El Observatorio

¿Larra, un afrancesado?

Toda la profesión periodí­stica española de los últimos dos siglos tiene una deuda impagable con Larra, arquetipo del ideal romántico, pero sobre todo maestro, y maestro de maestros, del periodismo español. Sus «artí­culos» siguen siendo hoy tan célebres y reconocidos como actuales y vigentes: en gran medida, aún vivimos en el paí­s del «vuelva usted mañana» y del «perezoso» integral. Su obra sobrepasó el género al que pertenecí­a para integrarse plenamente en la historia de la literatura española, de la que forma parte de una manera muy destacada. Su espí­ritu crí­tico y libre dio pie en su tiempo, y sigue dándolo ahora, a la idea de que Larra era un «afrancesado». Pero, ¿lo era realmente?

Para contestar a esta regunta en profundidad y sin retórica es preciso empezar por hacer una distinción entre dos clases o dos tipos de "afrancesamiento" muy diferentes, ambos frecuentes en el XIX español, pero cuyo contenido es muy distinto. Por un lado existía el "afrancesado" que no sólo comulgada con las ideas o las costumbres de la Francia ilustrada y posrevolucionaria, sino que además se hizo cómplice activo de la política de expansión y dominación francesa sobre la península ibérica. Son los que, en términos modernos, podríamos llamar "colaboracionistas". Para otros, en cambio, el "afrancesamiento" consistía básica o exclusivamente en las simpatías por el ideal ilustrado, por los logros y transformaciones llevadas a cabo por la revolución francesa y por un horizonte libre de las pesadas hipotecas que el antiguo régimen y la iglesia representaban tanto para el país como para la vida de cada uno.Un caso notorio de afrancesado colaboracionista fue el del propio padre de Larra, el médico don Mariano de Larra y Langelot, que colaboró con los franceses durante todo el reinado de Bonaparte y que, tras las derrotas del ejército francés en Vitoria y Arapiles, marchó con su familia a Francia, siguiendo las filas de José Bonaparte, donde acabó trabajando inicialmente como médico castrense en el hospital de Burdeos y luego acompaño a los ejércitos napoleónicos hasta la batalla de Waterloo. Volvió a España en 1818 merced a una amnistía especial otorgada por el rey Fernando VII.Ese regreso fue "providencial" para que su hijo, que había comenzado a educarse en Francia, acabara siendo, sin embargo, un verdadero emblema de las letras españolas.Y, en todo caso, un "afrancesado" del segunto tipo, un espíritu crítico y libre, ilustrado y creativo, al que "le dolía España", es decir, el atraso de España, la indolencia y pereza de los españoles, la incuria de la administración, el anacronismo de la sociedad, los vicios de la corte, las sinecuras de la iglesia y, en general, todo aquello que hacía de "su patria" el escenario de una tragicomedia falta de juicio y falta de actualidad. Por todo eso, más que como prototipo del molde romántico (que también lo fue, y su suicidio por un amor despechado lo ha convertido en leyenda), Larra permanece vivo como expresión de una inteligencia valerosa y atrevida, de una mirada crítica que se acerca a la realidad sin anteojos y un escritor que engarza espléndidamente lo concreto y lo furtivo con lo perdurable, a través de un lenguaje de auténtica envergadura literaria. Sus "artículos" son un clásico de lectura obligatoria.

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