Las dos caras de la crisis

Desde hace meses, en estas mismas páginas venimos insistiendo en que el mundo no está en crisis, que no hay ninguna crisis mundial. Que la realidad que define el mundo actual es la existencia de tres campos claramente diferenciados, en los que mientras unos están en crisis, otros crecen aceleradamente.

El rimer mundo; la cabeza imperialista. EEUU y con él, sus socios preferentes como Alemania, Japón o Gran Bretaña. Un segundo campo, los países que, como el nuestro tenemos emasculada nuestra capacidad de decisión, países formalmente independientes pero en realidad dependientes política, militar y económicamente. Estos dos campos sí que estamos en crisis. Pero lo que sucede en el resto del mundo es que China crecerá este año un 10,5% y la India un 9,7%. Y este es un fenómeno que abarca a toda Asia, con la única excepción de Japón. Brasil alcanzará el 7,5% y a su vez, prácticamente la totalidad de Iberoamérica e incluso parte de África experimentarán un crecimiento económico entre el 4 y el 5%. Esta parte del mundo que representa mucho más de la mitad de la población mundial no está en crisis. Y no sólo eso, sino que mantiene un ritmo de crecimiento inusitado. Son ellos los que sostienen el 80% del crecimiento económico del planeta. Su característica común es que son países que han conseguido zafarse total o parcialmente de la dependencia y las imposiciones imperialistas. Son grandes potencias emergentes, pero también pequeños países como Bolivia, Ecuador o Venezuela, que luchan por decidir su propio destino. Las dos series de datos contrapuestos que hemos conocido esta semana confirman, por si a alguien le quedaba alguna duda, que en esta parte del mundo no hay crisis. Pero en el campo de los países dependientes de EE UU sí. EEUU y su campo: de mal en peor La noticia estalló como una bomba en todas las plazas financieras: la agencia de calificación Standard & Poor’s degradaba de “estables” a “negativas” las perspectivas de solvencia de la superpotencia para pagar su enorme deuda pública en los próximos años. Y como telón de fondo, la áspera batalla política sobre el déficit fiscal que se libra en Washington y las incertidumbres sobre la posibilidad de una solución a corto plazo. Desde el año 2000, con la llegada de Bush, el déficit y la deuda norteamericana, ya de por sí elevadas, comenzaron a dispararse a niveles estratosféricos con el gasto de 1,5 billones de dólares en las guerras de Afganistán e Irak y el recorte de impuestos a los más ricos, que supuso que el Estado dejara de ingresar 800.000 millones de dólares. Con la llegada de Obama, la situación de la deuda pública no ha hecho más que empeorar, debido a que ha mantenido el recorte de impuestos a los ricos y ha incrementado la guerra en Afganistán, pero ha destinado al mismo tiempo 700.000 millones de dólares al rescate bancario y 800.000 millones en planes de estímulo. Como consecuencia, la deuda federal norteamericana representa en la actualidad el 100% de su PIB (más de 14 billones de dólares), seguirá creciendo hasta el 116% en 2021 y, de no tomarse medidas correctoras, supondrá el 344% del PIB en 2050. Obama ha propuesto un plan para recortar cuatro billones de dólares de deuda en los próximos 12 años, mientras que los republicanos exigen un recorte de 5,8 billones en 10 años. Las vías para llegar a ellos son también radicalmente distintas. Para Obama, una tercera parte del recorte debe venir de subidas de impuestos y ahorro en el gasto militar. Para los republicanos, de recortar y privatizar el principal programa de asistencia médica a los jubilados. Y debajo de la batalla presupuestaria lo que se adivina es una disputa política de enorme envergadura entre las dos fracciones en que esta dividida la clase dominante norteamericana, disputa que previsiblemente va a paralizar en gran medida el país hasta las próximas elecciones presidenciales de noviembre de 2012. Y mientras tanto, el ministro de Finanzas alemán ha vuelto a encender la mecha de la crisis de la deuda en Europa al declarar públicamente que, pese al rescate, Grecia va a tener que declararse en bancarrota y negociar con sus acreedores. ¿Cómo no va a hacerlo si está pagando un 6% de interés por el dinero del rescate (cuando el BCE tiene el dinero al 1,25%), y los buitres financieros internacionales le están exigiendo intereses usurarios del 20% por sus préstamos a dos años? Inmediatamente después de las declaraciones de Schauble, la prima de riesgo de la deuda española –el sobreprecio que se nos exige frente al que se exige a los alemanes– subía en apenas 72 horas desde los 180 puntos básicos hasta los 230, ¡una subida del 27,7% en sólo tres días! Ambos acontecimientos no son sino el preludio de nuevas tormentas financieras y nuevos ataques y exigencias de Washington y Berlín contra las economías más débiles y dependientes. BRICS: motor del desarrollo Paralelamente a estas nuevas turbulencias que se abatían sobre las cabezas del campo imperialista y los países dependientes y sometidos a ellos, los líderes de Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, el grupo de países denominados BRICS, se reunían el pasado jueves en la isla de Hainan, en el sur de China. En un comunicado conjunto declaraban que uno de sus objetivos principales como organización es aumentar su influencia en las decisiones sobre la economía global, en tanto que se han convertido en uno de los motores más importantes del crecimiento económico mundial, cambiando de forma conjunta el patrón de la economía mundial. Y han vuelto a poner sobre la mesa tanto la reforma del sistema monetario internacional dominado por el dólar, como la necesidad de una supervisión estricta de los mercados de materias primas y de los flujos de capital desde los países desarrollados hacia las economías emergentes. En el mismo momento en que se encontraban reunidos, un informe del FMI adelantaba que el PIB de China en paridad de poder adquisitivo –PPA, un ajuste estadístico que permite comparar las cifras teniendo en cuenta lo que puede comprarse con un mismo billete de dólar en un país y otro– va a adelantar al de EEUU y será el primero del mundo en 2016, mucho antes de lo que nadie jamás imaginó. La reunión de los BRICS ha constatado cómo el poder económico mundial y la riqueza se están transfiriendo de los países desarrollados a los países emergentes a un ritmo acelerado. Lo que está provocando cambios drásticos en el sistema económico mundial. Y aunque el auge de los países emergentes es una tendencia constante a largo plazo y no un fenómeno temporal, la crisis financiera ha permitido reducir abruptamente la brecha entre los países emergentes y los países occidentales desarrollados. Como consecuencia, el poder sobre la toma de decisiones económicas globales se ha vuelto más equilibrado. Las viejas potencias occidentales ya no pueden actuar, como en el pasado, a su antojo, disponiendo de los recursos y la riqueza global de planeta para cubrir sus necesidades y tapar sus agujeros. Lo que a su vez es un factor que acelera el fortalecimiento económico de los emergentes y agudiza la crisis en el campo capitaneado por EEUU. Pero además, el éxito económico de los países emergentes frente a la crisis de las viejas potencias ha reforzado la tendencia hacia la autonomía en los patrones de desarrollo económico de cada país. El modelo norteamericano que hasta ahora había sido prácticamente el único aplicado para resolver crisis anteriores (crisis asiática, el tequilazo, crisis rusa, de las puntocom,…), ahora se ha visto ampliamente cuestionado. Y por tanto, la voz y la capacidad de los distintos países para buscar un desarrollo económico autónomo, basado en sus propias experiencias y necesidades, se ha fortalecido significativamente.

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