Hay dos formas de inocular la amnesia histórica. Una es ocultar, borrar de nuestra conciencia aquello que no se ajusta a la versión oficial. Otra, es subvertir los hechos, hasta que signifiquen su contrario.
Esta última es la modalidad que se ha practicado en los artículos que, en algunos grandes medios, han recordado la efeméride del asesinato de Rosa Luxemburgo, ejecutada en 1918 por las fuerzas de un Estado germano que pasó de combatir a franceses e ingleses en la Primera Guerra Mundial a dirigir las bayonetas contra un pueblo alemán que quería seguir el ejemplo revolucionario del octubre soviético.
Se nos presenta a Rosa Luxemburgo como “mujer, marxista heterodoxa y pacifista”. Bajo esta fórmula aparentemente progresista, se oculta la revolución que impulsó, su herencia como fundadora del Partido Comunista de Alemania y su incansable denuncia de la guerra imperialista, convertida entre 1914 y 1918 en una carnicería que horrorizó al mundo.
Cuando se habla de revolucionarios sin mencionar la revolución, se está subvirtiendo la realidad para crear un producto que pueda ser digerido por el orden dominante. Conozcamos los hechos en los que participó Rosa Luxemburgo, aquellos que con tanto empeño se nos ocultan.
La revolución ocultada
En 1871, Alemania irrumpe como potencia dominante en Europa aplastando la Comuna de París. Casi cinco décadas después, será en la misma Alemania donde estalle la revolución proletaria. Fue necesario el éxito de la Revolución de Octubre en Rusia, y también los efectos de una Primera Guerra Mundial que convirtió a toda Europa, también a Alemania, en una caldera a punto de estallar.
Rosa Luxemburgo toma una posición revolucionaria, respaldando a Lenin y a los bolcheviques en la denuncia de la guerra imperialista, y enfrentándose a un partido socialista alemán cuya dirección había pasado a apoyar la guerra.
Cuando la revolución triunfa en octubre de 1917, en todos los pueblos europeos, también entre el proletariado alemán, se levanta un grito unánime: “hagamos como en Rusia”. En marzo y abril de 1917, cientos de miles de obreros protagonizaron gigantescas huelgas, paralizando la industria bélica en las principales ciudades alemanas. En enero de 1918, el número de huelguistas supera el millón. Y comienzan a formarse los primeros Rate (consejos obreros), siguiendo el ejemplo de los sóviets.
En octubre de 1918, cuando el alto mando alemán pretende movilizar los barcos de guerra anclados en Kiel hacia una nueva ofensiva contra Inglaterra, estalla la insurrección. Los marineros preparan una rebelión junto con los obreros de los astilleros. El 4 de noviembre desarman a los oficiales, forman un consejo presidido por el jefe de fogoneros y ondean la bandera roja en todos los barcos. Por la tarde, ya han tomado el control de todas las instituciones públicas y militares de Kiel.
El ejemplo se propaga a velocidad de vértigo. El 7 de noviembre hay ya 18 ciudades alemanas bajo el control de consejos de obreros y soldados. Al día siguiente ya son 30. Y el 9 de noviembre se forma el consejo de obreros y soldados en Berlín, ocupando el cuartel general del ejército.
El orden imperial alemán, que había empujado a Europa hacia la guerra, se derrumba ante el empuje de la revolución. En Múnich, un consejo de trabajadores y soldados obligó al último Rey de Baviera, Luis III, a renunciar al trono. En Berlín, gigantescas manifestaciones organizadas por los delegados revolucionarios, a las que los soldados se niegan a disparar, obligan a abdicar al emperador, el Káiser Guillermo II.
En los primeros días de la revolución, Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, que habían organizado a la izquierda revolucionaria en torno a la Liga Espartaquista, fundan el Partido Comunista de Alemania.
En febrero de 1917, como en la Rusia posterior a la caída del zar, se genera en Alemania una dualidad de poderes. Por un lado, el consejo de obreros y soldados, que detentaba el poder real en muchas ciudades. Por otro, el gobierno legal, presidido por el SPD -la socialdemocracia que había respaldado la guerra-, unido a los aparatos de Estado del Reich. Esta dualidad estalla virulentamente. El dirigente socialdemócrata Scheideman proclama la República Alemana en el Reichstag (parlamento germano), para encauzar el movimiento revolucionario dentro de límites que no cuestionen el dominio de la gran burguesía alemana. Pero en el mismo momento, Karl Liebknecht, dirigente de la Liga Espartaquista, se dirige a los manifestantes: “quien quiera la revolución mundial que levante la mano”. Centenares de miles de manos se alzan. En ese acto queda proclamada la República Socialista Libre de Alemania.
¿Pero quién mató a Rosa Luxemburgo?
Cuando estalla la revolución, primero en Rusia y luego en Alemania, las burguesías que antes se enfrentaban en las trincheras de la Primera Guerra Mundial posponen su disputa para combatir al enemigo común. La burguesía alemana ya no apunta sus armas contra los ejércitos aliados, sino contra su propio pueblo.
La socialdemocracia será la principal arma que la gran burguesía alemana empuñe para aplastar la revolución. Durante la guerra, el SPD había votado a favor de los créditos de guerra en el parlamento, y prometido al Káiser la renuncia a las huelgas, aceptando jornadas de trabajo interminables y salarios mínimos. Ante la oleada revolucionaria, el dirigente socialdemócrata Friedrich Ebert -que hoy da nombre a la principal fundación del Estado alemán- ofrece como única salida una “reforma desde arriba”, afirmando que “si el emperador no abdica, la revolución social es inevitable. Pero yo no la quiero, la odio con toda el alma”. Será la socialdemocracia quien, prometiendo concesiones sociales, dispute la dirección del movimiento de consejos de obreros y soldados, para castrar su impulso revolucionario. Será Ebert quien lo sintetice con descarnado cinismo, afirmando que “la revolución está a punto de ganar. No podemos aplastarla pero quizá la podamos estrangular”.
Ante esto, los delegados revolucionarios de los consejos de obreros y soldados, el KIA, convocan una manifestación a la que acuden centenares de miles de manifestantes. A raíz de la manifestación, en la que las masas ocupan el local del periódico del SPD, así como distintas dependencias gubernamentales, se crea una comisión revolucionaria que proclama la lucha por el poder, declara la huelga general revolucionaria y convoca una nueva manifestación en Berlín para el día siguiente, el 6 de enero. Ese día los choques entre los manifestantes y la policía son sangrientos, los huelguistas ocupan diarios, la prefectura de policía, montan barricadas… la insurrección ha estallado. El movimiento insurreccional es seguido en las principales ciudades alemanas.
La actuación contrarrevolucionaria de la socialdemocracia da un nuevo salto. La dirección del SPD diseña, junto con el Comando Militar Supremo Alemán, una ofensiva militar para sofocar a sangre y fuego la revolución.
Para ello se movilizarán regimientos especiales, los Freikorps, especialmente reaccionarios, que ocupan la capital e imponen el “terror blanco”. Miles de militantes revolucionarios son asesinados. Los cuerpos de élite del ejército alemán, que hace pocos meses combatían ante tropas francesas o inglesas, se lanzan ahora contra el pueblo alemán. Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht, los dos máximos dirigentes del KPD, son asesinados. El cuerpo de Rosa Luxemburgo, arrojado a un canal, no será encontrado hasta cuatro meses y medio después.
La gran burguesía alemana se entregará con furia a extirpar la amenaza revolucionaria. La nueva República de Weimar -presidida por la socialdemocracia- nace con un estigma de sangre. Durante varios años, escuadrones de pistoleros se dedican a liquidar militantes comunistas o sindicales. En el ejército se crean “comités de desbolchevización”, en los que se forma un cabo que luego ocupará un papel destacado. Se llamaba Adolf Hitler.
carlos dice:
«Un fantasma recorre Europa, el fantasma del comunismo, contra este fantasma se han coaligado en santa jauría todos los poderes de la vieja Europa, el Papa y el Zar, Metternich y Guizot, los radicales franceses y los policías alemanes.»(el Manifiesto Comunista)……si le tendrá miedo la burguesía monopolista al comunismo,que prefieren rendirse a los franceses y entregar Alsacia y Lorena,antes de que la clase obrera tome el poder…¡¡uuuuh Krupp,que viene el coco!!
carlos dice:
Ebert….la fundación Ebert,la del famoso caso Flick o la financiación del PSOE con dinero yankee,como bien te cuenta Grimaldos en su libro «la CIA en España»