La doble lectura de la "liberación de las costumbres"

¿Libertad con barrotes?

Que no nos quiten las banderas. La lucha por la libertad y los derechos civiles -en la que el movimiento gay ha participado de forma esencial- nos pertenece a los pueblos. Y tiene un norte revolucionario, cuestionando un orden social que ha encerrado al cuerpo en una cárcel de barrotes de oro.

Cuando hay oresión, hay rebeliónHace 34 años, en 1977, en Barcelona un grupo de gays y lesbianas tomaron por breves minutos las Ramblas de Barcelona antes de ser disueltos por la policía. Fue una explosión de libertad que pese a los insultos y golpes de las primeras manifestaciones ya no pudo ser detenida hasta convertirse en un movimiento organizado y extendido por toda España que cada año congrega a cientos de miles de personas en las principales ciudades españolas.Este año, el Día del Orgullo Gay se desarrolla bajo el lema “Salud e igualdad por derecho”, y pretende devolver al primer orden la lucha contra el sida, por el repunte de su incidencia, y mostrar el rechazo al recurso interpuesto ante el Tribunal Constitucional sobre la ley de matrimonios homosexuales.Pero, a pesar de las furibundas reacciones de la caverna homofóbica, estamos ante un avance irreversible, respaldado por una mayoría social progresista. Si hace sólo unas décadas la persecución hacia los homosexuales -tipificado como delito y enfermedad- era la norma, ahora se han alcanzado cotas de igualdad y derechos entonces impensables.La sociedad española se ha manifestado con rotundidad a favor de la igualdad y la libertad. Según todas las encuestas del CIS, casi el 70% está de acuerdo con la equiparación completa de derechos para los homosexuales y con el matrimonio entre personas del mismo sexo. Y el mismo porcentaje considera que lo importante en una adopción es el bienestar del niño y no la orientación sexual de los progenitores.Vivimos en una sociedad mayoritariamente progresista, con una especial sensibilidad, tras años de combate contra el fascismo, hacia las cuestiones que afectan a las libertades individuales.Luchamos por que las leyes reconozcan todos los derechos. Combatimos la marginación, para que las diferentes identidades sexuales sean reconocidas.Y no pararemos hasta acabar con una sociedad, una civilización y una cultura que niega y exige a cada ser humano negarse a sí mismo las ilimitadas identidades que posee. La cárcel del cuerpoDesde su misma fundación, el movimiento gay ha caminado con dos pies: por un lado la lucha por la equiparación de derechos, reconocidos en leyes, y contra la exclusión y la persecución; pero también la convicción de que, para alcanzar la plena libertad sexual es necesario acabar con una moral dominante y unas instituciones cuyo papel es la represión de los derechos más íntimos del individuo.Estamos contra la represión, contra la desigualdad. Pero cualquier forma de opresión está siempre ligada a uno u otro tipo de explotación. Si existe opresión es por la necesidad que tienen los que se apropian del fruto del trabajo de los demás por perpetuar por la fuerza esta situación. Y esto se multiplica hasta el infinito con la opresión sexual. La represión sobre todas las formas de expresión sexual distintas a la heterosexualidad y la sexualidad reproductiva es uno de los primeros pilares sobre el que se ha construido históricamente en la humanidad un sistema de relaciones basado en la explotación del hombre por el hombre.El cuerpo debía convertirse de objeto de deseo en sujeto de culpa. El cuerpo no puede ser libre, porque envuelve a una mercancía demasiado valiosa: la fuerza de trabajo comprada en el mercado por los comerciantes de perfumes que maniatan a las rosas. El cuerpo no puede ser libre porque su libertad haría estremecer las relaciones del orden social patriarcal en el que se apoyan quienes se arrogan el derecho de propiedad sobre la mujer, sobre la familia, sobre los hijos, sobre la humanidad, sobre la tierra. El cuerpo no puede disfrutar de una sexualidad libre, porque entonces toda su descomunal fuerza liberadora chocaría en frontal oposición a la concepción del mundo, a los valores dominantes impuestos por la civilización judeo-cristiana, lanzándose con furia ciega contra todo lo que ésta tiene de ocultación, negación y represión del deseo.Las mismas relaciones sexuales, sentimentales, son invadidas, determinadas, por la propiedad privada, el sometimiento, imponiendo a la humanidad, frente a otros tipos de familia más libres, propios del matriarcado, el matrimonio monogámico.Alcanzar una plena libertad sexual, un pleno reconocimiento para todas las identidades sexuales, sentimentales, implica necesariamente destruir las mismas bases de una sociedad basada en la explotación, y que por ello debe negar los deseos más hondos del individuo.El norte de toda la lucha del movimiento gay ha sido la de cuestionar una moralidad dominante, castradora de la libertad sexual, una sociedad que niega y exige a cada ser humano negarse a sí mismo las ilimitadas identidades que posee. Y en esta cárcel del cuerpo, el matrimonio, institucionalizado como unión monogámica, base de una determinada concepción de familia, ocupa un papel de clave de bóveda. Con los puritanos hemos topadoHasta tal punto la represión moral forma parte esencial del entramado ideológico que sostiene y justifica la explotación capitalista, que la burguesía se presentó ante el mundo bajo la bandera del puritanismo.La cara revolucionaria que adopta la revolución burguesa en Francia se transforma en un rostro extremadamente retrógrado y castrador en Inglaterra o EEUU, los países que van a acabar por modelar el mundo burgués.La burguesía se organiza en Inglaterra alrededor del partido puritano, el sector más radical del protestantismo, fundado sobre las teorías de Calvino.Dos son los principios fundamentales del calvinismo, que adapta el mensaje religioso a las necesidades de la burguesía. En primer lugar, el enriquecimiento se convierte en un vehículo para honrar a Dios. Ganar mucho dinero es un signo de haber recibido “la gracia divina”, de encontrarse entre el grupo de elegidos por Dios.En segundo lugar, un ascetismo radical y castrante, que prohíbe y elimina cualquier manifestación de sensualidad, cualquier expresión, hasta la más pacata, del goce y el deseo.Todo lo que no sea trabajar -producir plusvalía- y procrear -asegurar la reproducción de nueva mano de obra- se convierte en pecado. Una moral rígida y retrógrada que se inocula en la conciencia individual. Los puritanos se oponen al poder de la jerarquía de la Iglesia católica para incrustar un cura en la conciencia de cada individuo.La represión del deseo, la castración de los anhelos más íntimos de cada individuo, se convierte en un elemento fundamental del mantenimiento del orden social. Llevado hasta sus últimas consecuencias en EEUU, fundado “de nueva planta” como una especie de “teocracia calvinista” que ha empleado el puritanismo más feroz y reaccionario como bandera ideológica.Si en mayo del 68 se popularizó la consigna “¡Mata al policía que llevas dentro!”, el puritanismo burgués nos obliga a gritar “¡Mata al cura que llevas dentro!”. La ceremonia de la confusiónTodos -excepto una ínfima minoría de reaccionarios- estamos de acuerdo en los avances en la conquista de derechos y libertades que ha supuesto, entre otras luchas, la legalización del matrimonio homosexual.Pero nada se puede valorar en si mismo. Hasta las mejores banderas pueden tornarse negras dependiendo de quién y para qué las empuñe.En Portugal, el gobierno del socialista José Socrátes llevó adelante una política económica que permitía a la gran banca nacional y extranjera acumular ingentes beneficios. Mientras imponía el saqueo de la población, se revestía de izquierdas aprobando un amplio bloque de polémicas leyes sociales, como la despenalización del aborto o la aprobación del matrimonio homosexual, el cambio de sexo y el divorcio sin consentimiento mutuo. La oposición de la iglesia católica, convocando sucesivas manifestaciones, reafirmaba para muchos el “ineludible carácter progresista” del socialismo portugués.Algo muy parecido ha ocurrido en España. Zapatero ha utilizado la promulgación de algunas leyes sociales -la aprobación del matrimonio homosexual o la “memoria histórica”- como banderín de enganche que le otorgara un “pedigri” progresista que su política económica -alabada reiteradamente por el primer banquero del país, Emilio Botín- le negaba.En Turquía, la “lucha por los derechos civiles”, bajo la bandera de la defensa del laicismo, ha sido utilizada para encuadrar a determinados sectores sociales en el combate al gobierno del AKP -islamista moderado- cuya política económica autónoma supone un quebradero de cabeza para los intereses norteamericanos en la región.Si no queremos caer en una peligrosa ceremonia de la confusión, es imprescindible separar las justas reivindicaciones por la igualdad de los intereses espúreos de quienes levantan aparentemente esa misma bandera con el único objetivo de esconder sus vergüenzas. La libertad que todavía nos niegan La cárcel del cuerpoDesde su misma fundación, el movimiento gay ha caminado con dos pies: por un lado la lucha por la equiparación de derechos, reconocidos en leyes, y contra la exclusión y la persecución; pero también la convicción de que, para alcanzar la plena libertad sexual es necesario acabar con una moral dominante y unas instituciones cuyo papel es la represión de los derechos más íntimos del individuo.Estamos contra la represión, contra la desigualdad. Pero cualquier forma de opresión está siempre ligada a uno u otro tipo de explotación. Si existe opresión es por la necesidad que tienen los que se apropian del fruto del trabajo de los demás por perpetuar por la fuerza esta situación. Y esto se multiplica hasta el infinito con la opresión sexual. La represión sobre todas las formas de expresión sexual distintas a la heterosexualidad y la sexualidad reproductiva es uno de los primeros pilares sobre el que se ha construido históricamente en la humanidad un sistema de relaciones basado en la explotación del hombre por el hombre.El cuerpo debía convertirse de objeto de deseo en sujeto de culpa. El cuerpo no puede ser libre, porque envuelve a una mercancía demasiado valiosa: la fuerza de trabajo comprada en el mercado por los comerciantes de perfumes que maniatan a las rosas. El cuerpo no puede ser libre porque su libertad haría estremecer las relaciones del orden social patriarcal en el que se apoyan quienes se arrogan el derecho de propiedad sobre la mujer, sobre la familia, sobre los hijos, sobre la humanidad, sobre la tierra. El cuerpo no puede disfrutar de una sexualidad libre, porque entonces toda su descomunal fuerza liberadora chocaría en frontal oposición a la concepción del mundo, a los valores dominantes impuestos por la civilización judeo-cristiana, lanzándose con furia ciega contra todo lo que ésta tiene de ocultación, negación y represión del deseo.Las mismas relaciones sexuales, sentimentales, son invadidas, determinadas, por la propiedad privada, el sometimiento, imponiendo a la humanidad, frente a otros tipos de familia más libres, propios del matriarcado, el matrimonio monogámico.Alcanzar una plena libertad sexual, un pleno reconocimiento para todas las identidades sexuales, sentimentales, implica necesariamente destruir las mismas bases de una sociedad basada en la explotación, y que por ello debe negar los deseos más hondos del individuo.El norte de toda la lucha del movimiento gay ha sido la de cuestionar una moralidad dominante, castradora de la libertad sexual, una sociedad que niega y exige a cada ser humano negarse a sí mismo las ilimitadas identidades que posee. Y en esta cárcel del cuerpo, el matrimonio, institucionalizado como unión monogámica, base de una determinada concepción de familia, ocupa un papel de clave de bóveda.

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