50 aniversario del asesinato de Patrice Lumumba, padre de la independencia del Congo

La sangre lleva hasta Washington

«En los altos niveles del gobierno concluimos que si Lumumba sigue en el poder, las consecuencias serán catastróficas… para el mundo libre. Por eso, nuestra conclusión es que urge quitarlo de en medio lo antes posible». Este memorando firmado por el jefe de la CIA, Allen Dulles, sólo dos meses después de la independencia del Congo es la confesión explí­cita de la responsabilidad norteamericana en el asesinato de Lumumba. Washington no podí­a permitir el surgimiento de una nueva Cuba en el corazón de Africa, y cargó las pistolas que cercenarí­an la polí­tica independiente del nuevo gobierno de Lumumba, sí­mbolo de la independencia de las naciones africanas. Sobre la sangre de ese magnicidio, los monopolios norteamericanos y franceses perpetuaron el saqueo de las ingentes riquezas del Congo. Pero los ecos de Lumumba, expresión de las ansias de libertad de los pueblos africanos, son hoy más incontenibles que nunca.

Y Africa desertó El 17 de enero de 1961, un grupo de militares belgas dirigidos por el capitán Julian Gat asesinaron a Patrice Lumumba y a sus colaboradores Mauricio Mpolo y José Okito. El comisario belga Gerard Soete recibe la orden de hacer desaparecer los cuerpos disolviéndolos en ácido sulfúrico. Pero, aunque los ejecutores fueron belgas, la decisión de asesinar a Lumumba se tomó en Washington. En 2001, el parlamento belga reconoció su “responsabilidad moral” en la muerte de Lumumba y confimó la participación de la CIA. Días después de convertirse en primer ministro del Congo, Lumumba declara el control de las inicia un tímido acercamiento a la URSS. La respuesta norteamericana es fulminante. En agosto de 1960, el presidente Eisenhower pregunta al Nacional Security Council “si podemos librarnos de este tipo”. La maquinaria imperial de matar se pone en marca. El 26 de agosto de 1960, el director de la CIA, Allen Dulles, envía un telegrama al jefe de la delegación en el Congo, Lawrence Dvlin, para decirle que la caída de Lumumba es un objetivo prioritario e inmediato. Uno de los agentes enviados a cumplir la tarea fue Frank Carlucci, que sería secretario de Defensa con Ronald Reagan. Washington pone en tensión todas sus vías de intervención en el Congo para acabar con Lumumba. El asesinato se decidió en Washington El 17 de enero de 1961, un grupo de militares belgas dirigidos por el capitán Julian Gat asesinaron a Patrice Lumumba y a sus colaboradores Mauricio Mpolo y José Okito. El comisario belga Gerard Soete recibe la orden de hacer desaparecer los cuerpos disolviéndolos en ácido sulfúrico. Pero, aunque los ejecutores fueron belgas, la decisión de asesinar a Lumumba se tomó en Washington. En 2001, el parlamento belga reconoció su “responsabilidad moral” en la muerte de Lumumba y confimó la participación de la CIA. Días después de convertirse en primer ministro del Congo, Lumumba declara el control de las inicia un tímido acercamiento a la URSS. La respuesta norteamericana es fulminante. En agosto de 1960, el presidente Eisenhower pregunta al Nacional Security Council “si podemos librarnos de este tipo”. La maquinaria imperial de matar se pone en marca. El 26 de agosto de 1960, el director de la CIA, Allen Dulles, envía un telegrama al jefe de la delegación en el Congo, Lawrence Davlin, para decirle que la caída de Lumumba es un objetivo prioritario e inmediato. Uno de los agentes enviados a cumplir la tarea fue Frank Carlucci, que sería secretario de Defensa con Ronald Reagan. Washington pone en tensión todas sus vías de intervención en el Congo para acabar con Lumumba. El embajador norteamericano se reunirá con el presidente congolés, Kasa-Vudu, para ordenarle que destituyera a Lumumba de su cargo, orden que será ejecutada a pesar de que el partido del primer ministro cuenta con una amplia mayoría en el parlamento. Todo el poder desestabilizador de la superpotencia norteamericana se pone en marcha para desestabilizar el país. Se procede a un estrangulamiento económico, con la colaboración de las compañías belgas, dueñas de las principales arterias económicas. Bélgica desembarcó tropas, agrediendo así militarmente al país al que sobre el papel acababa de conceder la independencia, so pretexto de que ciudadanos belgas corrían peligro.Bajo el auspicio norteamericano y el patrocinio de las principales compañías mineras, el ejército y mercenarios belgas organizan la secesión, primero de Katanga (encabezada por un agente de la compañía minera belga de Katanga, Moisés Tchombé) y después de Kasai, las dos principales regiones productoras de oro, diamantes, cobre y cobalto. Lumumba rompe relaciones y derrota a las fuerzas secesionistas. Pero el jefe de la CIA en el Congo se reúne con el jefe del ejército, Mobutu, para sondear su disposición a encabezar un golpe de Estado, garantizándole el apoyo norteamericano. La asonada se convertirá en realidad sólo una semana después. Lumumba es detenido y, para ejecutar el magnicidio, Washington se valdrá de la colaboración de Bélgica, la antigua potencia colonial. Lumumba es detenido y torturado en una mansión vigilada por soldados belgas. Un jet DC-4 del ejército belga traslada a Lumumba al Estado títere de Katanga. Pero su encarcelamiento no bastaba a la CIA, y el 6 de octubre de 1961 el ministro de Asuntos Africanos belga envía un telegrama pidiendo su “eliminación definitiva”. Hasta siete líderes independentistas africanos fueron asesinados por EEUU entre 1966 y 1973. Al asesinato de Lumumba siguió la del dirigente camerunés Felix Moumie, envenenado en 1960. En esta sangrienta relación figuran los líderes Sylvanus Olympio, de Togo (1963); el marroquí Medí Ben Barka (1965); el jefe del Frente de Liberación de Mozambique, Eduardo Mondlane (1969) y Amílcar Cabral, líder del movimiento independentista de Guinea Bissau y Cabo Verde, asesinado en 1973. Un escándalo geológico, un saqueo interminable Detrás del asesinato de Lumumba habían muchos millones en juego para los grandes monopolios y potencias imperialistas. Un diplomático occidental definió las ingentes riquezas que alberga el subsuelo del Congo como un “escándalo geológico”. En las provincias congoleñas de Ituri y Shaba, la actual Katanga, es donde las leyendas ubican las minas del Rey Salomón. A mediados del pasado siglo, del Congo salía el 60% de la producción mundial de diamantes. La explotación de las minas de oro se extiende a lo largo de todo el noreste y el sur de un inmenso país con una extensión similar a la de toda Europa occidental. Sus minas de cobre son, después de las de Chile, las más ricas y de más calidad del mundo. Lo mismo que ocurre con el uranio de las minas de Shinkolobwe. De ellas salió el mineral con el que se elaboraron las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki. En los últimos años se descubrieron grandes reservas de crudo, acumulando ya el 9% de las reservas mundiales, con unas características geológicas que hacen que la extracción sea mucho más barata y rápida que en otras zonas del mundo. Los dos tercios de la producción mundial del llamado “oro azul”, el cobalto, elemento clave en la composición de las baterías de litio de los móviles, se concentran en este país, que posee el 80% de las reservas globales de este codiciado mineral. Y el 64% del coltán del mundo – cuyos extractos se utilizan en todo tipo de artefactos, desde laptops hasta frenos ABS- procede de la región de Kivu, en el Congo oriental. Pero, a pesar de esta ingente riqueza, el 80% de la población congoleña malvive con menos de 0,3 dólares al día. La razón de este sinsentido es el interminable saqueo, impuesto a sangre y fuego, que ha enriquecido a las principales potencias imperialistas. Libre del saqueo y el expolio imperialista, y gestionada desde los intereses nacionales y populares, las enormes riquezas de su subsuelo convertirían a los 51 millones de congoleños en uno de los pueblos más ricos del planeta. Ese era el sueño de Lumumba.

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