SELECCIÓN DE PRENSA NACIONAL

La moción de Sagasta

Cánovas y Sagasta. Desde que comenzó la crisis económica, los dos partidos principales se han combatido con gran efectismo escénico, pero con los teléfonos siempre dispuestos a la llamada de urgencia. Red de seguridad. Sociedad de socorros mutuos en los momentos de verdadera urgencia.

Ejercitemos la memoria. Agosto del 2011. Caída en picado de las bolsas y riesgo de colapso del euro por el acoso de los especuladores sobre España e Italia. Un verano duro. Carta del Banco Central Europeo a los gobiernos de Madrid y Roma reclamando nuevos recortes. Mario Draghi exigía contrapartidas inmediatas para proceder a la compra de deuda en el mercado secundario sin que se le echara encima Jens Weidmann, presidente del Deutsche Bundesbank y principal vigilante de los intereses alemanes. La carta del BCE era un ultimátum. El segundo ultimátum después de aquella dramática reunión del Ecofin del 9 y 10 de mayo del 2010 que obligó al PSOE a olvidarse de Keynes y de los planes E.

Sagasta Zapatero estaba a punto convocar elecciones generales para el 20 de noviembre. Si cumplía a pies juntillas las exigencias de Draghi, podía hundir las expectativas electorales del PSOE (en aquel verano, los socialistas aún creían en la posibilidad de una derrota si no dulce, al menos no muy amarga). El Maquiavelo de León pensó entonces en una reforma de la Constitución al gusto alemán. Modificación que no figuraba en el catálogo de exigencias del BCE. Este es un punto importante y poco conocido. La reforma de la Constitución no estaba en la carta –nunca dada a conocer públicamente–, pero Angela Merkel llevaba meses insistiendo en que todos los países europeos deberían incluir en sus textos constitucionales el principio de estabilidad presupuestaria y la prioridad absoluta del pago de la deuda.

Sagasta Zapatero dribló las exigencias de Draghi con la reforma Merkel del artículo 135 y obtuvo el inmediato consenso de Mariano Cánovas, que evidentemente no podía contrariar a los alemanes, ni votar en contra de una idea que él mismo había planteado meses antes. Así se hizo la reforma exprés de la Constitución.

Vinieron las elecciones, la mayoría absoluta del Partido Popular, la anemia del PSOE y la irrupción de una cierta retórica izquierdista en los debates socialistas (Carme Chacón, Pasionaria de 140 caracteres en el congreso de Sevilla). Alfredo Pérez Rubalcaba se estrenó como líder de la oposición con tonos muy duros –no podía hacer otra cosa–, sin perder de vista el espacio central, ya que su apuesta estratégica es la estabilidad institucional. Sagasta, un poco de Prieto (el Indalecio Prieto arrepentido de la aventura revolucionaria de 1934) y socialismo de Chamartín. Un PSOE que pueda atraer de nuevo a los votantes que se fueron al Partido Alfa esperando un rápido arreglo de la situación económica. Al ver la reciente embestida de José María Aznar, Rubalcaba llamó a Rajoy: “¿Jugamos a Cánovas y Sagasta?”. Y le funcionó. Hubo hace unas semanas una escena pactista sobre Europa.

Ante la segunda embestida, la de Bárcenas, el PSOE ha reaccionado con la amenaza de moción de censura si el presidente no se explica en sede parlamentaria. Parece un giro muy radical, pero quizás no lo sea tanto. La iniciativa tonifica el sistema. La dialéctica entre los dos principales partidos se ha restablecido como corriente principal; el ángulo de tiro de los francotiradores que quiere abatir a Rajoy desde la derecha ha disminuido y los disidentes del PSOE han de mantenerse estas semanas en discreto segundo plano. Toca ahora a Rajoy mover ficha, pensando en los meses que vienen.

(Ayer en Madrid, ciudad de secano, hubo señales marítimas. El ministro Gallardón, que de navegación entiende un rato, se declaró fiel a Rajoy, después de una semanas de calculado silencio. Y el diario de Bárcenas plegó un poco el velamen. Señales.)

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