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La hora de Podemos, ¿quién teme a Pablo Iglesias?

Kant arranca su célebre ensayo sobre la Ilustración con una frase -mutatis mutandis- que parece pensada para la Asamblea de Podemos de este fin de semana. “La Ilustración”, sostenía el filósofo alemán, “es la salida del hombre de su minoría de edad”.

El partido de Pablo Iglesias, parece evidente, ni siquiera ha llegado a la adolescencia, y mucho menos a la Ilustración en el sentido kantiano del término, pero no es menos obvio que hoy acumula un enorme capital político y, guste o no, canaliza buena parte de la frustración ciudadana. En palabras de Ortega, el hombre vulgar ha decidido gobernar el mundo.

Sin duda, por la erosión y el descrédito del sistema de representación heredado de la Transición. Aunque también por razones biológicas.

Una nueva generación ha encontrado en los avances tecnológicos -principalmente a través de las redes sociales– una herramienta extraordinariamente útil para el activismo político. Obama fue, probablemente, el primer líder mundial que entendió este fenómeno. Y sin la existencia de las redes sociales es impensable que hubiera podido nacer una formación de estas características, basada en la democracia cuasi directa mediante el voto electrónico.

El resultado de esta confluencia -agotamiento del sistema político, recesión y eclosión de las nuevas tecnologías- es evidente. Lo que comenzó siendo una crisis económica derivada del estallido de la burbuja de crédito (que sirvió para financiar la especulación inmobiliaria por su cara más salvaje) ha acabado por convertirse en una formidable crisis política que ha levantado las raíces del entramado institucional por la persistencia de fenómenos como la corrupción.

El núcleo fundacional de Podemos, como se sabe, es un reducido grupo de jóvenes profesores universitarios -los PNNs del siglo XXI- que ha puesto contra el espejo de la verdad a las viejas camarillas del sistema, y que, en palabras del propio Kant, cayeron atrapadas por “la pereza y la cobardía” al cambio, declinando -a cambio de prebendas– el ejercicio de su propia libertad. Y es por eso, como reclamaba el pensador germano, la necesidad de que una organización como Podemos –al margen de que su discurso político sea lógico o absurdo– abrace la mayoría de edad. Su propio periodo de Ilustración, a partir del razonamiento kantiano.

Podemos -es innegable- es el resultado de las miserias del sistema. Todas las revoluciones surgen de la corrupción y del anquilosamiento de las instituciones. Pero sería ridículo pensar que sólo por eso sus dirigentes están incapacitados para jugar un papel relevante en el nuevo sistema político que alumbrará el año 2015, con elecciones locales, autonómicas y generales.

Ese es, precisamente, el reto de los próximos años: integrar las nuevas formas de hacer política en el sistema de representación parlamentaria. Exactamente igual de lo que ocurrió en los primeros años de la Transición, cuando partidos que procedían de las más disparatadas posiciones ideológicas -sólo hay que ver los diarios de sesiones de aquellos años- fueron capaces de crear un nuevo y fértil campo de juego. El PSOE liquidó el marxismo cuando era consciente de que podía llegar a la Moncloa. Y Podemos hará su Bad Godesberg -aquel histórico Congreso de la socialdemocracia alemana- cuando toque poder, por muy escuálido que sea.

Precisamente, la no integración de las nuevas clases emergentes surgidas en España hace más de un siglo al calor de la incipiente industrialización -las masas de las que hablaba Ortega-, explica el fracaso de España como nación durante buena parte del siglo XX. Detrás de la guerra civil están los trágicos errores de la Restauración, impermeable a los cambios sociales.

La integración de Podemos en el sistema político -parece evidente- no es fácil. Y es muy probable, incluso, que ni siquiera muchos de sus afiliados la quieran, pero cuando se habla de integración no es para recuperar la posición de partida. La casilla de salida. Ese espacio político que la sociedad española quiere ahora dejar atrás por su inoperancia y su descrédito moral o ético.

Descrédito moral

Integrar es, simplemente, construir una nueva arquitectura política e institucional capaz de encauzar lo que Ortega llamaba “realidades sustantivas del espíritu nacional” (concepto que no tiene nada que ver con el que manoseó el franquismo de forma grosera). ¿Por qué no se pueden crear mayorías políticas con los votos de Podemos?

Es indudable que alcanzar la mayoría de edad (con todo lo que ello supone) no es fácil. Y menos para un grupo como Podemos, cuyo lenguaje de entreguerras -la casta, el régimen, las oligarquías, la podredumbre de la clase política– esconde en realidad un gran desamparo ideológico. Sin duda, inevitable dada la corta vida de la formación, cuyos dirigentes -muchos de ellos auténticos iluminados- han caído en ese maniqueísmo primitivo propio de la política española (los buenos y los malos, los rojos y los fachas, nosotros o ellos…), y que se manifiesta a través de algunas ideas absolutamente disparatadas e impropias de una formación sólida.

Para llegar a esta conclusión sólo hay que leer los distintos borradores que se debaten este fin de semana, y que en muchos párrafos están trufados de victimismo (“… hay una feroz campaña de ataques, estigmatización, criminalización y desprestigio que sufre nuestra joven organización”). Aunque lo más relevante es que se trata de documentos que esconden todavía una sublime infantilización de la política, como negarse a hablar de España y hacerlo en todas las propuestas como ‘Estado español’. Al tiempo que se propone una especie de política ‘low cost’ que llenaría los centros de poder del país -donde se toman decisiones que afectan a millones de ciudadanos- no de las cabezas mejor amuebladas, sino de las más baratas o -incluso- de mayor sumisión intelectual.

Con todo, lo más preocupante no es eso, sino el tacticismo que encierra el documento principal cuando la marca Podemos renuncia a presentarse globalmente a las elecciones municipales con un argumento poco sólido y que inevitablemente lleva a pensar cómo sería hoy España si en 1979 -año de las primeras elecciones municipales democráticas- muchos partidos hubieran renunciado a presentar sus candidatos por miedo a que hubiese algún corrupto en sus listas.

“Si en dos o tres de los 8.177 municipios”, dice el documento, “hubiese actuaciones impropias, concejales que rompiesen con la línea de Podemos y faltasen a su compromiso ciudadano, quedándose el acta -como pasa en tantos pueblos-, la mayor parte de los medios de comunicación se encargarían de convertirlos en un icono contra la marca Podemos”.

Como se ve, un ejercicio de arrojo político que contrasta con la beligerancia que muestra el partido de Pablo Iglesias contra todo lo que se mueve. Ignorando aquello que decía Paul Valéry: ‘El ejercicio del liderazgo democrático no consiste en dar sin más a la gente lo que pide sino interrogar a la ciudadanía sobre lo que necesita’.

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