El lí­der ultraderechista Le Pen condenado por sus declaraciones negacionistas

Le Pen y los que tragaron

Qué tranquilizador. Jean-Marie Le Pen, el lider ultraderechista francés ha sido condenado a tres meses de prisión (exentos de cumplimiento) y a 10.000 euros de multa por «complicidad de apologí­a de crí­menes de guerra» y «negación de crimen contra la humanidad». Las declaraciones juzgadas han sido las de una entrevista de 2005, en las que el conocido lí­der xenófobo expresaba su posición ante la ocupación nazi: » En Francia, la ocupación alemana no fue particularmente inhumana, pese a que hubo algunos atropellos, inevitables en un paí­s de 550.000 kilómetros cuadrados». Para los jueces franceses, esa declaración «trata de crear dudas» sobre los crí­menes contra la humanidad que cometieron los nazis en Francia, «como la deportación de judí­os o la persecución de resistentes».

La aología del nazismo y del holocausto, como la del terrorismo, son y han de ser objeto de persecución judicial y de repudio social, y el líder del Frente Nacional se ha ganado a pulso la condena. Además es reincidente. Ya en 1997 le condenaron por decir que las cámaras de gas –cuya existencia fueron “un punto de detalle de la segunda guerra mundial”. En la misma por la que ha sido juzgado, Le Pen afirmó que la Gestapo “tuvo cosas buenas”. Hasta los enfermos de SIDA han sido objeto de su odio. En 1987 dijo que "los enfermos del sida, al respirar del viro por todos los poros, son un peligro para el equilibrio de la nación. (…) El enfermo del sida es contagioso por su transpiración, su saliva y su contacto. Es una especie de leproso”. El Frente Nacional defiende la pena de muerte y la expulsión de los inmigrantes de Francia. Sus incendiarias declaraciones defendiendo la segregación de razas le han valido el rechazo de todos las personas progresistas y demócratas de Francia. Es y debe ser un “leproso ideológico”. Hasta aquí todo es muy tranquilizador. El Estado de Derecho juzga y condena a un peligroso xenófobo y pro-nazi. Pero en Francia, precisamente en Francia, es necesario cavar más hondo, pinchar hasta el hueso Cuando las tropas de la Wehrmacht entraron en Francia en 1940, la mayor parte de la ignominiosa burguesía francesa llega a un pacto con el diablo. A través del Mariscal Petáin, la Patria de la que tanto se les llena la boca es entregada maniatada a la bestia nazi. El ejército alemán ocupa París y la costa atlántica y el resto de la “Francia libre” queda bajo la autoridad del gobierno de Petain, con sede en Vichy. La indigna IV República Francesa se entrega de todo corazón al servicio de la causa de Berlín, dirigiendo una intensa labor colaboracionista. A cambio de que la burguesía monopolista conservara la propiedad de sus empresas –o hiciera grandes negocios con Alemania-, toda resistencia fue aplastada. Los comunistas y los judíos fueron perseguidos, mientras se aprueban feroces leyes antisemitas. El régimen de Vichy se vinculó estrechamente con la Gestapo y las SS, deportando más de 70.000 judíos a campos de concentración en diferentes países de Europa y envió 650.000 trabajadores (entre voluntarios y forzados) a Alemania como ayuda al esfuerzo de guerra alemán. La herida a la que tiene que hacer frente Francia no es sólo que su cobarde clase dominante vendiera el país a Hitler. La respuesta del pueblo francés fue escasa y tardía. Hasta bien avanzada la guerra no hubo en Francia una resistance fuerte –cuya columna vertebral fueron los comunistas y republicanos españoles-. Al igual que en Alemania, demasiados prefirieron mirar hacia otro lado a cambio de seguridad. Aún hoy no se ha repudiado suficientemente ese episodio ominoso de la historia de Francia. Es necesario denunciar a gorilas ultraderechistas como Le Pen, pero mucho más necesario es denunciar de dónde vienen los imperios económicos franceses, y dónde estaban esas rancias familias oligárquicas –y sus dinastías políticas- en 1940.

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