«Como tantas veces en sus 29 años de gobierno, Mubarak afirmó que los egipcios tenían que optar entre «la estabilidad y el caos.» De hecho, la «estabilidad» que está promoviendo, una continuación de su régimen durante siete meses más, es muy probable que lleve al caos. Impediría la transición a la democracia real que los líderes de la oposición egipcia y la administración de Obama han estado pidiendo.»
Lento y tore en su respuesta a la crisis de Egipto, el gobierno de Obama puede contar con algunas novedades positivas en los últimos días. Pero la respuesta del presidente Obama a la declaración de Mubarak es ambigua. Afirmó que le había dicho al presidente egipcio que "una transición ordenada debe ser pacífica, y debe empezar ahora" – pero no se ha opuesto al proyecto del hombre fuerte de permanecer en el cargo. Al igual que el Sr. Mubarak, el Sr. Obama no va lo suficientemente lejos. (THE WASHINGTON POST) L’ORIENT LE JOUR.- Es casi matemático. El siroco que sopla desde el Magreb, el Khasmin que causa estragos en Egipto, sólo puede terminar tarde o temprano, haciendo sentir sus efectos ardientes en este lado del Mediterráneo. Bautizada como Levante a principios del siglo pasado, esta región incluye a Siria, Líbano y la Palestina histórica, e incluso, por extensión, Jordania e Irak. Que sean fundados, fingidos o sólo exagerados, los temores no han tardado en aparecer aquí y allá. Israel está preocupado públicamente por el destino del acuerdo de paz firmado hace tres décadas con Egipto, una paz que ha sobrevivido a todo tipo de crisis y guerras, y, sin embargo, se mantiene extremadamente frío a nivel popular. Más lejos, Arabia Saudita, que ha concedido asilo al depuesto presidente Ben Ali de Túnez, también se preocupa de los graves acontecimientos que sacuden el otro pilar del eje árabe moderado y pro-occidental que es su aliado Egipto EEUU. The Washington Post ¿Puede Mubarak cambiar y permanecer en el cargo al mismo tiempo? El presidente egipcio, Hosni Mubarak, debía haber anunciado hace dos semanas lo que dijo el martes por la noche –que no se postulará para la reelección y que acepta las enmiendas constitucionales para hacer una elección presidencial más democrática–, lo que podría haber sido considerado como el inicio de un avance político en su país largamente estancado. Tal y como están las cosas, con cientos de miles de manifestantes enfurecidos en las calles de El Cairo y otras ciudades, sus concesiones es poco probable que restablezcan el orden. El intento de Mubarak para permanecer en el cargo hasta el próximo mes de septiembre, y supervisar la elección de su sucesor, significará más días, si no meses, de crisis en Egipto. La mayor parte de los manifestantes buscan su expulsión inmediata, al igual que la coalición de oposición que se ha formado para representarlos. Esa alianza se une en torno a una plataforma moderada, pide un gobierno de transición y la organización de elecciones libres y justas. Pero si el señor Mubarak intenta aferrarse al cargo, podría incluir exigencias más radicales o perder influencia ante los extremistas. Como tantas veces en sus 29 años de gobierno, Mubarak afirmó que los egipcios tenían que optar entre "la estabilidad y el caos." De hecho, la "estabilidad" que está promoviendo, una continuación de su régimen durante siete meses más, es muy probable que lleve al caos. Impediría la transición a la democracia real que los líderes de la oposición egipcia y la administración de Obama han estado pidiendo. Nadie puede creer razonablemente que el Sr. Mubarak, que ha estado manipulando las elecciones egipcias durante tres décadas, ahora se encargará de supervisar que sean legítimas. En su lugar, es probable que se resista a los cambios que se necesitan en el sistema político y manipule el proceso para que su partido siga en el poder. Ese partido y el ejército egipcio debe ser parte de cualquier transición pacífica. Líderes de la oposición han indicado que están dispuestos a negociar con el recién nombrado vicepresidente, Omar Suleiman, y que tal vez una "mesa redonda de diálogo", como las que permitieron la introducción de la democracia en Polonia y otros países ex-comunistas, podría iniciarse. Pero los líderes de la oposición dicen con razón que la condición previa es la salida de Mubarak de su cargo. Lento y torpe en su respuesta a la crisis de Egipto, el gobierno de Obama puede contar con algunas novedades positivas en los últimos días. El ejército egipcio no ha utilizado la fuerza contra los manifestantes, y el Sr. Mubarak al menos ha acordado no ser candidato a la reelección – una decisión según algunos informes, impulsada por un enviado especial que se reunió con él esta semana. Pero la respuesta del presidente Obama a la declaración de Mubarak es ambigua. Afirmó que le había dicho al presidente egipcio en una llamada telefónica que "una transición ordenada debe ser coherente, debe ser pacífica, y debe empezar ahora" – pero no se ha opuesto al proyecto del hombre fuerte de permanecer en el cargo. Al igual que el Sr. Mubarak, el Sr. Obama no va lo suficientemente lejos. THE WASHINGTON POST. 1-2-2011 Líbano. L’Orient-Le Jour Réplicas ardientes Es casi matemático. El siroco que sopla desde el Magreb, el Khasmin que causa estragos en Egipto, sólo puede terminar tarde o temprano, haciendo sentir sus efectos ardientes en este lado del Mediterráneo. Bautizada como Levante a principios del siglo pasado, esta región incluye a Siria, Líbano y la Palestina histórica, e incluso, por extensión, Jordania e Irak: este último país que lamentable no ha detenido el ambiente de agitación en el que se consume interminablemente bajo el fuego de los antagonismos sectarios. Que sean fundados, fingidos o sólo exagerados, los temores no han tardado en aparecer aquí y allá. Israel está preocupado públicamente por el destino del acuerdo de paz firmado hace tres décadas con Egipto, una paz que ha sobrevivido a todo tipo de crisis y guerras, y, sin embargo, se mantiene extremadamente frío a nivel popular. Más lejos, Arabia Saudita, que ha concedido asilo al depuesto presidente Ben Ali de Túnez, también se preocupa de los graves acontecimientos que sacuden el otro pilar del eje árabe moderado y pro-occidental que es su aliado Egipto. Podrían ser prematuros, sin embargo, los gritos de júbilo de Irán, que considera el colapso gradual del régimen de Hosni Mubarak, como el nacimiento de un Medio Oriente islámico; por lo menos inmodesto, asimismo, puede ser el certificado del buen estado de salud y la inmunidad contra el microbio de la sedición que acaba de declarar el presidente sirio, Bashar al-Assad, a la prensa norteamericana. Si la tapa de la olla está apunto de saltar, tanto en El Cairo como en Túnez, el contenido no ha terminado de hervir. Por lo tanto, nadie puede predecir en este momento el alcance y la calidad del cambio real exigido por las multitudes que salieron a las calles para exigir sus derechos y que se atrevieron a desafiar a la formidable maquinaria de represión. Por legítimas en efecto que sean las aspiraciones de estos pueblos, son enormes los obstáculos que sin duda encontrarán en estos primeros balbuceos de democracia. En Túnez, como en Egipto, aunque en distintos grado, es de hecho el ejército quien se ha visto erigido como árbitro de la situación, encaminando con mayor o menor energía a los presidentes rechazados hacia la puerta de salida, alternando cuidadosamente también entre la simpatía, o la comprensión incluso, para los manifestantes y los actos de autoridad sobre el terreno. Hacedor de reyes, la institución militar es también “deshacedor” y es improbable que renuncie voluntariamente a este tremendo poder: sobre todo si, como en Egipto, el ejército sería el primero en pagar el costo de una supresión de los sustanciales subsidios de EEUU o, peor aún, el retorno a un estado de guerra con Israel. ¿La alternativa entonces al reinado de los generales, sería inevitablemente el de los extremistas? Este dilema, que asalta también a las grandes potencias, espera romperse desde hace mucho en una parte del mundo sujeta por mucho tiempo a la ley de las dictaduras y en el que tanta falta hace una cultura democrática. Esta cultura, a la que se ha doblado el espinazo hasta la masacre incluso en el país en que existía con más fuerza que en cualquier otro, es decir, en el Líbano, es la que podría aspirar a presentarse como un modelo, propagándose como una mancha de aceite. Es en el Líbano, sin embargo, donde vemos un fascismo teocrático –una evidente anomalía en sí misma en el mosaico que es el país– tomar ventaja de la democracia para alcanzar el poder, pistola en mano. Ahí está, por desgracia, nuestro modelo y ejemplo. El contagio de la revolución de los jazmines se difundirá o se detendrá; Siria, donde Facebook y Twitter han sido cerrados como medida de precaución, tendrá o no éxito, afirmándose a los ojos de Occidente como un baluarte insustituible contra el ascenso del fundamentalismo, una Jordania en crisis avivará o no los planes israelíes tendentes a hacer de esta monarquía un país de recambio para los palestinos desposeídos; lo primero es que el Líbano por sí mismo se (re) encuentre un día con su verdadera razón de ser. Porque más importante que la democracia es el uso que se sepa –o se quiera– hacer de ella. L’ORIENT-LE JOUR. 2-2-2011