Guerras olvidadas

Las ruinas ardientes de Trí­poli

«Venimos, vimos y él murió», declaró triunfal la entonces secretaria de Estado Hillary Clinton, poniendo el broche a la sucesión de maniobras diridas desde Washington -y enmarcadas en el movimiento de las ‘primaveras árabes’- que llevaron a la guerra civil y al derrocamiento del régimen libio. Un lustro después, el caos y el conflicto siguen dominando el paí­s norteafricano, convertido en un enorme agujero negro en la orilla sur del Mediterráneo.

Cinco años después, Libia es una infernal combinación entre ruina calcinada, enorme interrogante geopolítico y campo de batalla. La guerra civil y la división política campan a sus anchas, entre los escuálidos gobiernos que occidente intenta imponer, los señores de la guerra y grupos yihadistas, y las mafias que trafican con inmigrantes en el Mediterráneo.

Claro está que en Libia había una dictadura, y que los derechos civiles bailaban al son de Gadafi. Pero a principios de esta década, gracias a las inmensas reservas petrolíferas de su subsuelo (las mayores de África), Libia llegó a tener uno de los niveles de vida más altos del continente, con sanidad y educación gratuítas y universales. Hasta que Washington decidió prender la dinamita.

Desde 2011, la orgía de muerte se ha cobrado la vida de 140.000 libios, el 2% de un país de 7 millones. Como si hubieran exterminado a toda la provincia de Zaragoza. Ciudades en otro tiempo prósperas y orgullosas de su historia reducidas a escombros. En el caos imperante, se hace difícil cifrar el éxodo de refugiados de Libia, pero ACNUR los estima en más de 100.000. Algunos pocos han cruzado a Egipto, pero la mayoría se resguardan en Tobruk o Bengasi, donde persisten los combates. Al sur el Sáhara y al norte el Mar, ambos asesinos crueles. Al oeste, hacia Argelia, la guerra es más intensa. ¿A dónde ir?.

Y en medio de esta guerra olvidada y de baja intensidad, un rescoldo que ya no arde pero que aún calcina, la ausencia del Estado libio favorece que una procesión ininterrumpida de seres que vienen del África negra, huyendo de sus propias guerras también olvidadas y de su propia miseria, lo atraviese sin cesar. Son pasto de las mafias y luego del Mediterráneo, un cementerio gélido y feroz que se cobra su peaje de ahogados cuando intentan cruzar. Desde 2015 más de 15.000 personas han muerto frente a las costas de Libia al intentar alcanzar la prosperidad europea.

¿Y de dónde vino este infierno? “Estábamos felices de habernos librado de Gadafi. Pero cinco años después comenzamos a preguntarnos quién hizo de verdad la revolución y sentimos que no fue una revolución libia, sino una decisión internacional”, dice con desazón el exdiputado Naser Seklani, antiguo oficial del Ejército gadafista y uno de los primeros en sumarse al alzamiento.

Él, como muchos que lucharon contra el tirano Gadafi- fueron sin saberlo peones. Los diseñadores de las ruinas que hoy son Libia están en Washington. En 2010, un informe de la inteligencia norteamericana mostraba cómo un amplio conjunto de países musulmanes “estaban maduros para la revuelta popular”. Los intereses estratégicos de EEUU aconsejaban el derribo de unos regímenes dictatoriales -históricante apoyados por Washington- cuya pervivencia sólo podía conducir a una peligrosa inestabilidad; su dominio interno del aparato estatal permitió que las ‘Primaveras árabes’ alentadas por EEUU sustituyeran esos gobiernos por otros más estables e igualmente controlados por Washington. Y algunos, como Hillary Clinton, pensaron que en ese movimiento podrían derribar a uno de los regímenes más hostiles e impermeabes a su influencia… como la Libia de Gadafi.

Pero el feroz Gadafi arrinconó a la oposición armada y financiada por occidente. Tuvo que ser necesaria la intervención armada de la OTAN -con Francia y Reino Unido bombardeando y EEUU liderando discretamente desde atrás- para derribar el Estado libio.

Tras el colapso de la guerra, Libia camina en el caos. Desde 2011, distintos partidos políticos, señores tribales y milicias terroristas combaten por el control del país y sus riquezas. Como hienas tras los despojos de un cadáver, tres gobiernos se disputan el título. Las bombas siguen cayendo sobre Trípoli, Bengazi, Tobruk, sobre las regiones de la Cirenaica, Tripolitana o Fezzam. El país se desangra internamente y vive bajo la amenaza de una nueva intervención hegemonista, con el pretexto de combatir el islamismo del Daesh. Pobre de tí, Libia.

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