La Tercera Depresión

«Estamos ahora, me temo, en las primeras etapas de una tercera depresión. Probablemente se parecerá más a la Larga Depresión que a la mucho más severa Gran Depresión. Pero el coste -a la economí­a mundial y, sobre todo, a los millones de vidas arruinadas por la ausencia de puestos de trabajo-, sin embargo, será enorme. Y esta tercera depresión será, ante todo un fracaso de la polí­tica»

Es casi como si los mercados financieros comrendieran lo que los responsables políticos al parecer no entienden: que si bien la responsabilidad fiscal a largo plazo es importante, reducir el gasto en medio de una depresión, lo cual profundiza la depresión y allana el camino para la deflación, es en realidad auto-contraproducente. ¿Y quién va a pagar el precio de este triunfo de la ortodoxia? La respuesta es, decenas de millones de trabajadores desempleados, muchos de los cuales continuarán sin empleo durante años, y algunos de los cuales nunca volverán a trabajar. (THE NEW YORK TIMES) THE WALL STREET JOURNAL.- Desde el anuncio de su flexibilización, el yuan ha ganado 0,5% frente al dólar. Sin embargo, experiencias recientes y no tan recientes sugieren que incluso una apreciación más amplia de la divisa china no resolverá el problema. Considere el anterior esfuerzo de China. Desde junio de 2005 a julio de 2008, la moneda china se apreció 21% frente al dólar. Se supone que estas oscilaciones tiene un efecto retardado, pero incluso en abril de este año, el promedio mensual de 12 meses del déficit comercial estadounidense con China fue un 13% mayor, en términos ajustados a la inflación, con respecto a junio de 2005. Y si no hubiera sido por el desplome del comercio global relacionado con la recesión iniciado en 2009, el déficit probablemente habría sido incluso mayor. EEUU. The New York Times La Tercera Depresión Paul Krugman Las recesiones son comunes; las depresiones son raras. Por lo que yo sé, sólo hubo dos períodos en la historia económica que se describen ampliamente como "depresiones" de la época: los años de deflación y la inestabilidad que siguieron al pánico de 1873 y los años de desempleo masivo que siguieron a la crisis financiera de 1929-31. Ni la Larga Depresión del siglo XIX, ni la Gran Depresión del XX fueron períodos de declive sin parar – por el contrario, ambos incluyeron períodos en que la economía creció. Pero estos episodios de mejora no fueron suficientes para deshacer el daño de la caída inicial, y fueron seguidas de recaídas. Estamos ahora, me temo, en las primeras etapas de una tercera depresión. Probablemente se parecerá más a la Larga Depresión que a la mucho más severa Gran Depresión. Pero el coste –a la economía mundial y, sobre todo, a los millones de vidas arruinadas por la ausencia de puestos de trabajo–, sin embargo, será enorme. Y esta tercera depresión será, ante todo un fracaso de la política. Alrededor del mundo –más recientemente este fin de semana pasado en la profundamente desalentadora reunión del G-20– los gobiernos están obsesionados por la inflación cuando la verdadera amenaza es la deflación, predican la necesidad de apretarse el cinturón cuando el verdadero problema es el gasto inadecuado. En 2008 y 2009, parecía como si hubieran aprendido de la historia. A diferencia de sus predecesores, que elevaron las tasas de interés ante la crisis financiera, los líderes actuales de la Reserva Federal y el Banco Central Europeo recortaron las tasas y se dedicaron a apoyar los mercados de crédito. A diferencia de los gobiernos del pasado, que trataron de equilibrar los presupuestos en medio de una economía hundiéndose, los gobiernos de hoy en día permitieron aumentar los déficit. Y unas mejores políticas ayudaron al mundo a evitar un colapso total: la recesión provocada por la crisis financiera podría decirse que terminó el verano pasado. Pero los historiadores del futuro nos dirán que este no fue el final de la tercera depresión, al igual que la reactivación de los negocios que comenzó en 1933 no fue el final de la Gran Depresión. Después de todo, el desempleo –especialmente el desempleo de larga duración– se mantiene en niveles que hubieran sido considerados catastróficos no hace mucho tiempo, y no muestra signos de bajar rápidamente. Y tanto Estados Unidos como Europa están encaminados hacia una trampa deflacionaria al estilo de Japón. Frente a este sombrío panorama, se podría haber esperado que los responsables políticos se hubieran dado cuenta de que todavía no han hecho lo suficiente para promover la recuperación. Pero no: en los últimos meses ha habido un resurgimiento impresionante de la ortodoxia de la dureza monetaria y del presupuesto equilibrado. En cuanto a la retórica se refiere, el renacimiento de la religión de los viejos tiempos es más evidente en Europa, donde los funcionarios parecen estar inspirándose en sus temas de conversación de los discursos recogidos de Herbert Hoover, incluyendo hasta la afirmación de que aumentar los impuestos y recortar el gasto realmente expandirá la economía, mediante la mejora de la confianza empresarial. En la práctica, sin embargo, América no lo está haciendo mucho mejor. La Fed parece consciente de los riesgos de deflación – pero lo que se propone hacer con respecto a estos riesgos es, bueno, nada. La administración Obama entiende los peligros de la austeridad fiscal prematura –, pero como los republicanos y los demócratas conservadores en el Congreso no autorizan ayudas adicionales a los gobiernos estatales, la austeridad está llegando de todos modos, en forma de recortes presupuestarios a nivel estatal y local. ¿Por qué este giro equivocado en la política? Los de la línea dura a menudo invocan los problemas que afronta Grecia y otros países de la periferia de Europa para justificar sus acciones. Y es verdad que los inversores de bonos se han crispado con los gobiernos con déficit intratable. Pero no hay pruebas de que la austeridad fiscal a corto plazo en medio de una economía deprimida tranquilice a los inversores. Por el contrario, Grecia se ha comprometido a la austeridad, sólo para encontrar que sus diferenciales de riesgo crecen sin parar; Irlanda ha impuesto recortes salvajes en el gasto público, sólo para ser tratados por los mercados como un riesgo peor que España, que ha sido mucho más reacia a aplicar las recetas de la línea dura. Es casi como si los mercados financieros comprendieran lo que los responsables políticos al parecer no entienden: que si bien la responsabilidad fiscal a largo plazo es importante, reducir el gasto en medio de una depresión, lo cual profundiza la depresión y allana el camino para la deflación, es en realidad auto-contraproducente. Así que no creo que esto trate realmente de Grecia, e incluso sobre cualquier apreciación realista de la relación entre los déficit y el empleo. Es, en cambio, la victoria de una ortodoxia que poco tiene que ver con el análisis racional, y cuya principal premisa es que el sufrimiento que se impone a otras personas es la forma de mostrar su liderazgo en tiempos difíciles. ¿Y quién va a pagar el precio de este triunfo de la ortodoxia? La respuesta es, decenas de millones de trabajadores desempleados, muchos de los cuales continuarán sin empleo durante años, y algunos de los cuales nunca volverán a trabajar. THE NEW YORK TIMES. 28-6-2010 EEUU. The Wall Street Journal La apreciación del yuan no seria una panacea para EEUU Mark Whitehouse Uno de los temas principales de la reúnión de los líderes del Grupo de los 20 países desarrollados y en desarrollo el fin de semana pasado fue cómo abordar los desequilibrios globales reflejados en el amplio déficit comercial de EEUU. En un esfuerzo aparente por desviar la culpa, China sorprendió al mundo la semana pasada al anunciar que pondría fin a dos años de paridad de 8,28 yuanes por dólar, una medida solicitada repetidamente por políticos y funcionarios estadounidenses, ante la creencia de que un yuan más fuerte disuadirá a los estadounidenses de comprar bienes chinos y alentará a los consumidores a comprar más productos del extranjero. Desde el anuncio, el yuan ha ganado 0,5% frente al dólar. Sin embargo, experiencias recientes y no tan recientes sugieren que incluso una apreciación más amplia de la divisa china no resolverá el problema. Considere el anterior esfuerzo de China para calmar los temores estadounidenses sobre su tasa de cambio en 2005. Desde junio de 2005 a julio de 2008, la moneda china se apreció 21% frente al dólar. Se supone que estas oscilaciones tiene un efecto retardado, pero incluso en abril de este año, el promedio mensual de 12 meses del déficit comercial estadounidense con China fue un 13% mayor, en términos ajustados a la inflación, con respecto a junio de 2005. Y si no hubiera sido por el desplome del comercio global relacionado con la recesión iniciado en 2009, el déficit probablemente habría sido incluso mayor. China no se encuentra sola. En la década de 1980, Japón llevó a cabo una apreciación de su divisa más ambiciosa, también en un intento de mitigar un gigantesco desequilibrio comercial. Desde marzo de 1985 hasta diciembre de 1987, Japón permitió que el valor del yen frente al dólar se duplicara con creces. El déficit comercial de EE.UU. con Japón se contrajo ligeramente durante cierto tiempo, pero volvió a expandirse posteriormente. Es cierto que las tasas de cambio importan, y que no hay forma de saber cuánto habrían aumentado los déficits si China y Japón no hubieran actuado. Mientras la divisa china se encuentra infravalorada, concede una ventaja —algunos dirían que una injusta ventaja— a los exportadores del país. También está obligando a China a reinvertir miles de millones de dólares obtenidos con la venta de esas exportaciones en inversiones estadounidenses como los bonos del Tesoro. Ese flujo tiende a mantener las tasas de interés a largo plazo en EE.UU. inusualmente bajos, desalentado el ahorro de los estadounidenses. En el prólogo de la crisis financiera, también creó un inmenso apetito entre los inversionistas por valores de mayor retorno con la misma calificación de triple A que los bonos del Tesoro, con resultados ampliamente conocidos y desastrosos. THE WALL STREET JOURNAL. 28-6-2010

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