El «oasis catalán», presentado durante años como ejemplo de «política civilizada», se ha transformado en una fosa séptica de corrupción. Al escándalo del Caso Millet, con el vaciamiento de los fondos del Palau de la Música, se ha sumado el estallido de la trama de corrupción en Santa Coloma, un escándalo urbanístico donde está implicada la flor y nata de la clase política catalana. Lejos de ser un «hecho diferencial», los casos de corrupción en Cataluña son paradigmáticos de las características de esa hedionda mancha que parece extenderse por toda la geografía española.
En el auto del caso “Santa Coloma” el juez Garzón constata “la existencia de un gruo organizado de personas en torno al Ayuntamiento de Santa Coloma de Gramanet”, dedicado a “lograr modificaciones de los planes de ordenación urbana”, utilizando para ello “los cargos institucionales de unos, la posición y contactos políticos de otros y la actividad empresarial de los demás”.El dibujo de la trama corrupta no puede estar más claro.Por un lado grandes constructoras -entre las cuales está la filial inmobiliaria de Caixa Catalunya- que pagaban comisiones a cambio de recalificaciones fraudulentas y concesiones ilegales de los ayuntamientos del cinturón metropolitano de Barcelona.Por otro, “los comisionistas”, ex altos cargos políticos que utilizaban sus contactos con las administraciones públicas para facilitar los negocios turbios.Y, en el último extremo, alcaldes y concejales que concedían a dedo adjudicaciones públicas, recalificaban terrenos bajo manga o modificaban irregularmente los planes de ordenación urbana.Toda una trama corrupta, en la que encontramos unidos en delictiva comunión a históricos prebostes del pujolismo -como Macià Alavedra o Lluis Prenafeta-, oscuros ex diputados del PSC -como Luis Garcia- o sospechosos alcaldes -como Bertomeu Muñoz, alcalde de Santa Coloma por el PSC, hijo del último alcalde franquista de la localidad, ya conocido entonces como “el alcalde de los mil pisos” por su implicación en los chanchullos inmobiliarios-.Toda una red delictiva donde las constructoras obtenían jugosos beneficios, los principales partidos se financiaban a golpe de comisión, y las arcas públicas eran literalmente vaciadas.Un grupo organizado de ladrones a todo ritmo con el objetivo de robar el dinero público.Por eso, ante la gravedad de los hechos, resulta indignante que destacados políticos catalanes -desde el portavoz de CiU, Oriol Pujol, a la consejera de Justicia del PSC, Montserrat Tura- hayan lanzado el grito en el cielo denunciando la exhibición por televisión de los condenados esposados como una “vejación pública innecesaria” o un “atentado a la dignidad”.¿Quién ha “vejado” a quién? ¿Garzón al encarcelar a los corruptos, o los corruptos al robarnos el dinero público?Oriol Pujol o Montserrat Tura deberían explicar por qué el Parlament decidió archivar en 2007 el informe de la Sindicatura de Cuentas donde ya se denunciaban irregularidades urbanísticas en el ayuntamiento de Santa Coloma. O enterrar las numerosas advertencias de los inspectores de hacienda de que Millet estaba saqueando las cuentas del Palau.La corrupción ha salido gratis durante mucho tiempo. Y eso ha extendido el cáncer.Macià Alavedra, ex conseller de Economía, estuvo implicado en el caso Estevill, el juez protegido por CiU y acusado de extorsión. Lluis Prenafeta tuvo que dimitir de su cargo de secretario de la presidencia por su implicación en el caso Grand Tibidabo con Javier de la Rosa, y en el caso Casinos, de financiación de CDC. Y el nombre de Luis García, ex diputado del PSC, ya había aparecido en un caso de estafa con fondos públicos en los años noventa.La corrupción se ha alentado, silenciado y permitido porque ha sido el lubricante necesario del boom inmobiliario y de la financiación de las castas políticas, mientras ambos -señores del ladrillo y prebostes políticos- saqueaban con impunidad las arcas públicas.Ha llegado el momento de atajar el cáncer. Elevando considerablemente las penas para los casos de corrupción, investigando y desmantelando las tramas de corrupción donde se han hermando las élites económicas y el poder político… Y, por supuesto, exhibiendo para escarnio público a los corruptos. ¿O es que acaso no se merecen, como mínimo, ese “trato vejatorio”?