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Libia, la batalla que viene

En la polí­tica internacional se producen a menudo curiosos efectos ópticos. Llama la atención, por ejemplo, el discreto interés español por las elecciones presidenciales en Perú, comparado con la pasión venezolana.

Cuidado que estamos hablando de populismo. Keiko Fujimori vs. Pedro Pablo Kuczynski. Voto a voto, en una recuento verdaderamente agónico, se está librando en Perú la más reñida batalla electoral que se recuerda entre liberalismo y populismo, con el significativo y quizá decisivo apoyo de la izquierda al candidato liberal Kuczynski.

En el salón de los espejos deformes de la actualidad internacional ocupa un lugar preferente Libia. Ese país norteafricano ubicado entre Túnez y Egipto, con enormes reservas de petróleo y gas natural, se está convirtiendo en el principal problema para la seguridad europea ante el aparente desinterés de la opinión publicada española. Trípoli se halla a dos horas y veinte minutos de avión desde Barcelona. Está más cerca que Estocolmo, Copenhague y Berlín.

Libia es hoy un Estado fallido en el centro del Mediterráneo. El derrocamiento del coronel Gaddafi no trajo consigo una democracia risueña. Ha reaparecido la vieja separación del Imperio romano entre la Tripolitania y la Cirenaica (Bengasi), los señores de la guerra se han apoderado de los principales núcleos urbanos y el interior del país se ha fundido con el Sahel. El Estado Islámico (ISIS) cuenta con más de 6.000 combatientes en Libia, a los que acaba de aumentar la soldada. La franja costera se halla fuera de control y se está convirtiendo en la principal ruta de emigración clandestina, una vez bloqueada la ruta Turquía-Grecia-Balcanes. Los refugiados sirios se juegan ahora la vida en la ruta naval Libia-Sicilia. Durante la última semana de mayo, la guardia costera italiana socorrió a más de diez mil personas al pairo. Hace apenas siete días, unas cuatrocientas personas desaparecieron sin dejar rastro después de un naufragio. El verano será dramático.

El plan occidental es apuntalar el precario gobierno de Trípoli, intentar recuperar el control de la costa, sellarla, proteger a Túnez de las garras del Estado Islámico y evitar, por último, que la inmensa Libia se convierta en el principal baluarte del ISIS después de su probable derrota en Siria. Eso no se consigue con buenas palabras. Habrá batalla en Libia, pero antes se han de despejar las elecciones presidenciales norteamericanas de noviembre, e Italia, principal país europeo implicado, debe celebrar con la máxima tranquilidad posible, en octubre, un delicado referéndum sobre la reforma constitucional. En Libia está hoy en juego la seguridad de Europa y Estados Unidos lleva tiempo insistiendo que no puede costear todas las operaciones de policía.

Hay que tener presente Libia para contextualizar mejor el viaje de Barack Obama a España en julio. El presidente de Estados Unidos visitará expresamente la base naval de Rota (Cádiz), pieza fundamental del despliegue militar norteamericano en el Mediterráneo. En Rota se hallan los destructores equipados con el denominado escudo antimisiles (sistema de combate Aegis), y en Morón de la Frontera (Sevilla) se halla el principal puesto de mando de las fuerzas especiales de Estados Unidos para África, con capacidad de movilización de 3.500 marines en caso de crisis. Después de sendos acuerdos con los gobiernos Zapatero (Rota) y Rajoy (Morón), las dos bases españolas son hoy el principal vector de la fuerza norteamericana proyectada sobre el norte de África.

Obama no podía abandonar la presidencia sin visitar España. El viaje tendrá lugar en un momento muy significativo: negociaciones para formar Gobierno, con Libia al fond0.

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