Leila Guerriero

‘La llamada’: mucho más que un relato

En 'La llamada', Leila Guerriero publica el retrato de una víctima de la dictadura de Videla abordando temas cruciales en la defensa de la libertad.

Todos los domingos, Leila Guerriero acompaña a Juan José Millás y Javier del Pino en la Cadena Ser con sus crónicas desde Argentina, que son reflexiones desde el periodismo riguroso y crítico. Periodista y novelista reputada a nivel hispanoamericano, fue premiada por la Fundación Nuevo Periodismo Iberoamericano por su crónica El rastro en los huesos, donde se relata el trabajo de identificación de los cadáveres causados por la dictadura argentina. Leila nos recibe desde Argentina haciendo un descanso en su trabajo.

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Cuando escribes La Llamada, aparte de todo el interés que te despierta la historia, ¿piensas en a quién va dirigido?

No pienso en un lector determinado, ni con una nacionalidad, pero sí tengo un ejercicio incorporado después de muchos años de trabajar para medios de otros países de saber cuándo algo necesita más contexto para comprenderse. Ese equilibrio sí lo hago, pero no estoy pensando en un lector específico. Para mí lector del libro es el editor como una figura un poco tutelar a la que uno quisiera mostrarle el libro y que te diga, lo hiciste bien.

El libro toca temas universales y que conectan con nuestro país por hablar de víctimas de la represión, de la memoria. Este número es un especial sobre el 8M, ¿te ha influido en el proceso que la violación también se trata de un crimen contra las mujeres?

Me atrajo toda la historia de ella mucho más allá del género, por momentos muy terrible y atravesando situaciones muy conmovedoras. Por eso tiene repercusión tan lejos de mi casa, entronca con una cantidad de temas que tienen que ver con lo que los humanos les hacen a los humanos. Por supuesto que el cautiverio de una mujer en estas circunstancias tuvo especificidades, pero no aumentaron mi percepción de que era una gran historia y valía la pena contarla. Lo que sí me ha llamado mucho la atención es todo lo que aparece en torno a la represión a través de la violación: que fuera tan difícil de denunciar, que incluso entre los movimientos de DDHH fuese tan complejo.

El libro cumple un papel de arrojar verdad, les pasó a muchas mujeres durante la dictadura. El caso de que le dieran un coche y la mandaran a comprar ladrillos o pintura mientras estaba secuestrada, en toda esa locura no fue la única persona a la que dejaron salir a ver a su familia, les pasó a detenidos varones también. Aunque la justicia sigue siendo un espacio muy machista. Seguí con muchísima atención el caso de La Manada porque es un tema que siempre me ha interesado. Creo que Silvia lo encara de una forma muy valiente diciendo, ¿por qué no lo hice antes? Porque me daba vergüenza, además de que no se podía porque estaba agrupada la violación con otros tormentos. También porque de alguna forma los ex montoneros veían una especie de tabú que sus mujeres hicieran denuncias acerca de que habían sido violadas, era para ellos un estigma un poco imperdonable. Eso sí me llamó la atención. Es una idea bastante rancia, completamente machista y conservadora.

Para los exmontoneros era tabú que sus mujeres denunciaran”

Ella te habló de la condición de grabar las entrevistas y luego no lo llevó adelante. ¿Tenía que ver con no haber sido bien recibida por determinada gente que le puso una sombra de sospecha?

Sin duda tenía prevenciones, más que por la recepción de sus ex-compañeros en Madrid por un conjunto de cosas, fue muy maltratada por la prensa. A pesar de que ella testimonió en los juicios, todo el estigma entre los sobrevivientes pervivía. Se usaba una especie de campo semántico para hablar de ella como “fue con, acompañó a Astiz” o “tuvo una relación con”. Eso no es nada inocente y a ella la lacera, quería prevenirse de que no sucediera. Mi postura y mirada son que fue obligada y no hay posibilidad de decisión.

No es la primera vez que escribes sobre la búsqueda de la verdad en la dictadura argentina, ¿hasta qué punto atroz llega esa maquinaria de terror para designarle a una persona la responsabilidad de violar?

Sílvia Labayru

Sí, era un plan de un grado de perversión que demostraba que los militares no veían en el otro a una persona como tal. El poder más absoluto. Pensaban que podían hacer lo que quisieran sin límites, liberaron a algunas personas pensando que nunca iban a hablar en su contra. Había un plan sistemático y hubo muchas estrategias de terror, el proceso de “desmontonerización” que se le ocurrió al Tigre Acosta, o el robo de bebés.

Hace dos semanas, un represor que está siendo juzgado en Bahía Blanca por delitos de lesa humanidad defendió el robo de bebés como un acto humanitario para que sus hijos, los hijos de los terroristas, así los mencionó, no crecieran odiando como odiaban sus padres. Ahí está el grado de convicción cruel y perversa que muchos siguen teniendo hasta hoy.

Es como tú dices al hablar del periodismo narrativo, de la crónica, en una historia donde el lector se sumerge se ve la dimensión de lo que pasa. ¿Es una de las cuestiones más importantes?

No decir solamente, si no mostrar los hechos. Por eso nos pasamos tanto rato haciendo trabajo de reporteo, en el territorio entrevistando gente, porque no basta lo dicho. Necesitamos reconstruir, describir, mostrar a esa persona en el presente, contrastarlo con otros testimonios que a veces dan luz y otras contradicen, cuestionan, reafirman, o acercan una pieza del puzle que no se tenía en cuenta. Es un trabajo de paciencia, de persistencia, todo eso se hace en pos de lograr una historia que esté viva y no sea una simple declaración judicial de una persona que se sienta ante vos. Volví muchísimas veces para pedirle a Silvia que fuera más específica con algunos sucesos concretos, le conté versiones distintas de lo que me habían dicho otras personas, a ver cómo era y cómo lo recordaba ella. Es casi como filmar una película sin la escena delante, reconstruirla desde los recuerdos de los demás toma mucho tiempo, pero si no tienes un reporteo bueno, a la hora de escribir la prosa hará agua por todos lados.

“Fue obligada y no tuvo posibilidad de decidir”

Por lo que dices de contrastar la historia, hay una cosa que citas en un vídeo para Anagrama sobre la respuesta de Silvia cuando dice: bueno, es su versión, tiene su derecho. Esa forma de pensar, es conmovedora después de lo que se ha vivido.

Ella siempre tuvo esa postura ante las distintas versiones, algunas radicalmente distintas a lo que ella decía. Por ejemplo, Cuqui Carazo que era como su protectora y madre putativa dentro de la ESMA, una gran jefa montonera, sostuvo que ella entregó a Vera, la hija de Silvia, a la madre de Silvia. Cuqui decía que Silvia iba a ser un escándalo y no iba a poder soportar el momento. Sin embargo, Silvia me contó muchísimas veces, con mucho detalle, cómo la entrega de Vera. Cuando le consulté acerca de esto me dijo: me extraña que te haya dicho eso, bueno, es su versión, lástima que ya no esté mi madre. Me parece un grado de poder digerir superior al que tenemos otros, sin guardar rencor. Muy conmovedora.

Algunas escenas muestran a una militancia política abandonada a su suerte, ¿eso que marca a toda una generación, también puede provocar el rechazo de mucha gente?

Ella es muy crítica con todo eso, no todo el mundo tiene la misma opinión y en el libro aparece gente que discrepa. Silvia es una mujer de izquierda, se transformó en aquellos años en muy extrema izquierda. Bueno, yo estoy contando la experiencia que tuvo ella. Por otro lado, esto de entregarle a la gente una pastilla de cianuro, para matarse y no delatar a compañeros en la tortura es pedirle demasiado a una persona y a toda una militancia.

Siguen defendiendo el robo de bebés como un acto humanitario”

Es que abordas encrucijadas comunes de un proceso de recuperación y memoria para una sociedad, de represión y de respuesta a ella, ¿esas contradicciones que se van abriendo son parte de la fuerza del libro?

Son voces que quedan acalladas, porque romper el relato monolítico de la pura heroicidad parece que fuera a transformar a las víctimas en algo menos, en ser menos víctimas por el hecho de hacer una autocrítica. Silvia es prudente y racional, aporta una visión que es distinta. Y sí, como dices, en España eso conecta con un montón de conversaciones solapadas, sin meter el pie en esa zona y los hechos demuestran que tiene que ser superado. Yo sé de qué lado estoy en este caso de la historia, pero eso no implica que no se pueda hacer una crítica a determinadas cosas. Es algo que ella se anima a decir y que el libro mete un poco el dedo en la llaga.

¿Qué te ha costado más, enfrentarte a cómo empiezas a escribir un libro con 95 entrevistas de 1.930 páginas o elegir el título?

(La risa de Leila resuena en el teléfono) No, escribir el libro sin duda. Elegir título siempre es difícil, era verano y empecé a preguntarme cómo se va a titular esto. Hubo varios intentos, me di cuenta que lo de la llamada recorría todo el libro. Además, fue algo casi revelado el día que la invité a venir a casa, para cambiar un poco el escenario. Me contó que durante años, ella y su padre habían festejado esto como una especie de cumpleaños. Y dije, claro, esta mujer es la mujer llamada, llamada por la vocación, llamada por la militancia, por el padre, por el amor y me pareció que todo cuajaba. Pero la dificultad de escribir el libro es insuperable, la verdad es que no creo haber hecho más que lo que hicieron otros colegas para contar historias también complejas, de esos años o de otros. Yo acoté el universo al de Silvia Labaury y a la gente que la conoció en aquel momento.

No son menos víctimas por el hecho de hacer una autocrítica»

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Un retrato fiel y desgarrador del episodio más terrible de la historia de Argentina

«Sólo les quedó aullar en la calle: ¡Me están secuestrando!”

Iñaki BL

Voy a hacer esto, y lo voy a hacer contigo”. El libro de Leila Guerriero golpea con valentía y determinación, tanto vital como periodística

Una pistola y una pastilla de cianuro, es lo que Silvia Labayru lleva encima cuando es secuestrada en plena calle por la dictadura militar argentina. Tiene veinte años y está embarazada de cinco meses, es militante de Montoneros, hija de militar y activista de izquierdas desde los trece años. Secuestrada en diciembre de 1976 y trasladada al centro clandestino de detención y tortura de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA). Allí dio a luz a su hija Vera, que fue entregada a sus abuelos paternos. Allí fueron secuestradas 5.000 personas, sólo 200 salieron con vida. “Los secuestrados recibían un número del 1 al 999. Hubo muchos números 1 y muchos 999”.

Como si boxeara

‘La llamada’ impresiona, primero por la valentía de su mujer protagonista. Y acto seguido, por la capacidad periodística de atravesar fielmente el episodio más terrible de Argentina con una vida mucho más que singular. De un coro de voces y diálogos, de casi dos años de entrevistas y más de 90 transcripciones, nos llega una historia única que está trabajada ejemplarmente y te golpea. Silvia Labayru es una de las pocas supervivientes de la ESMA y es también un tabú que se rompe contra lo convencional en la figura de víctima. “Torturada. Encerrada. Puesta a parir sobre una mesa. Violada. Forzada a fingir. Al fin liberada. Y, entonces, repudiada, rechazada, sospechosa”.

¿Por qué no te mataron?

Tras su liberación se exilia en Madrid. Hasta junio de 1978 fue retenida y forzada a realizar trabajo esclavo, fue obligada a acompañar a los militares en tareas de represión como el operativo de infiltración que acabó con el asesinato de tres Madres de Plaza de Mayo y dos monjas francesas. Ya en España, deja un infierno pero vive otro. Contra ella arrojan el veneno de la sospecha: por estar viva, porque no le habían robado su bebé. Considerada colaboracionista, repudiada por el exilio argentino y señalada por compañeros de militancia. El lema era Vivos los llevaron, vivos los queremos, pero lo que cuenta Silvia Labaury es que “muchos salimos vivos y no nos quisieron”.

Ni putas Ni traidoras

¿Sobrevivir para vivir bajo sospecha? El primer juicio por crímenes de violencia sexual en la ESMA fue en 2010. Fueron sus testimonios, junto a otras dos mujeres, la clave para que las violaciones fuesen juzgadas y condenadas como delito autónomo. Hasta entonces nadie juzgó a los torturadores por las violaciones, se borraban diluidas en la categoría de “torturas y tormentos”. Apenas hay testimonios de las agresiones sexuales entre las secuestradas, la dirección de organizaciones como Montoneros lo consideraba airear un agravio a la propia organización. Silvia Labayru nunca escondió su caso, no agachó la cabeza ante propios ni extraños. El libro afronta el dilema de héroe o traidor y derrota cualquier tendencia a simplificar. De la misma forma, plasma la renuncia radical a ser la víctima perfecta y perpetua. Así lo demuestran 40 años de vida posterior apasionada y fructífera.

A la izquierda: grito y deuda

Si algo no hace ‘La llamada’ es esquivar contradicciones, bucea sin miramientos hacia uno y otro lado. Cuando la dictadura argentina desata su sistema de terror buena parte de los dirigentes de Montoneros se refugian fuera de Argentina. Sin embargo, se ordena a sus bases lanzar una especie de contraofensiva armada y casi suicida. El ejemplo de Silvia Labaury es una muestra descarnada: tiene un arma pero nadie enseña a usarlas, lleva cianuro en el bolso exigida a suicidarse en caso de secuestro pero no hay vía de escape para militantes ni familias en peligro extremo…

A miles de militantes sólo les quedó aullar en la calle “¡Me están secuestrando!”, o gritar su propio nombre, o un teléfono; la mayoría de esas voces valientes no volvieron más. La de Silvia Labaury está presente y dice: “No se nos cuidó”, “se nos expuso”. Hay una deuda ahí, un debate necesariamente autocrítico y tan silenciado como imprescindible. ¿Qué base de principios necesita una organización revolucionaria y al servicio del pueblo? Es también una deuda con ese lugar al que vuelve a mirar ‘La llamada’: una generación que luchó a brazo partido y lo entregó todo por la más generosa de las causas del mundo, por la libertad para cambiar el mundo de base.

Verdad y despedida

Dentro de toda la viveza concreta, la rigurosidad y la envidiable capacidad narrativa de la obra no acaba de aparecer una referencia a quién hizo posible la dictadura argentina y todo el Plan Cóndor. Fue precisamente el movimiento contra la impunidad el que obligó a la desclasificación de la CIA y confirmó la implicación de EEUU como director de orquesta. Que no caiga en el olvido esa verdad. Porque al igual que el libro, es una historia que continúa hasta hoy. Ojalá caiga en muchas manos. En uno de sus numerosos y genuinos textos, o columnas, Leila Guerriero cierra repitiendo o aconsejando tres veces: Tengan algo para decir. Ha cumplido con creces.

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