La renovación de la mirada

Caravaggio revolucionó la intura de su época. Su pintura dramática, cruel, violenta, como todos los pintores, como Velázquez o como Veermer, tiene su propia luz, el claroscuro. Pero desde que existe la pintura existe la sombra; la luz, la sombra y el color es el lenguaje de la pintura. Caravaggio revolucionó la pintura porque volvió la mirada al mundo real, al hombre de la calle. Pintó la Muerte de la Virgen de una forma que no se había pintado antes. Caravaggio señaló el mundo del hombre que desde Rafael, Leonardo o Miguel Angel había desaparecido, influyendo en toda la pintura posterior desde Veermer a Rembrant hasta Velázquez. La pintura de Caravaggio, llena de claroscuros, frente a la pintura de Veermer, que utiliza una luz continua, intensa, para representar la realidad. Ambas son dos formas de realidad. Y es que la realidad tiene muchas formas, muchas maneras. Caravaggio sacó la pintura del carril donde estaba, cambió los temas y el lenguaje hasta donde podía cambiarse abriendo el camino al peso, al carácter y al interés por la realidad. Caravaggio inspiró toda la pintura europea del s. XVII. Está Caravaggio y está el arte español. Tenemos una gran capacidad de sentir y observar lo cotidiano que diferencia al español, que lo diferencia en todo. Una mirada intensa, muy física. Si bien la pintura española está muy influenciada por la pintura italiana, por Caravaggio, por Tiziano, por la escuela veneciana, el español tiene una gran sensibilidad para conectar con el mundo real. El español siente mucho lo físico. A través de la presencia física misma de las cosas, de la materia, insufla, da forma, contenido a su mundo espiritual. La misma pintura de Zurbarán combina esos dos elementos, la potencia física, la plasticidad de las cosas reales, y una fuerza espiritual muy fuerte. Esa es la característica principal del gran arte español. ¿Qué relación hay entre Velázquez, Goya y Picasso? Sí, son todos españoles, pero tiene que haber un punto de unión. Cuando ves en los museos la sección del arte español siempre te produce esa misma sensación, la expresión de algo muy grave, muy serio, muy austero, muy potente, una austeridad que ha desaparecido estos años aparentemente, y una disposición para leer el mundo real que a mí me parece lo más interesante, como “El Quijote” o “El Lazarillo de Tormes”: la huella de la mirada.

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