valor total de 18.000 millones de dólares. La compra de los Rafale desestima la opción, manejada hasta ahora como preferente, de la adquisición de F-18 norteamericanos, lo que da una imagen del cambio de orientación del ejército brasileño. Pero, aunque millonarias, esto podrían ser bagatelas económicas sin mayor trascendencia. Lo verdaderamente cualitativo de los tratados entre Río y París no está en el volumen de la compra de material militar, sino en la creación de una suerte de complejo militar industrial carioca. Los submarinos y los aviones de combate se construirán íntegramente en suelo brasileño, y eso significa una transferencia de alta tecnología militar irreversible, que dotará a esta potencia emergente de una industria capaz de abastecer a sus fuerzas armadas de modo permanente. Esto no ha brotado de la nada: la aeronautica brasileña Embraer ya es la tercera empresa del mundo detrás de Airbus y Boeing. Brasil no sólo va a pasar al selecto club de naciones con submarinos nucleares y capaces de fabricar cazabombarderos de última generación, sino a exportarlos a los países latinoamericanos. Evidentemente esto está siendo profundamente evaluado por el Pentágono. Para que tales proyectos –tanto en Venezuela como en Brasil- hayan podido brotar y desarrollarse, llegando a límites inauditos, ha sido necesaria una condición externa: el debilitamiento del poder norteamericano en la región. El declive del poder estadounidense –agudizado tras el fracaso estrepitoso de la línea Bush- en el mundo y en su tradicional “patio trasero”, ha permitido que los proyectos de independencia nacional hayan llegado tan lejos. Pero el verdadero motor, el verdadero factor dirigente que ha impulsado a estas dos naciones a llevar su independencia al terreno militar ha sido la existencia de clases y núcleos dirigentes dotados de capacidad y voluntad para llevarlos adelante. Y si en un caso –la Venezuela bolivariana- su carácter revolucionario y antiimperialista parece estar claro, en el caso de Brasil importantes sectores de la propia clase dominante y del Estado brasileño están tomando un camino radicalmente opuesto a la sumisión de los años 80, en la que el país carioca vivió una sangrienta dictadura vinculada y protegida desde Washington. Es sorprendente comprobar cómo los que más contundentemente han contestado a las críticas de la oposición conservadora de Lula sobre el elevado gasto militar ha sido precisamente la propia cúpula castrense. Generales considerados conservadores se han transformado en ardientes defensores de la necesidad de Brasil de salvaguardar la soberanía nacional frente a las amenazas de EEUU o de otras potencias, y los que más furibundamente claman contra la indigencia estratégica de la derecha proyanqui brasileña. Signos de los nuevos tiempos. Lo que parecía firme está dejando de serlo y a un ritmo vertiginoso. La administración Obama tiene una difícil tarea para establecer una política adecuada para su antiguo patio trasero, donde lo que se afilan ya no son sólo machetes.

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