De Madrid a Londres...

La indignación se extiende, los conflictos se multiplican

De la Puerta del Sol de Madrid al londinense barrio de Tottennham, pasando por Atenas, Tel Aviv o Santiago de Chile, los estallidos sociales se multiplican a lo largo y ancho del planeta, adquiriendo distinta intensidad y virulencia -de la indignación a la furia ciega- según las caracterí­sticas peculiares de cada paí­s y los rasgos propios de su formación social.

Los violentos disturbios de Londres han encendido las alarmas en los grandes centros de oder y decisión mundial. Por más que el premier británico haya tratado de reducirlo todo a un problema de “simple delincuencia” –para la que no habría otro tratamiento que recurrir a la “disciplina inglesa”, siempre tan añorada por sus clases dirigentes–, todos saben, sin embargo, que debajo del estallido de violencia y caos aparentemente irracional, late lo que el diario por excelencia de la oligarquía financiera alemana, el Frakfurter Allgemeine Zeitung, ha calificado como “el levantamiento de los perdedores”. Madrid, Atenas, Tel Aviv, Santiago, Londres,… un mismo hilo conductor –aunque expresado de forma sustancialmente distinta– une todos los conflictos y disturbios sociales que tienden a propagarse por el globo. Las medidas de austeridad, recortes sociales y rebajas salariales están ampliando de una forma cada vez más acelerada y antagónica el abismo entre ricos y pobres en toda Europa, especialmente en aquellos países más afectados por la crisis de la deuda y el saqueo de Washington, donde es el 90% de la población la que ve atacados sus intereses fundamentales. Grecia y España –debido a sus peculiaridades históricas y sociales y a la tradición combativa de sus pueblos– han sido los primeros en organizarse para la lucha y desatar la espoleta de la contestación social. Pero probablemente no tardaremos en ver a italianos y franceses recorrer el mismo camino. A medida que las oligarquías financieras suprimen derechos y gastos sociales, recortan presupuestos de la sanidad y la educación públicas, cada gran ciudad europea ve crecer en sus barrios más marginados y desfavorecidos la indignación y el rechazo, particularmente entre una juventud condenada a un futuro sombrío y crecientemente depauperado. Ni siquiera la próspera Alemania se libra de estos efectos. Según la Conferencia Nacional sobre la Pobreza (NAK) alemana, las perspectivas de los jóvenes alemanes no hacen más que empeorar. A medida que los salarios son cada vez más bajos y los servicios de bienestar se recortan, un número cada vez mayor de jóvenes necesitan recurrir a las llamadas “misiones de caridad” que recorren las estaciones de tren de todo el país repartiendo alimentos. Un informe del Instituto Alemán de Investigaciones Económicas ya advertía, al comienzo de la crisis en 2008, que el 14% de la población alemana vive bajo el umbral de la pobreza, pero que esta tasa se dispara hasta el 25% entre los jóvenes de 19 a 25 años. Este mismo año, los sindicatos alemanes han denunciado que el 10% de los trabajadores de la antigua Alemania Occidental, y el 20% de la Oriental, ganan menos de 1.000 euros mensuales pese a trabajar a jornada completa. En estas condiciones, no es en absoluto extraño que la rebelión de los indignados españoles se presente en muchos lugares como el modelo a seguir por unas sociedades –en Europa y más allá– donde esta latente el mismo grado de rechazo a los planes de ajuste que se expresó en nuestro país el 15-M. Mismo rechazo, distintas formas Que los indignados israelíes hayan logrado organizar la movilización más masiva que se ha conocido jamás en la historia de Israel es un síntoma revelador de las capacidades y la potencialidad que encierran las nuevas formas de lucha surgidas en el rechazo a los planes de ajuste. Por más que se haya pretendido aislar y desvincular los violentos disturbios de Londres del resto de luchas y movilizaciones que sacuden medio mundo, la realidad es que todas ellas expresan una misma corriente de fondo, aunque se expresen de modo muy distinto según la colocación de cada país en la cadena imperialista y, en consecuencia, los efectos de la crisis sobre su población. Mientras en España los efectos de las medidas de ajuste afectan al 90% de la población, e inciden con particular virulencia sobre una juventud condenada a un 45% de paro, en Inglaterra sus consecuencias golpean con especial dureza al proletariado y al pueblo trabajador inmigrante, hacinados en los depauperados barrios de las grandes ciudades, que ya se han visto duramente golpeados en sus condiciones de vida desde los tiempos de Margaret Tatcher. Lo que explica cómo mientras en nuestro país lo que ha surgido es un movimiento interclasista, con una certera intuición política y una alta capacidad de ganarse el apoyo del 90% de la población, Reino Unido asiste a una explosión incontrolada de violencia y caos donde se expresa, además del empeoramiento de las condiciones de vida, la frustración y la ira acumuladas, y contenidas, durante años y generaciones. Los jóvenes españoles del 15-M –o los indignados de Israel o los huelguistas de Atenas– luchan por cambiar un modelo político que sienten que no les da voz ni les representa. Los jóvenes negros o afrocaribeños de las populosas barriadas londinenses, por el contrario, saben que les está vetada cualquier posibilidad de querer cambiar el modelo político británico, al que son ajenos y del que están excluidos por definición, lo que les conduce a arremeter con furia ciega contra todo aquello que encuentran a su paso. Los estudiantes chilenos, yendo un paso más allá de todos, ligan su lucha por una mejora de la enseñanza pública con un cambio político social que –al estilo de los ocurridos en Brasil, Venezuela o Bolivia– dote a su país del necesario grado de autonomía e independencia de Washington para seguir un camino de desarrollo económico y social propio. Aunque en diferentes grado de maduración y con expresiones políticas y alternativas de lucha completamente distintas, el 15-M español, los huelguistas griegos, los indignados israelíes, los estudiantes chilenos o los coléricos jóvenes británicos expresan en todas partes una misma cosa: el rechazo cada vez más amplio y la creciente resistencia de los pueblos a pagar la factura de la crisis a la que pretenden condenarnos el hegemonismo y las grandes oligarquías financieras. Ese es el temor de las clases dominantes. Y la esperanza de los pueblos. ¿Arde Londres? Desde su lujoso veraneo en la Toscana italiana, el premier británico David Cameron bien podría haber parafraseado la celebre pregunta de Hitler al gobernador del París ocupado, Von Choltitz, a quien había ordenado incendiar la ciudad antes de abandonarla a los aliados: ¿Arde Londres? Para Cameron, tercera generación de una dinastía de conocidos brokers de la City londinense, todo se reduce a un problema de delincuencia y degradación moral. Exactamente lo mismo, pero a la inversa, de lo que piensa gran parte de la población de los depauperados barrios londinenses. “Pandillas de jóvenes han robado teléfonos móviles y zapatillas de deporte por valor de cientos de libras, pero los parlamentarios robaron a los contribuyentes televisores Bang & Olufsen, se construyeron piscinas y casetas para el perro con nuestro dinero, y pasaron sin derecho como gastos el alquiler o la hipoteca de sus casas. Pandillas de jóvenes han saqueado comercios, pero banqueros y constructores han saqueado las arcas del Tesoro y han llevado a todo el mundo a la crisis”, responde un joven londinense de 18 años al corresponsal de La Vanguardia. ¿Dónde diría usted que existe mayor grado de delincuencia y degradación moral? Al mismo tiempo que el gobierno Cameron recortaba subsidios sociales, becas estudiantiles y ayudas para el transporte (en la ciudad donde vivienda, estudios y transporte son, con diferencia, los mas caros de Europa), la sociedad británica asistía al escándalo del tabloide News of the Worlds, gracias al cual pudimos conocer al detalle cómo el magnate Rupert Murdoch compraba a políticos y corrompía a policías a manos llenas. El barrio londinense de Tottenham tiene un 20% de paro, ha visto como se reducían las ayudas juveniles en los últimos años en un 75%, como se cerraban polideportivos por falta de presupuesto para su mantenimiento, al mismo tiempo que el gobierno inglés inyectaba cientos de miles de millones de libras en el Barclays, el Lloyd’s o el Royal Bank of Scotland. Un estudio reciente de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico afirma que de todos los países de la Unión Europea, sólo Portugal tiene una mayor desigualdad en la distribución de la riqueza que Gran Bretaña. Los grandes magnates y los brokers de la City pueden robar y saquear impunemente, pueden estafar y condenar a la pobreza a sus conciudadanos y a los del resto del mundo, pueden violentar las leyes o cambiarlas a su antojo sobornando a políticos y policías corruptos,… A esto se le llama ser un genio de las finanzas. Business as usual. Esto es lo normal. Pero cuando miles de jóvenes, frustrados y coléricos ante un futuro más que sombrío, asaltan tiendas para llevarse un televisor o cualquier otro electrodoméstico de ultima generación, esto es pura delincuencia, agresión intolerable a la propiedad privada y signo de degradación moral que no admite otra penitencia que la cárcel. Los sociólogos ingleses empiezan a hablar de un “copycat effect”, un síndrome de imitación. Y no sólo en el sentido estricto de que los disturbios se extendieran por media Inglaterra al ver cómo los actos vandálicos de la primera noche en Tottenham quedaban sin repuesta policial. Sino al hecho de que toda la sociedad es consciente ahora de que a los banqueros que hundieron la economía se les ha regalado el dinero para que repongan sus pérdidas y puedan seguir cobrando sus exorbitantes bonus millonarios. Y que aquellos que durante los disturbios se empeñaban en dar lecciones de responsabilidad e integridad moral desde la Cámara de los Comunes eran exactamente los mismos parlamentarios que llevaban décadas falsificando direcciones y facturas para que les reembolsaran ilegítimamente sus alquileres e hipotecas con dinero público y los contribuyentes financiaran con sus impuestos sus caros y extravagantes caprichos. “Si a ellos no les pasó nada, ¿por qué tendría que pasarnos a nosotros?”, es la mentalidad que impera entre los jóvenes de los depauperados barrios de Londres, Birmingham, Manchester o Liverpool. De Londres a Mogadiscio (…) Termina una semana en la que una revista alemana ha comparado Londres con Mogadiscio y en la que una web satírica sudafricana anunció que la Unión Africana se disponía a organizar una intervención humanitaria para restablecer el orden en Inglaterra (…) Si los banqueros han expoliado impunemente la riqueza del Estado, no es extraño que los chavales de los guetos aspiren a llevase gratis un teléfono móvil, ven a los políticos y especuladores como gángsters de los que son simples imitadores (…) Vivimos en una de las sociedades más desiguales, donde el 10% de la población tiene 273 veces más dinero que el 90% restante. El Gobierno dice que los disturbios no tienen causas sociales y políticas, porque de esa manera a nadie en una posición de autoridad se le puede considerar responsable. Pero si es así, ¿por qué ha ocurrido ahora y no hace diez años. ¿De dónde han sacado los adolescentes la impresión de que no hay más valores que los relacionados con el enriquecimiento individual? (…) THE GUARDIAN Cultura de la avaricia y la impunidad La misma cultura de la avaricia y la impunidad que hemos visto con efectos devastadores en las calles de Londres existe también en los consejos de administración y en el Gobierno, alcanza a la policía y a la mayor parte de los medios de comunicación. No son sólo los jóvenes quienes necesitan una regeneración moral, sino todo el Reino Unido (…) En las dos últimas décadas hemos visto un declive espectacular de los estándares morales de las élites que gobiernan, se ha vuelto aceptable que nuestros políticos mientan y roben, se ha desarrollado una cultura universal del egoísmo y la avaricia. Los jóvenes de Tottenham y Croydon no son los únicos que olvidan que tienen responsabilidades además de derechos, también los ricos de Chelsea y Kensington, y las grandes corporaciones que se van para evitar pagar impuestos. Pero mientras los chavales de los guetos se han educado en la barbarie, los políticos y banqueros han ido a buenos colegios y universidades. Tampoco han aprendido nada (…) THE DAILY TELEGRAPH ¿Escándaloso? (…) En los últimos años hemos sido testigos del escándalo de los gastos parlamentarios y el rescate bancario. Los ejecutivos siguen cobrando enormes bonus. La policía da la impresión de estar en nómina de los diarios. ¿Puede sorprender a alguien que aquellos que tienen menos hayan decidido que ellos también quieren llevarse su parte? (…) THE INDEPENDENT

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