EEUU

Líneas maestras de la política exterior de Biden

«América is Back», «EEUU ha vuelto. Listo para volver a liderar el mundo. Listo para confrontar a nuestros adversarios, no para rechazar a nuestros aliados y listo para defender nuestros valores». Declaraciones como éstas se han convertido en uno de los principales estandartes del nuevo presidente de EEUU, perfilando unas líneas maestras en política exterior que aunque aún están por desarrollarse, ya empiezan a definirse. ¿Cuáles son?

Frente al unilateralismo de Trump, ahora llega el multilateralismo de Biden. Frente al «América First» (América primero) -que según Biden se ha convertido en «América Alone» (América a solas)- «ya es hora de que EEUU esté de nuevo presidiendo la mesa”. 

Desde hace más de una década, el orden mundial está transformándose irreversiblemente. La superpotencia norteamericana está sumida en un ocaso imperial y a pesar de su enorme poder tiene cada vez más dificultades para gobernar las relaciones internacionales. Por contra, una serie de potencias y naciones emergentes no dejan de ascender y de reclamar un trato de igual a igual a la declinante superpotencia. El viejo orden mundial unipolar con EEUU como emperador está agostándose al mismo tiempo que emerge un nuevo orden mundial multipolar.

¿Se corresponde este hecho objetivo al «multilateralismo» del que hace gala Joe Biden? ¿Estamos ante un presidente norteamericano que está aceptando que EEUU va a dejar de ser el gendarme mundial, y que las relaciones entre los países pasen a darse en plano de igualdad? Por supuesto que no. 

El «multilateralismo» de Biden nada tiene que ver con la aceptación de un mundo multipolar, sino en buscar que una amplia coalición de aliados y vasallos que -desde diferentes lados- defiendan la hegemonía de Washington. Puede parecer una reedición de los «liderazgos desde atrás» de Obama o de Clinton, pero lo cierto es que el mundo que hereda Biden nada tiene que ver ya con el de sus antecesores demócratas, y por tanto en muchos terrenos el nuevo presidente va a tener que mantener, si no en las formas, sí en el fondo, algunos pilares de la línea Trump.

La política exterior de la superpotencia norteamericana tiene ante sí dos grandes retos. El problema número uno de la geopolítica de EEUU ha sido, es, y seguirá siendo China. El ascenso del gigante asiático, que ha pasado del plano económico al comercial, diplomático y político, es el principal desafío a la hegemonía de EEUU.

Pero no sólo de China versan los quebraderos de cabeza de la política exterior de EEUU. Visto de conjunto, el ocaso imperial norteamericano tiene su origen y motor en la incesante lucha de los países y pueblos de mundo contra la explotación y dominio de la superpotencia. 

A este dilema también deberá hacer frente la nueva administración, y tanto su lema “América is Back” como la propia trayectoria de Biden -que tanto como vice de Obama como en su cargo de presidente del Comité de Relaciones Exteriores del Senado, tiene un largo historial de patrocinio de guerras, injerencias o golpes de Estado- no sugieren otra cosa que un aumento del intervencionismo de Washington en el mundo. Cuanto más avanza su declive, con cuanta más ansiedad estarán obligados a actuar los EEUU allí donde sus intereses se vean cuestionados.

Aparecen muchas interrogantes. ¿Qué línea de actuación va a desarrollar Biden en América Latina? ¿Mantendrá a figuras como Bolsonaro, vástago de la línea Trump en Brasil? ¿Cómo actuará con gobiernos hostiles al dominio de EEUU como Venezuela, Cuba o Bolivia, o con países que han ganado autonomía como México o Argentina? ¿Cómo tratará de reconducir la crisis social de países como Chile, Colombia, Ecuador o Perú?

¿Qué política exterior va a desplegar en Oriente Medio y el Magreb? ¿Cómo va a reconducir el conflicto palestino-israelí? ¿Resucitará el acuerdo nuclear con Irán? ¿Mantendrá o retirará las tropas de Afganistán o de Irak? ¿Mantendrá el proyecto de la “OTAN de Oriente Medio” de Trump? ¿Qué va a hacer con África, un continente en ebullición?

Todas estas preguntas y otras muchas están en el aire. Pero vayamos a algunas certezas.

Objetivo principal: China.

La administración Trump desplegó muchas y muy agresivas ofensivas contra China: desde una devastadora guerra comercial, injerencias en sus asuntos internos (Taiwan, Hong Kong), vetos tecnológicos, a acusaciones por el «virus chino». Pero nada de lo anterior ha logrado detener el avance de Pekín. Antes bien, le ha regalado a China ventajas como defensora de la legalidad internacional o de un comercio mundial abierto.

Biden tiene el mismo objetivo que su antecesor, pero ha anunciado «una forma de actuar mucho más inteligente, capaz de seleccionar con más cuidado las peleas con China y luego de entrenarse mucho para ganarlas». Biden va a mantener ejes fundamentales como el conflicto arancelario, el veto al 5G made in China, y por supuesto el traslado del grueso de la fuerza militar de EEUU al área del Asia-Pacífico para construir un cerco a Beijing. 

Pero su confrontación contra China tendrá dos grandes diferencias. Una es que pondrá mucho mayor hincapié en incidir en las costuras internas de su enemigo: los derechos civiles en Hong Kong o con los uigures. Y la más importante: Biden pondrá un gran empeño en construir un frente internacional lo más compacto posible contra China, exigiendo de forma mucho más enérgica a sus aliados y vasallos occidentales -la UE y la OTAN- pero también a Japón, Australia o Corea del Sur, que abandonen sus complicidades con Pekín y se sumen al hostigamiento. 

Europa: las grietas que ha dejado Trump

Las cancillerías europeas han dado la bienvenida al nuevo emperador de todas las formas posibles, y han expresado sus deseos de que la intensa degradación de la que ha sido objeto en los últimos años la Unión Europea y sus principales potencias por parte de Trump hayan quedado atrás. Pero de puertas adentro, nadie se hace ilusiones: los «buenos viejos tiempos» entre EEUU y Europa, si es que alguna vez existieron, no van a volver.

Cuatro años de trato áspero y bronco entre Washington y la UE no solo han dejado una relación transatlántica lesionada, un Brexit o una UE con las costuras abiertas en multiples frentes. Por las grietas de la relación transatlántica se han colado visitantes indeseados para EEUU.

Biden va a poner un gran empeño en que la UE y sus cabezas -Alemania o Francia- se sumen al acoso a China, pero pocos días antes de su toma de posesión… los europeos firmaban «a traición» un gigantesco acuerdo de inversión con el gigante asiático. El pacto se llevaba cocinando desde hace siete años, pero resulta evidente que las potencias de la UE se han hecho las suecas ante las advertencias que les hizo Jake Sullivan, asesor de seguridad nacional de Biden, que les instó a «poner en común nuestras preocupaciones sobre las prácticas económicas de China”. 

El enfado de Washington es evidente. “El principal objetivo de Pekín era abrir una brecha en las relaciones transatlánticas, y Bruselas parece haber cumplido”, ha dicho en tono irónico Theresa Fallon, directora del Centro de Estudios Rusia-Europa-Asia, un think tank pronorteamericano en Bruselas. 

No va a ser la única fuente de choques. La administración Biden -bajo formas duras o suaves- pugnará por imponer los intereses de sus monopolios y por incrementar el grado de expolio y penetración de sus grandes capitales en las arterias económicas de Europa. Y EEUU se va a mantener inflexible en su exigencia de que los europeos de la OTAN deben aumentar sus gastos militares hasta el 2% de sus PIB.

¿Y Rusia?

La relación de Washington con Moscú -a pesar de los iniciales flirteos de Trump con Putin, tratando que Rusia se aproximara al frente antichino- se han ido deteriorando notablemente en los últimos años, y con la llegada de Biden a la Casa Blanca van a enturbiarse aún más. Al mismo tiempo que Biden llega a un acuerdo con el Kremlin para ampliar durante cinco años el tratado de armas nucleares New START que ambas potencias mantienen, esto no va a impedir una mayor presión del nuevo presidente sobre Moscú.

Biden ha afirmado que la inteligencia norteamericana va a fiscalizar con mucho mayor celo las actividades y operaciones de Rusia, y que va a revisar las acciones que han afectado a EEUU en los últimos años, tales como la interferencia en las elecciones presidenciales de 2016, la reciente campaña masiva de ciberataques, el pago de recompensas por ataques a soldados estadounidenses en Afganistán o el envenenamiento del opositor Alexei Navalny. Y que lo que encuentren podría ser la base para nuevas sanciones a Rusia.

Además, hay importantes puntos de choque entre ambos contendientes. A la candente pero irresuelta guerra de Crimea en el este de Ucrania, a los rescoldos del conflicto de Siria o a la creciente presencia rusa en Oriente Medio, se suma la crisis política en Bielorrusia y el despliegue de la OTAN en la frontera con Rusia. 

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