Teatro

La siempre oscura sustancia del poder

En «Julio Cesar», Shakespeare nos obliga a mirar a los ojos a la negra sustancia del poder, siempre engendrada con un crimen y siempre dirigida a sojuzgar al prójimo, por muy buenas palabras que proclame

Desde lo más alto, desde el principio

Con el riesgo de anticiparse a los acontecimientos, podemos pronosticar que uno de los grandes acontecimientos teatrales de este verano va a ser la versión de ”Julio Cesar” de Shakespeare dirigida por Paco Azorín. Que además contará con el aliciente de volver a ver a Mario Gas encima de un escenario.

Este es un montaje que viene preparándose de 2.006, pero no podía elegirse una obra más actual.

Como corresponde a uno de los más geniales dramaturgos de la historia, Shakespeare nos enfrenta desde el principio de su obra a todos los conflictos ante los que deberemos tomar posición.

“Julio Cesar” se abre con una escena donde los nobles romanos desalojan a comerciantes y artesanos de la fiesta oficial, echándoles en cara que ese no es el lugar que les corresponde, y utilizando su autoridad para expulsarlos.

Shakespeare empieza su obra trazando una línea de demarcación de clase. La obra no tratará de las reivindicaciones o disensiones de la mayoría. Porque éstos han sido expulsados del teatro desde la primera escena.«Shakespeare te obliga a tomar posición, desde el principio de la obra, ante todos los conflictos»

Inmediatamente aparece en escena Julio César, pero solo fugazmente, para explicitar su presencia como dictador, anunciando que el Senado va a incrementar todavía más sus poderes.

A partir de ese momento, el foco se dirige hacia los “conspiradores”, representando a la flor y nata de la nobleza esclavista romana. Y retratados como un oscuro grupo de traidores, con el rostro tapado y dispuestos a todo por conservar su tradicional poder sobre el Estado romano.

Y muy pronto se dibuja el conflicto personificado en la figura de Bruto, hijo adoptivo de Cesar.

Se opone a la dictadura de su progenitor, que ha pulverizado la vieja República, pero es consciente de que los conspiradores son mucho más negros que el dictador Cesar.

No comparte la excesiva concentración de poder en la figura de Cesar, pero sabe que la alternativa del “dominio republicano” de las familias oligárquicas tradicionales es todavía peor.

Y, antes todavía, Shakespeare, hace oír a Cesar la predicción: “tened cuidado de los idus de marzo”. Anticipando el inevitable desenlace hacia la tragedia.

Shakespeare te obliga a tomar posición, desde el principio de la obra, ante todos los conflictos. No te proporciona toda la información. Sólo te los presenta de forma desnuda, desde su punto más alto. Y te empuja a tomar posición… o dejar de leer… o abandonar la sala… o atreverte a tener que tomar posición ante los conflictos políticos e íntimos que otras obras ocultan, mientras que “Julio Cesar” te abofetea con ellos desde que te sientas en tu butaca.

¿Dictadura o República… o simplemente poder?

Para Paco Azorín, director de este nueva versión, “Julio Cesar es una obra que trata del poder, como casi todas las que escribió Shakespeare, pero donde también se resalta al ser humano, sometido a ciertas presiones en ciertos momentos”.«Como en todas sus obras, Shakespeare busca en “Julio Cesar” dibujar el lado más oscuro del poder»

Mario Gas interpreta con su poderosa presencia a Julio Cesar, «un hombre soberbio, gran caudillo militar, que asume actividades de poder, populista al mismo tiempo y que quiere a su pueblo, pero que se dejó arrastrar hacia una tiranía, una dictadura» y que tras esa máscara se ve al hombre «débil, que duda y supersticioso», que pasa de una «apariencia democrática a tendencias autócratas».

Pero Shakespeare no permite que el filo del retrato del poder se diluya en la simplicidad de la dicotomía entre dictadura y república.

Julio Cesar, el tirano pero un personaje histórico de una magnitud inabarcable, se va agigantando conforme avanza la obra.

Mientras que los asesinos y confabuladores se empequeñecen, evidenciando que detrás de las “bellas palabras” de combate al dictador, se esconde la ambición de las más importantes familias nobles, desplazadas por el poder personal de Cesar.

Casio, el instigador del crimen, se convierte en la viva imagen de la ruindad, incapaz de alcanzar la estatura de su víctima.

Bruto, que dice siempre perseguir “el bien común”, es consciente de la negra calaña de la conspiración en la que es empujado a participar.

Como en sus mejores obras, en “Julio Cesar” Shakespeare nos enseña que el poder siempre nace del crimen, siempre tiene las manos manchadas de sangre, y siempre utiliza las más blancas banderas para ocultar sus negros propósitos.

Todavía se recuerda la versión que Orson Wells montó en 1937 con el Mercury Theatre.

Vistió a sus a sus protagonistas con uniformes que recordaban a los tiempos fascistas de Italia, y al nazismo alemán, además de establecer una analogía entre César y Benito Mussolini. Se atrevió a sintetizar la obra – muchos personajes fueron eliminados, el diálogo fue recortado y prestado de otras obras teatrales, y los dos últimos actos fueron reducidos a una simple escena- para concentrar e intensificar el mensaje de “Julio Cesar”.

Paco Azorín ha ventilado los dos últimos actos en menos de media hora, y ha despojado al texto de numerosos personajes, hasta encontrar lo que para él, es el meollo de la tragedia en torno a ocho personajes masculinos. Centrado en el hombre y el poder, se da la espalda a lo escenográfico y visual, con un espacio muy desnudo y unas proyecciones muy escuetas: “Lo fundamental tenía que ser los actores y la palabra y no dejar nada claro si la obra habla de un tiranicidio o un magnicidio; no hemos tomado partido voluntariamente para que el público se lleve a casa esta cuestión y también piense si hay un Julio César en cada uno, en la ambigüedad que hay dentro de cada uno de nosotros, es una reflexión que está en Shakespeare”.

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