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Las Palmeras Salvajes

Hablábamos ayer de la necesidad ineludible de leer a Faulkner. Y hoy traemos aquí­ una de sus novelas, quizá la que mejor fortuna ha tenido en nuestra lengua, merced a la extraordinaria traducción que hizo de ella Borges. Publicada en 1939 -hace, pues, 70 años- «Las Palmeras Salvajes» es un excelente pórtico por el que adentrarse en la obra de Faulkner, una obra con todas las claves de su universo narrativo y con todas las virtudes y exigencias de su peculiar estilo, que, además, cuenta aquí­ con una introducción muy esclarecedora y enormemente valiosa de Juan Benet, de la que seleccionamos aquí­ los párrafos más destacados.

"Con "Las almeras salvajes" -dice Benet- Faulkner provocó, con sus desafueros, uno de aquellos pequeños escándalos que hacían las delicias y las amarguras de sus incondicionales. La obra se publicó por primera vez (en 1939, por Random House) en la forma que definitivamente se ha adoptado para ella, tanto en inglés como en sus traducciones: como la correlación de dos historias diferentes, sin el menor parentesco ni enlace aparente en el espacio o en el tiempo, que se suceden por la alternancia de los cinco capítulos en que cada una está dividida. Posteriormente -y cuando ya toda la crítica había levantado su contradictorio syllabus para explicar semejante "discordia concors"-, al filo de la edición de bolsillo de Signet Books en que ambas narraciones -"Las palmeras salvajes" y "El viejo"- se presentaron al público reunidas y separadas, Faulkner -con aquella malignidad que tan sutilmente disfrazaba de indiferencia hacia el tratamiento de su obra y hacia los comentarios que suscitaba- vino a decir que probablemente se debía a un error (o un azar) el que se hubieran editado como una obra única. Semejante salida de tono no pudo convencer a alguna gente -la que no sólo le lee, sino que le estudia- y Faulkner recogió velas, en 1956, en la famosa entrevista con Jean Stein para la "Paris Review", dando una explicación bastante cabal y extensa de cómo había confeccionado "Las palmeras salvajes"."En un principio -dijo allí Faulkner- había un solo tema, la historia de Charlotte Rittenmeyer y Harry Wilbourne, que sacrificaron todo en aras del amor para luego perderlo. Solamente después de haber comenzado el libro comprendí que debía dividirse en dos relatos. Cuando concluí la primera parte de "Las palmeras salvajes", advertí que algo le faltaba porque la narración necesitaba énfasis, algo que le diera relieve, como el contrapunto en música. Entonces me puse a escribir "El viejo" con el que seguí hasta que se elevó el tono de nuevo. Abandoné el relato de "El viejo" en ese punto -lo que es ahora su primer capítulo- para volver sobre "Palmeras salvajes". En cuanto percibía que volvía a decaer, me obligaba a mí mismo a alcanzar de nuevo el tono alto mediante un nuevo capítulo de su antítesis: la historia de un hombre que encuentra el amor y huye de él -una fuga que termina con el libro-, y que le lleva al extremo de volver voluntariamente a la cárcel en busca de la seguridad. Si finalmente hay dos historias diferentes, sólo es por azar, tal vez por necesidad. Pero en realidad -concluye diciendo Faulkner- la historia es la de Charlotte y Wilbourne".Sumérjanse en la lectura apasionante y despiada de este libro excepcional para descubrir -como afirma Benet- una potencia metafórica inigualable, una audacia en el uso de la palabra difícil de encontrar en escritor alguno y una singularidad tal en la composición que hacen de ella una obra maestra única.

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