Berlí­n impone su plan para Grecia

La UE propone y Merkel dispone

Tras la reciente cumbre de la UE y la aprobación del plan de rescate de Grecia dictado por Alemania, toda la atención se centra en Atenas. Sin embargo, lo que ocurre allí­ es sólo la punta del iceberg, la parte más visible de un único problema que afecta, con mayor o menor intensidad, a una decena larga de paí­ses de la UE, entre ellos el nuestro. Problema que en todas partes tiene un mismo nombre: la dependencia financiera, industrial y comercial a la que han sido sometidos por la potencias centrales de la UE, en particular Alemania y Francia.

Lo llaman lan de rescate, pero en realidad deberían denominarlo plan de intervención y saqueo de Grecia. Pues no otro es su contenido real. Intervención y saqueo cuyo fin último es asegurar que la población griega paga a través de un recorte brutal de sus salarios reales la ingente deuda acumulada desde la entrada en la UE y la moneda única con los grandes capitales alemanes y franceses. Una situación que se reproduce en el resto de países del sur de Europa y en gran parte de los del Este. Y cuyas razones de fondo en todas partes son idénticas: un perverso sistema de “asociación”, que bajo la apariencia ficticia de una convergencia nominal en la riqueza de los países socios, produce en realidad una diferenciación cada vez más abismal en términos de poder económico, pero también político. Los rasgos semicoloniales de la periferia Todo el mundo alaba las virtudes de la economía alemana, capaz de convertirse en la mayor potencia exportadora industrial del mundo, sólo superada este año por China, que multiplica por más de 16 veces su población. Se les olvida mencionar, sin embargo, un ‘pequeño’ detalle. Más de la mitad de ese enorme volumen de exportación de la economía germana es sólo posible gracias a la conversión de la Unión Europea en una especie de mercado cautivo donde Berlín puede colocar, sin apenas competencia, sus mercancías y sus excedentes de capital. Y que tiene, como inevitable reverso complementario, que el conjunto de países políticamente más débiles y las economías más atrasadas carguen con el déficit comercial y el endeudamiento necesarios para mantener la fortaleza alemana. Como en un espejo invertido, la excedentaria economía alemana se nutre, y sólo puede vivir a costa de los déficit gemelos (y el consiguiente endeudamiento público y privado) de los países más débiles de la periferia europea. Institucionalizar los mecanismos necesarios para que ese trasvase desde la periferia hacia el centro se produjera de una forma constante –y además invisible, oculta tras la supuesta “solidaridad” de los fondos de cohesión y la apariencia de la convergencia nominal– ha sido la constante del eje París-Berlín desde la primera ampliación a los países del sur, amplificada después con la instauración de la moneda única y la segunda ronda de ampliaciones a los países del Este. El método utilizado en todas partes –con las lógicas particularidades nacionales– es similar al empleado con España en las negociaciones para la adhesión al Mercado Común. Primero se exige el desmantelamiento, la reconversión o la venta de todos aquellos sectores del tejido productivo que sean, o puedan llegar a ser, molestos competidores para los grandes monopolios europeos. Sectores que por regla general coinciden con aquellos necesitados de mayor innovación tecnológica y creadores de un mayor valor añadido, dejando a la clase dominante del país que concentre sus capitales en unos pocos sectores –en el caso español, la banca, la construcción, las telecomunicaciones y la energía, en un primer momento–, mientras al resto se le condena a ser una economía especializada en la producción de una serie de bienes y servicios de escasa innovación, productividad y competitividad, baja calidad y valor añadido, extensivas en utilización de abundante mano de obra barata y dirigidas a proveer las necesidades de los mercados de los países centrales. Condiciones perfectas para que las mercancías y productos industriales de alto valor añadido de las grandes potencias europeas se adueñaran de esos mercados, generando de esta manera un alto nivel de superávit comercial entre ellas y los países más débiles. La acumulación, año tras año, de esos superávit comerciales no podía sino generar una hiper-abundancia de capitales excedentarios en las potencias centrales de la UE. Lo que abrió paso a la segunda etapa, la creación de un sistema monetario unificado, con un único Banco Central Europeo y una moneda única que han permitido canalizar esos excedentes de capital desde Berlín y París hacia Madrid, Atenas, Lisboa o Dublín. Cerrando de esta manera un círculo diabólico en el que al déficit comercial permanente se sumaba una ingente acumulación de deuda. Exactamente el tipo de relaciones de dominación y dependencia que históricamente han caracterizado los vínculos entre las potencias imperialistas y las economías de tipo semicolonial. Círculo en el que la poderosa burguesía monopolista germana –eficazmente secundada por la francesa– han encerrado no sólo a los llamados países PIGS, sino también a buena parte de los países del este de Europa llegados de forma tardía a la Unión: Hungría, Rumania, Letonia, Bulgaria,… Son justamente estas relaciones de tipo semicolonial, y los vínculos de dominio, dependencia y sometimiento que crean, las que hacen posible que ahora la Alemania de Merkel haga uso de este poder acumulado sobre las naciones más débiles de la UE para imponerles drásticos panes de ajuste. Planes que en todas partes tienen también el mismo objetivo y un único significado. Rebajar en un 25% el salario de las poblaciones de esos países para asegurar el cobro de las deudas pendientes. Y hacer recaer, en medio de la mayor crisis que ha conocido el capitalismo en los últimos 80 años, sus pérdidas sobre los eslabones más débiles y dependientes.

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