SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

La primera baja del marianato

Primera consideración elemental: si se hiciera una encuesta sobre cuál sería la primera dimisión en el todavía triunfante Partido Popular, se darían multitud de nombres, pero muy pocos darían el de Esperanza Aguirre. ¿Razones? Sólo una: si hay una vocación política en ese partido, es la suya. De sus sesenta años de vida, más de un tercio los pasó dedicada a la cosa pública, desde una discreta concejalía hasta el Ministerio de Educación, la presidencia del Senado o el gobierno regional de Madrid. Y no es sólo vocación; es auténtica pasión. Es entrega a una causa. Es ser una fábrica constante de iniciativas. Es la creencia en unas ideas que llevó a la práctica con el arrojo que sólo tienen las personas muy seguras de sus principios.Por eso la noticia de su dimisión parecía increíble cuando ella misma la anunció. Si hubiera habido una filtración, seguramente no le habríamos dado crédito. Un animal político como ella nunca tira la toalla. Si la tiró y las razones son personales, tienen que ser muy poderosas. Más fuertes que su acreditado tesón. Las he buscado en su entorno afectivo y político y sólo pude llegar a la conclusión de que Esperanza Aguirre es víctima de un hastío difuso en el que se ha mezclado todo: su salud, ese cambio de perspectiva vital que se opera en las personas cuando se hacen abuelas y, como argumento final, los desencuentros y desengaños políticos. Se ve limitada por la edad para aspirar a la alcaldía. No hay horizontes en el círculo de confianza de Rajoy. Sus convicciones ideológicas han vuelto a chocar con la doctrina oficial en el caso del etarra enfermo Iosu Uribetxeberria. Demasiado para seguir toreando. Cada una de esas circunstancias aisladas no la harían retirarse. Todas juntas le hicieron presentar la dimisión. El deseo de dedicarse a su familia es el consuelo que se receta Esperanza Aguirre a sí misma y el refugio humano tras su propia desolación.Primera baja en el marianato. Alivio en el comité de dirección del partido, donde desaparece una vigilante de la ortodoxia tradicional. Disgusto en una militancia que adora a su lideresa. Transición delicada hacia Ignacio González, el eficacísimo segundo que siempre fue su delfín, pero ha pisado callos. Un palo en la rueda de la bicicleta de Rajoy, que suma un sobresalto interno a su agenda de imposibles. Examen de su capacidad de olvido, porque González se dejó ver demasiado en la crisis de liderazgo del año 2008. Y alivio engañoso para la izquierda, que quizá celebre la caída de una imbatible candidata. Pero muy engañoso, porque Esperanza es mucha Esperanza, pero Madrid será por muchos años territorio PP. Lo que llaman «zona nacional».

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