La guerra comercial de Trump ya está aquí

El conflicto comercial instigado por Trump ha cogido velocidad de crucero. Tras las primeras escaramuzas y amagos, en forma de idas y venidas de aranceles, la guerra económica ha tomado cuerpo. Ya no cabe la posibilidad de considerarla una simple bravata, un farol. Trump está decidido a llevarla a cabo para conseguir sus fines estratégicos.

Contra Europa, Trump ha pasado de reafirmarse en los aranceles del acero (25%) y el aluminio (10%) a amenazar con gravar los coches europeos que se vendan en EEUU con un arancel del 20%. En represalia, la UE ha comenzado a aplicar aranceles por valor de 2.800 millones de euros a una lista de productos procedentes del otro lado del Atlántico.

Pero el principal frente de la política comercial de Trump es contra su mayor rival geoestratégico: China. El presidente norteamericano ha anunciado aranceles adicionales a los que ya estaban en vigor contra el dragón asiático por valor de 50.000 millones de dólares, y además en el sensible terreno de los artículos tecnológicos. Pekín, lejos de arrugarse, ha reaccionado inmediatamente con barreras arancelarias contra las mercancías norteamericanas por valor de 200.000 millones de dólares.

Trump esgrime como justificación que EEUU tiene un saldo comercial negativo (compra más de lo que vende) con todas las grandes naciones. Washington tuvo en 2017 un déficit de 375.576 millones con China; de 151.363 millones de dólares con la UE; de 71.000 millones con México; de 17.054 millones con Canadá… En total, un saldo negativo de 800.000 millones de dólares a nivel global.

Una superpotencia no puede sostenerse eternamente sobre un déficit comercial de este calibre, socavando su base económica. Resolver este dilema es una de las cuestiones claves para el futuro de EEUU.

Este enorme saldo comercial negativo es la plasmación de que la “globalización”, hace no tanto promovida por Washington, ha acabado haciendo que EEUU pierda inexorablemente la carrera de la competitividad frente a otras economías emergentes, que le comen terreno año tras año. Un signo más del declive de EEUU.

La respuesta -a las bravas- de la línea Trump a este grave problema de la superpotencia es aplicar aranceles. Sin embargo, Trump no busca una imposible vuelta al anacrónico proteccionismo de finales del XIX, sino que intenta imponer -por la fuerza- unas nuevas reglas en el orden económico y el comercio internacional que recuperen la supremacía de los intereses de EEUU frente al resto de las potencias.

Trump pretende erigir barreras para que las mercancías extranjeras lleguen al mercado norteamericano, pero busca que los mercados mundiales sigan siendo inundados por los productos made in USA, en condiciones aún más ventajosas para los monopolios yanquis. Dinamita así los acuerdos comerciales multilaterales, para proceder a negociaciones bilaterales -país por país- donde Washington haga valer su superioridad imponiendo tratados de comercio draconianos.

«Trump no busca volver al anacrónico proteccionismo de finales del XIX, sino que intenta imponer -por la fuerza- unas nuevas reglas en el comercio internacional que recuperen la supremacía de los intereses de EEUU.»Pero además de estos objetivos, fundamentales para el mantenimiento de la supremacía norteamericana, la guerra comercial también persigue importantes metas geopolíticas. Trump busca contener la emergencia de su mayor rival, China. Un surgimiento no solo económico o comercial, sino tecnológico, político, diplomático y militar.

Bajo su consigna de «América Primero», la línea Trump representa un intento de imponer un reordenamiento global que paralice o revierta en parte el declive norteamericano. Actuando con mayor agresividad contra Pekín, pero también imponiendo sin contemplaciones, y de forma mucho más leonina, sus intereses económicos y comerciales a sus aliados y vasallos europeos.

La presidencia de Trump ha demostrado tener determinación y voluntad por llevar sus políticas adelante, sin dejarse paralizar por las protestas de sus aliados o por las críticas de otros sectores de la burguesía monopolista yanqui, partidarios de otra forma de gestión imperial.

Pero al actuar de forma tan unilateral está levantando vectores geopolíticos que en su desarrollo pueden ser muy adversos para Washington. Conforme avanza su guerra arancelaria contra China y la UE, Pekín y Bruselas se ponen de acuerdo en defender el «sistema de comercio multilateral». China mira a Europa y ofrece a sus burguesías monopolistas la perspectiva de enriquecerse con la iniciativa ‘Belt and Road’ (la Nueva Ruta de la Seda). Los gigantes del motor de Alemania o Francia, que ya han anunciado pérdidas en bolsa ante los aranceles de Trump, miran a un mercado potencial de 1.300 millones de habitantes y sacan sus calculadoras.

Trump busca golpear y aislar a China, pero su agresiva política ofrece oportunidades de negocio a su mayor rival con sus principales aliados. Estas y otras eventualidades son características del convulso y cambiante periodo de transición entre un mundo unipolar que se agosta y otro naciente orden mundial multipolar. Un panorama mundial dinámico y fluido en el que la posibilidad de que se formen o se debiliten alianzas y relaciones antes impensables forma parte ya del espíritu de los tiempos.

2 comentarios sobre “La guerra comercial de Trump ya está aquí”

  • NUEVOS NÚCLEOS-MERCADOS dice:

    De tal forma, resultaría un círculo donde la relocalización fomenta la demanda agregada interna y ésta última, a su vez, la relocalización y reactivación de la acumulación ampliada del Capital. China, frenada en sus exportaciones, tiene la alternativa plausible consistente en hacer lo mismo: de hecho el mercado chino interno se proyecta en auge vertiginoso hacia la delimitación de productos de costes más caros pero proyectados hacia una demanda solvente, a su vez alimentada, como mercado, por ese mismo desarrollo cualitativo industrial.

  • NUEVOS NÚCLEOS-MERCADOS dice:

    De acuerdo con la tesis principal en lo que se refiere a que Trump no persigue el regreso al proteccionismo decimonónico. El proteccionismo, ahora, no es más que la apariencia, la forma, que toma la posibilidad (y que tal vez será también la tendencia, si Trump triunfa con su proyecto) de desdibujar la competencia intra-primermundista a través de la potenciación de las solvencias mercantiles nacionales respectivas. Trump sin duda piensa, y acertadamente, que a partir de una re-vigorización del Valor producido anual nacional, la moneda se fortalece y así se rebaja la inflación, hecho que permitiría la solvencia mercantil que, comprando a precios más altos, compensará el aumento de costes productivos indisociables a la repatriación industrial.

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